Francisco Hermógenes Ramos Mejía 1816-1821
Teología e Historia, Volumen 3 y 4, Año 2005, pp. 191-211 ISSN 1667-3735
Introducción
Quizá pueda parecer otro intento de encontrar al más antiguo hombre de nuestras tierras que pueda haber abrazado la fe cristiana (protestante), en los albores de nuestra lucha por la emancipación de la Corona y el establecimiento de una nueva nación.
Sin embargo, en medio de la construcción, y el paso de la Colonia al nuevo Estado, la sociedad y la iglesia eran un sólido tronco hegemónico heredado de la Fe Católica del reino de España y hasta ese entonces con vistas de indestructible, no obstante haber hombres en los comienzos de las luchas por la independencia, que mostraron una visión diferente del hombre frente a los derechos individuales y la tolerancia hacia otras formas de encarar la fe.
Por lo pronto no podían pensar en la revolución, sin los patriotas liberales, las logias donde se movían, en voz baja y en secreto, los voceros de la emancipación, y sin tener en cuenta la presencia de la iglesia, en la figura de los “párrocos agitadores y frailes armados, iglesias convertidas en espacios de deliberación y conjura”, según señalara Roberto Di Stéfano.
“En este sentido puede decirse que más que llamar la atención la existencia de ese fenómeno llamado ‘politización del clero’, dehería maravillar que hubiese ocurrido lo contrario, es decir, que ese clero hubiese logrado mantenerse al margen del proceso de semejantes alcances. La sociedad colonial en el seno de la cual la revolución estalló se hallaba bien lejos de diferenciar las esferas de la religión y de la política, por lo que la politización revolucionaria (o contrarrevolucionaria) del clero es, en principio, parte de ese fenómeno más general que envuelve a la sociedad en su conjunto, o por lo menos a muy amplios sectores de ella.”1
Estos elementos, sociedad, clero y el trasfondo político, van a ser piezas claves en cuanto la interacción que van a tener en la vida de quien va a erigirse en una avanzada protestante en zona de conflictos. El marco geográfico donde se desarrollarán especialmente los acontecimientos, será la inmensidad de la pampa, del otro lado del Salado, es decir al sur, en territorio de los dueños del desierto, los indómitos hijos de esta tierra, ios pueblos originarios desde tiempos ancestrales.
Nosotros trataremos de abordar la vida de alguien “diferente”, al que le endilgaron diferentes motes: “El primer hereje argentino”, “El profeta de las pampas”, “Puritano”, “Místico”, “Heterodoxo”, etc. Y ello tan sólo por ser diferente, o el “otro”, el que se atrevía a pensar y a luchar por su prójimo como enseña Jesús en el evangelio. Un hombre cuya formación hacía pensar en un futuro en las filas del clero, pero que y sin embargo no haber abrazado los hábitos de la iglesia y su ortodoxia, prefirió internarse en las tierras de los pueblos originarios, más allá del Salado, en la frontera que dividía la civilización de la barbarie y poner su vida al servicio de un mensaje coherente en donde la catcquesis y la praxis se hicieran presentes, donde el evangelio se hiciera vida para dar esperanza a los discriminados y excluidos del sistema que sólo pugnaban por sus derechos, el sostenimiento de su tierra y la supervivencia, la cual veían cada vez más amenazada por la expansión de los blancos, los cuales no respetaban ningún tipo de derechos, salvo el de sus propios intereses y la explotación de los indefensos. Un predicador de la esperanza, un sacerdote sin sotana ni ornamentos exteriores, pero con una vida de servicio al “otro”.
El personaje
Francisco Hermógenes Ramos Mejía nació en Buenos Aires el 11 de diciembre de 1773, en el solar paterno —situado al 100 de la calle Reconquista— en el hoy microcentro porteño. Hijo de don Gregorio Pedro José de Santa Gertrudis Ramos Mexía (luego se trocaría la “x” en “j” ) español y declarado católico con el tiempo, haciendo notar que hasta el año 1820 en los documentos que firma, Francisco lo hace con la “x”, quedando definitivamente tal cual hoy se escribe, y de doña María Cristina Ross y Del Pozo Silva, de ascendencia escocesa y formación reformada (protestante), lo cual va a tener en el transcurso del tiempo, capital importancia en la formación intelectual y teológica de nuestro personaje. Es de hacer notar que en su momento, el casamiento de don Gregorio y Mana Cristina, “levantó polvareda”2 al decir de la gente de su tiempo por la calidad de protestante de su mujer cosa que no era bien vista entre la gente de reputación intachable.
No se puede precisar, por falta de documentación, dónde cursó Francisco sus primeras letras. Se pueden encontrar datos a partir de ios 10 años de edad, cuando concurría al Real Colegio Seminario de la Purísima Concepción de Buenos Aires, encontrándose entre los seis alumnos más aplicados. Así lo hace saber el Deán de la Catedral y director de ese colegio, el presbítero Pedro Ignacio Picazzarri en una carta de recomendación para ingresar al Colegio de San Carlos, haciendo también hincapié, que el Rector de esa casa de estudios, también pondera su buena disposición en el servicio del altar y el aprendizaje de la música, considerando que el niño será útil tanto en la carrera eclesiástica cuanto en la vida secular.
Sus estudios posteriores, que hoy llamamos secundarios, durante la colonia tenían carácter intermedio y eran la antesala de los universitarios, los realiza en el Colegio Convictorio Carolino, también Real Colegio de San Carlos (hoy, Colegio Nacional de Buenos Aires) apareciendo en los registros, aprobando distintas materias desde el año 1788 hasta el año 1795 que desaparece de los registros y matrículas de exámenes. Algunos van a sañalar que en la época que Francisco H. Ramos Mejía es designado subdelegado interino del partido de Tomina3 dentro de la jurisdicción de la Intendencia de Charcas (hoy Bolivia) Alto Perú, por el año 1797, tuvo acceso a la Universidad de San Francisco Javier, pero que al presente no se puede documentar, y en la cual habría recibido formación teológica por parte de sacerdotes jesuítas y franciscanos. Es de hacer notar la cultura y erudición que por ese entonces tenía la región, llegando desde Europa las obras más importantes de la Ilustración. Tuvo otras actividades en La Paz en 1801 como subdelegado interino en el partido de Pacajes y luego como subdelegado de revista del mismo lugar en 1803.4 Es en este lugar donde se casa el 5 de mayo de 1804 con María Antonia de Seguróla y Rojas, hija de Sebastián de Seguróla y Oliden, gobernador intendente de La Paz. María Antonia era prima del sacerdote Saturnino Seguróla. Uno de los numerosos bienes que aportó su esposa al matrimonio fue una finca denominada Miradores. Tuvieron una hija que falleció al poco de nacer. A raíz de la precaria salud de su progenitor, Francisco y María Antonia se dirigen a Buenos Aires, a donde arriban en 1806.
Ya de regreso, el 25 de octubre de 1808, adquieren una propiedad en La Matanza, de unas 6.000 hectáreas, con animales, casa, gran arboleda, una panadería y pulpería. La propiedad tuvo origen en una merced real otorgada en 1615, pasó por distintos propietarios, siendo el último de ellos D. Martín José de Altolaguirre y quien la vende a nuestro Francisco H. Ramos Mejía y que denomina Los Tapiales. Hoy se puede apreciar el casco de estancia en lo que es el Mercado Central de Buenos Aires, situado frente a la Autopista Richieri que lleva al Aeropuerto Internacional de Ezeiza, y para tener una idea, ocupaba una extensión tal que, hacia el este desde donde se ubica su centro, llegaba hasta donde hoy se encuentra el Colegio Ward, la ciudad de Ramos Mejía, y el viejo camino por donde se llegaba a Lujan, conocido hoy como la Av. Gaona.
Dentro de su actividad patriótica lo encontramos en 1810 como Regidor del Primer Cabildo criollo de Buenos Aires, a cargo de la Defensoría de Menores. Contribuye en la lucha por la independencia con recursos de su peculio para financiar las necesidades en la formación las tropas para la defensa de la ciudad, para lo cual se traslada a ella. Se lo propone como Alférez real, otro lo hace para sea alcalde de primer voto. Finalmente acepta el primero de los cargos, siendo ratificado por la Junta Grande. Es posiblemente para esta época, 1811, Francisco ya comenzara con sus viajes hacia la zona que será en adelante su preocupación y donde desempeñará una actividad más importante. Todavía en 1812 figura como miembro de la Asamblea Provisional y en 1813 se lo nombra como miembro de la Comisión para la elección de la Junta de Libertad de Imprenta5 y en 1816 es designado capitán y comandante del Regimiento N°2 de las Milicias de Caballería de Campaña de Buenos Aires, primer escuadrón, primera compañía.
Luego de este paso fugaz como un patricio o ciudadano ilustre ocupando distintas funciones en el Cabildo, no pudo sustraerse al llamado de la pampa que lo invitaba con su espacio infinito, sabiendo que el desafío era mucho, y que representaba una avanzada que lo llevaría, junto con su familia, hacia una aventura esperanzadora como es tratar de compartir con el diferente, sus alegrías y sus pesares, tratando de mostrar a los hijos de la tierra, que Dios los hizo con iguales derechos que los blancos.
Es así que inicia su viaje hacia el sur, para adentrarse más allá del Salado, límite extremo entre unos y “otros”, hacia la pampa (voz quichua que significa “campo abierto”) indómita, donde las distintas tribus pampidas vivían libremente y acordes a sus costumbres y creencias. Los primeros pasos hacia su destino se iniciaron en 1811 en compañía de baqueanos y del gaucho José Luis Molina, lenguaraz, persona de su confianza y que le permitiría contactarse y mediar con los habitantes de esas tierras. El viaje fue difícil, en razón de la falta de caminos apropiados para transitar en carretas con enormes ruedas. Llegaron hasta la zona del Fortín de Chascomús para hacer noche y luego vadear el Salado no muy lejos de su desembocadura. Arribado al lugar que creyó apropiado, envió a Molina para que se contactase con los caciques y les propusiera una entrevista.
Francisco se relacionó con los naturales en términos amistosos. Les hizo saber que había llegado hasta esc lugar para ver unas tierras que compraría al gobierno y que una vez que las viese, y si ellos estaban ele acuerdo, las compraría, caso contrario volvería a sus campos en la costa del río Matanza donde él y su familia vivían y trabajaban. Caciques y capitanejos salieron a a revisar la zona junto con Francisco y su gente y de regreso se habló con más detalle, diciéndoles que compraría las tierras al gobierno, pero que no tendrían por ello que dejar sus espacios y las tolderías sino que él haría poblaciones a unas tres leguas de Ailla-Mahuida, que les facilitaría vivienda y les enseñaría trabajos que había aprendido en sus campos. Es así, que convenida la relación y en términos amistosos, Francisco comenzó a edificar su futura vivienda que, en recuerdo de la antigua propiedad de su esposa en La Paz, denominaría Miraflores.
De regreso de su primer viaje Don Francisco pensaba no sólo en mantener buenas relaciones con los hijos de la pampa, sino incorporarlos a la civilización por medios pacíficos, ideas que venía madurando desde tiempo atrás. Por tal razón envió desde Tapiales, al superior gobierno el 10 de agosto de 1814, un plan que se ajustaba a sus ideas y contrario al empleo de las fuerzas, como querían algunos pobladores de tierras cercanas a buenos Aires y por el propio Director Gervasio Antonio de Posadas. En él hablaba del vasto espacio, lo fecundo de la tierra y del ganado vacuno, y lo benigno del clima y además, de las posibilidades para la convivencia pacífica en un espacio en donde todos podían vivir sin sobresaltos. Un plan formulado para la colonización de los campos del Sur, con el objeto de incorporar a los hijos de la tierra, los pueblos originarios a la civilización del blanco. La nota pasó a consideración del gobierno precedida de un brevísimo resumen escrito para facilitar su lectura. El 25 de agosto de 1814, Posadas puso su firma debajo de una providencia escueta y lapidaria. Archívese.6
Francisco era un católico devoto hasta no mucho tiempo atrás, que tenía hasta un oratorio en su estancia de Los Tapiales en donde practicaba sus devociones diarias. Pero conocedor de la situación de la iglesia y del clero en particular, absorbidos por los intereses políticos en pugna, la falta de una definición en cuanto a las propuestas de una extensión poblacional pacífica, los intereses de los hacendados en acrecentar sus dominios y tomar por la fuerza el ganado cimarrón, y hacerse del negocio de los saladeros con el afán de un rápido enriquecimiento, las luchas por el poder político que desangraban el país y las luchas con los caudillos de las provincias y la falta de paz en el interior del gobierno de Buenos Aires, hizo que en 1816 adjurara la fe católica. Ello no significó abandonar la fe ni su creencia en la igualdad de los hombres ante Dios, y los mismos derechos para todos, sino que se ocupó de catequizar al aborigen, enseñarle a utilizar los elementos de labranza, a sembrar y todo lo que tuviera que ver con las labores de la estancia. No obstante hubo visiones distintas y la ortodoxia de la iglesia no se permitía tolerancias, ni siquiera para el que resultaba a toda vista, solidario con los discriminados y excluidos. Para pensar, ¿no…?
“…De esta manera trabajando por La Patria y por la Fe cumplía la villa de Morón su programa cristiano y expiaba el mal que en otro tiempo causaran al país dos figuras de alto relieve, que vivieron en el lugar largo tiempo .Son éstos Francisco H. Ramos Mejía y Manuel Fernández de Agüero. Herejes hubo siempre en toda nación y pueblo y, aunque muy pocos, los tuvo también nuestra tierra argentina… Pero en la prédica de Ramos Mejía y Agüero el asunto cambió. Eran nuestros y por lo mismo tenían más entrada en la población, y aunque no llegaron a desarrollar su plan, su obra fue bastante para que en el país entraran inmediatamente todas las doctrinas y religiones, atentando romper el vínculo más sagrado de unidad, cual es el de la Fe… Ramos Mejía dañó el alma del pueblo, al quitarle su verdadera piedad…”7
Tenía por costumbre enseñar la Biblia, educar a los que trabajaban en su establecimiento en las buenas costumbres, a respetar los bienes ajenos, a vivir en familia bajo las ordenanzas de las escrituras. En éste sentido, no es raro que se lo haya acusado de heterodoxo, dado que el clero no podía tolerar que alguien no ordenado, un laico, se atribuyera el derecho a enseñar las sagradas escrituras sin una preparación ortodoxa. En su estancia, Francisco H. Ramos Mejía había iniciado una experiencia singular que tenía que ver con un protestantismo autóctono, una forma de vivir que había pasado de la ortodoxia católica a un protestantismo pietista y, hasta en ocasiones, puritano. Un lector de la Biblia que podía reflexionar sin que alguien le dijera cómo debía interpretar lo que Dios le estaba mostrando. Una ortopraxis coherente, creó y actuó en consecuencia. Su autoridad devenía de su ejemplo. El hecho de su reconocimiento al hijo de la tierra como legítimo dueño no pasó solamente por un agradecimiento emocional y efímero, sino que pagó a éstos lo mismo que pagó al gobierno por el valor del espacio comprado, reconociendo a los naturales como dueños de la pampa que habitaban.
Se dice que en las pulperías los gauchos y los aborígenes en sus tolderías repetían: ¡Viva la Ley de Ramos! ¿Y cuál era esa ley que tenía tan molestos a tantos personajes de esta nación en ciernes? La ley del evangelio. ¿Acaso no molestaba Jesús a los fariseos de su tiempo, que creían tener la razón absoluta? ¿No luchaba por la dignidad de la persona humana, por el respeto al derecho del otro, por la igualdad, por un trabajo digno, en contra de la discriminación y la exclusión? ¿No abogaba Jesús por la integración, por la solidaridad, por el compartir, por el amor de los unos por los otros?
El 7 de marzo de 1820 la gestión realizada por Francisco para lograr la pacificación de la frontera, para evitar las luchas fraticidas entre el blanco y el hijo de la tierra, encuentra en la Estancia Miraflores el lugar donde el Brigadier General Martín Rodríguez en nombre del Gobierno y Francisco en Representación de los indios —según figura en “la Convención estipulada entre la Provincia de Buenos Aires y sus limítrofes los caciques de la frontera Sud de la misma provincia con el objeto de cortar de raíz las presentes desavenencias ocurridas entre ambos territorios y de establecer para lo sucesivo bases firmes y estables de fraternidad y seguridad recíprocas…” El tratado constaba de diez artículos, fue uno más de los tantos que los blancos pactaron y firmaron con los pueblos primitivos, pero que no respetaron. No pasó un año para que este también fuera violado por el representante del gobierno que firmó de su puño y letra el convenio estipulado.
A pesar de que dentro de los límites de la frontera recién establecida se desarrollaban normalmente las relaciones entre los hacendados y aborígenes, no ocurría lo mismo en otros ámbitos más al Sur y al Oeste de Buenos Aires. El Gobernador interino de la provincia de Buenos Aires, Marcos Balcarce, en reemplazo del Gobernador propietario Martín Rodríguez, que se hallaba en campaña, recurrió a Francisco al igual que lo había hecho Sarratea, pero la actitud no fue la misma, sino que en vez de formalizar otro tratado, se dirigió por escrito, con fecha 28 de noviembre de 1820 en términos que no dejaban dudas sobre los fundamentos de sus ideas religiosas. Allí señala:
“recibí de V.S… desde Kakel-Huincul, desde cuyo punto se me remitió, en que me encargara dulcifique a los indios, preserve amistosa y poderosamente de las acciones hostiles con que son azotados estos campos por ellos, seducidos de la política sanguinaria y abrasadora los Generales de la Santa Fe O las hostilidades cesan igualmente por parte de los Indios quanto por los Christianos: o cesan por parte de los unos solamente, quedando los otros dispuestos como siempre a robar y matar. …Si los indios asspiran de hecho y de derecho a la Paz, los Christianos fomentan de hecho y de derecho la guerra; y viceversa, si los Christianos trabajamos como debemos y podemos, los propagadores y conservadores de la Santa Fe violentan con todo el rigor de la palabra o declaraciones de guerra o de defensa ridicula contra los indios. Luego, no hay patria a favor de los Christianos sin los indios, ni de los indios tampoco sin el concurso de los Christianos… Volvamos a los mismos Christianos y preguntemos, ¿con cuál título de justicia quantos Hacendados se han introducido en los campos de las tolderías contra la voluntad del indio?… Quiere Buenos Aires remediar con políticas aturdidas las imprudencias y los excesos de los christianos, ¿y por qué no proteje lo más que es la propiedad y la vida de todos?”.8
Obviamente las recomendaciones de Francisco H. Ramos Mejía no fueron atendidas por el gobierno a efectos de aplicar en las relaciones con los aborígenes una política de pacificación. A raíz de situaciones en otras regiones encabezadas por José Miguel Carreras con malones que asolaron poblaciones como la de Salto, fueron una excusa para que Martín Rodríguez se pusiera en campaña junto con Juan Manuel de Rosas, Rafael Hortiguera y Gregorio Aráoz de Lamadrid, para atacar con todas las fuerzas a cualquier aborigen que se le cruzara sin escuchar ninguna propuesta de paz.
Martín Rodríguez encabezó una campaña feroz y aun cuando Rosas ya le había advertido con respecto a los pampas que habían firmado el tratado, y que los que ahora habían participado de algunos malones era ranqueles, por lo cual se debía preservar lo pactado en Miradores; luego de incursiones, las que no resultaron particularmente exitosas, y de regreso y vista la negativa de los caciques de Chapaleufú a prestarle ayuda en cumplimiento del tratado de Miradores firmado el año anterior, volvió dispuesto a vengarse. Rodríguez quiso apoderarse de los aborígenes de la Estancia Miradores con el pretexto de que allí se planeaban los malones. Francisco intercedió y les aseguró que nada pasaría para que éstos fueran en son de paz, y que él conseguiría la libertad para ellos. Cuando al día siguiente Francisco va en busca del general con el objeto de obtener la libertad de los pampas que estaban en sus dominios, los encontró muertos en el campo en número como de 80 y, cuando pidió explicaciones, se le dijo que habían resistido e intentado escapar. Si bien se lo recibió cortésmente, no se le permitió volver a su estancia, acusándolo de los males que sucedían en la provincia. En realidad, la impericia en resolver las situaciones y el empecinamiento por encontrar un chivo expiatorio que les sirviera para cubrir sus errores, usaron la fuerza del poder militar y político en perjuicio de don Francisco, sin que mediara explicación legítima, ni existiera prueba alguna para incriminarlo. Con el confinamiento de Francisco en su estancia de Tapiales, queda el campo libre para la expansión propicia para sus negocios, si pensamos que tanto Martín Rodríguez, Lara, Juan Manuel de Rosas y muchos otros hacendados vecinos de Ramos Mejía, formaban parte de la elite del gobierno y que sus negocios estaban fundados en extender sus dominios, el arreo de ganado, y hacia el Sur, ya sin tener que pasar por las tierras de Ramos, los saladeros que les dejaban pingües ganancias.
Sin duda que Francisco fue, sin proponérselo, una avanzada, un protestante, un diferente, un hombre que no encajaba en la visión de su tiempo, un modelo peligroso. Donde él intervino fue zona de conflicto. No podía pasar inadvertido. Para el gobierno fue un traidor, sólo por el capricho del Gobernador de turno, de quien Vicente Fidel López va a decir años despúes, que no era un mal hombre o deshonesto, pero sí totalmente influenciable. Una de sus más cercanas influencias fue Juan Manuel de Rosas, que sólo apuntaba a sus intereses personales y al poder político total, cosa que lograría años más tarde.
Por parte del la iglesia, como diría el padre Presas, fue un hereje, el primero en nuestro país. Si bien se le pudieron probar algunos bautismos, estaban dentro de lo permitido por el derecho Canónico para el caso de situaciones especiales, como el tiempo y la distancia, que hacía que un sacerdote se viera de cuando en cuando por esas tierras inhóspitas y lejanas de la Gran Aldea. Tal situación era reparada cuando al pasar la autoridad eclesial, se le confirmaba con el óleo santo. Pero, como un páramo olvidado, el hombre que habitaba esos confines en los cuales rara vez se veía un cura, por lo menos dentro de sus tierras, Don Francisco cumplía los deberes que la iglesia ignoraba y atendía a su gente y les enseñaba a relacionarse con Dios y sus medios de “gracia”.
Las acusaciones de parte de un sacerdote que purgaba en el destacamento de Kakel Huincul, su destierro por reiteradas faltas a la disciplina conventual, sus exabruptos contra los políticos y autoridades de turno, estar incurso en delitos correccionales, como por ejemplo, golpear a una mujer y por excederse en las críticas tendenciosas en los pasquines que publicaba, fueron excesivas, pero increíblemente, no mencionan el tema del sábado. Si bien Francisco había leído libros prohibidos, entre ellos “La Venida del Mesías en Gloria y Magestad” del padre Lacunza, un milenarista chileno, y dado que la apocalíptica estaba de moda en esos tiempos, era suficiente para un sacerdote inquisidor con acusar a alguien de tener costumbres judías, como es guardar el sábado, para estigmatizarlo públicamente, pero no se da en este caso, y es de hacerlo notorio, porque hubiera resultado definitivo y por supuesto, innecesario tanto discurso forzado. Obviamente no tenía autoridad moral para hacerlo, pero tomó la posta. Sin embargo, el sacerdote enviado a la estancia para certificar las prácticas contra la religión del país, Dr. Valentín Gómez, antiguo cura de Morón, según ordena el gobierno, no puede comprobar ninguna de las acusaciones de las cuales se le impugna, como tampoco las del padre Francisco de Paula Castañeda, del cual provienen las versiones arriba indicadas, incluidas las de la conversión a la nueva religión por parte del Jefe de la Guardia del destacamento, don José de la Peña Zarueta a una religión extraña, pero sí se lo acusa de guardar o santificar el sábado en su estancia. Extraño, no lo detectó el acusador Castañeda, experto en religión, pero sí el sacerdote enviado por el gobierno con órdenes que contienen el elemento determinante del conjunto estado-iglesia, para poder cumplir sus propósitos de eliminar un personaje molesto en sus planes de expansión e incluidos los personales de los vecinos de las estancias linderas y miembros del estado.
Don Francisco Ramos Mejía; escribe Castañeda,
“se ha erigido en heresiarca, blasfemo, y, no contento con haber quemado las imágenes ha erigido seis cátedras de teología en la campaña del sur a vista y presencia de los comandantes y del gobierno actual, que estuvo allí varias veces de ida y vuelta, con toda la plana mayor, en su expedición a los indios, don José de la Peña Zarueta, comandante de la Guardia de Kakel, habiendo estado cinco días de convite en lo de don Francisco Ramos, volvió tan convertido que instituyó la religión nueva de Ramos en la Guardia y Estancia de la Patria, la cual ley de Ramos se observó en ambos distritos todo el tiempo que estuvo de comandante, sin haber una sola alma que le replicase, sino el capataz. de la estancia, el tucumano Manuel Gramajo, el cual le dijo que él quería quemarse en su religión”.9
La religión impuesta por Ramos Mejía, escribe el Padre J. A. Presas, dio lugar por fin a varias intervenciones oficiales. Luego de esto y un allanamiento que se efectúa por parte de la autoridad, sin encontrar más que elementos de defensa inútiles, proporcionados oportunamente en ocasión de solicitar los hacendados algunas armas para la defensa de sus familias y sus bienes por el gobierno de turno, quien había señalado que no tenían elementos suficientes para la defensa de los que se arriesgaban más allá del Salado, a pesar que entre otras cosas, Don Ramos cedió terrenos en sus campos para que se instalara un Cuartel militar, para la guarda de la región.
Muchos movimientos pietistas, grupos de santidad y movimientos separatistas —quienes se retiraban de sus iglesias de origen en razón de la corrupción existente en ellas, buscando volver a las fuentes de su piedad, a la oración, a la lectura de las sagradas escrituras y a la meditación— decidían reunirse en distintos días para no ocupar los de las celebraciones instituidas y permitir a aquellos que estaban separados, al menos se reunieran en sus comunidades los domingos para recibir la eucaristía.
Don Francisco H. Ramos Mejía es apenas conocido incidentalmente por algunos historiadores. Un espíritu profundamente original, con una interpretación cristiana en consonancia con sus íntimas ansiedades y con las necesidades del ambiente, caso contrario a Francisco de Paula Castañeda, el más perfecto ejemplar y modelo del sectario agresivo, católico, protestante o judío, al decir de Clemente Ricci, que no ve ni conoce más allá de su teología y de su dogma, y que tampoco acepta la diversidad.
“El sólo hecho de que un laico se ocupara de religión —cosa natural en los países protestantes— debía parecer una enorme herejía”, y sigue diciendo Ricci:
“¿Cómo podía haber religión sin sacerdote, sin templo, sin altar? ¿Cómo era posible invocar al Padre fuera del oremus de la iglesia, sin liturgia, sin paramentos, sin órgano, sin incienso! ¿Cómo se adorará a Dios sin la Misa! ¿Cómo habría cristianos sin bautismo, sin confesión, sin sacramentos! ¿Cómo podría enseñarse una moral religiosa sin paraíso, sin infierno y sin purgatorio! Allá estaba, sin embargo, el gran heresiarca del Sud enseñando a las turbas hambrientas de verdad y justicia social, que la religión es sentimiento individual independiente de todo sacerdocio; que el Padre de los hombres y de las cosas se ‘adora en espíritu y en verdad’. Era una revolución dentro de la revolución”.10
De este ser humano excepcional, decía también el historiador Vicente Fidel López que era un “virtuoso misionero de paz y de riqueza”. ¿Y ustedes se preguntan aún en que consiste la que se dio en llamar la Ley de Ramos? Don Francisco le escribe a Balcarce una nota para hacer pensar y evitar matanzas inútiles: “Quiere contener los excesos de los Indios imprudentes, y ¿por que no contiene y enfrenta a sus Christianos, y a cuantos provocan y necesitan las desesperaciones de los Indios?”.
Clemente Ricci va a decir con respecto al Francisco Teólogo:
“En el campo teológico, especialmente, el contraste entre Lacunza y Ramos Mejía es irreductible. En Lacunza el teólogo católico nunca desaparece: y jamás en Ramos Mejía el teólogo luterano”.
Esto recuerda Carlos A. Altgelt, un descendiente de una rama de los Ramos Mejía y de los Ross.11
“El Pastor Luterano depositó cuidadosamente su gastada Biblia sobre el pulpito de madera y miró con cariño a su congregación. La iglesia de Krefeld no estaba llena, pero los feligreses allí presentes esperaban ansiosos el comienzo de su sermón. Creyentes como él, todos seguían una laboriosa vida de ética cristiana, confiados, pero a la vez temerosos de un Dios todopoderoso… Cuando terminó el servicio, rezó una rápida plegaria por el alma de Christine, su primera mujer, que había muerto 14 años antes, después de haberle dado cuatro hijos. Cerrando la puerta de madera detrás de él, apuró el paso para llegar a casa, donde le aguardaban, su segunda mujer, encinta de su quinto hijo. Pero no uno, si no dos niños nacieron esa noche.”
Recuerda que un 14 de marzo de 1749, a bordo del buque El Gran Poder de Dios, también conocido como El Amsterdam, Gregorio Ramos Mejía llega a Buenos Aires; luego recuerda a la segunda esposa de este español: María Cristina Ross, hija de Don Guillermo Ross, “disidente escoces”, y a su famoso pariente don Francisco H. Ramos Mejía.
En sus memorias de familia ubica a Don Francisco como un místico estanciero y señala que en su pensamiento escolar recordaba a ios “indios como sinónimo de malón” y se los imaginaba atacando a los blancos… y los blancos, bueno, ahí la mente se confunde y se entremezclan, por lo general, los indios eran “los malos”. También recordaba a su pariente Ross, el disidente que fue a morir en el Alto Perú (hoy Bolivia) y en donde estuviera trabajando Francisco, a quien reconoce su preocupación por el aborigen y que los tratara de igual a igual.
Hay que apuntar aquí que viviendo en La Paz, y antes de volver a Buenos Aires, en el establecimiento Miraflores, trabajaban los naturales en condiciones inhumanas en la explotación de los cocales. Es notorio que a Don Francisco no se le pudo pasar esta situación, ni tampoco haber pasado por alto las luchas por la liberación de Tupac Amaru unos años antes. Elementos históricos y vivenciales que fueron formando la idea de igualdad en su experiencia personal, y que va a mostrar años más tarde, cuando determina poner el mismo nombre a su estancia (Miraflores) pero transformando la tierra en un ámbito distinto, donde pudieran convivir los blancos y los hijos de esta tierra.
Ese despertar religioso por la libertad que exaltó la Biblia e inspiró la Fe y le cambió la vida a Francisco Hermógenes Ramos Mejía, finalmente un protestante explícito y autóctono, que trató de reformar el pensamiento encapsulado (ortodoxo) de su época, tuvo también acompañantes a fines del siglo XVIII y principios del XIX, quienes trataron de que también otros pudieran leer las Sagradas Escrituras en otras versiones, que no eran como La Vulgata que él tenía en latín. Uno chileno, y salido de la misma iglesia, el jesuíta Manuel Lacunza (1731-1801) quien debió protegerse de los inquisidores, y el otro Diego Thomson.
El Pensamiento Teológico de Francisco H. Ramos Mejía
Si bien se podría hacer comparaciones con el pensamiento del jesuíta Lacunza a quien Francisco leía y confrontaba, en un momento en que la apocalíptica era una materia de revisión dentro del cuadro de la época, difícil, revolucionaría, de movimientos de cambio y con la necesidad de encontrar respuestas y esperanzas donde un nuevo mundo fuera posible con justicia y paz; sin embargo vamos a remitirnos a considerar el abandono de la ortodoxia católica por su parte, y la apertura a una línea netamente protestante, luterana-calvinista, que le permite un paso que va desde la ortodoxia de la iglesia hegemónica, herencia de la Corona española, hacia un protestantismo pietista-puritano. Una ortopraxis.
Fundamentalmente, considera la Biblia como única fuente y suficiente para cualquier forma de verdad, sin considerar la línea católica que integraba la doctrina de su fe, incluyendo la tradición como elemento indeclinable. La salvación considerada por los católicos bajo el tema de la fe y las obras, es considerada por Francisco, al igual que Lutero como una gracia, cuyo resorte es la sola Fe. Es decir, al igual que
Martín Lutero, la única fuente reconocida: “Sujetémonos a lo que nos digan las Escrituras de Dios, y no la de los hombres! ¡Hombres que tanto se contradicen!”.
“Como para todo heterodoxo, como para todo verdadero reformado del siglo XVI, no hay para él más libro que la Biblia, ni más autoridad que la Biblia en el universo entero. La Biblia, para él, es la palabra inspirada, de Dios; ella encierra todo lo que el hombre necesita saber, todo el secreto del pasado y del porvenir.” En cuanto a la Fe: “Lafee. Y las obras, es lo mismo que decir, si lo que se sabe está de acuerdo con lo que se obra. Luz, Ley, Fee, o Verbum Dei, todo es uno” 12
El concepto de que el justo vivirá por la Fe tiene su raíz en el A.T., encontramos en el libro de Habacuc, en el Cap. 2, v. 4 el siguiente mensaje: “…que los malvados son orgullosos, pero los justos vivirán por su fidelidad a Dios”. Tema que va a proseguir el Apóstol Pablo en la carta a los Romanos, el descubrimiento que va permitir a Lutero cambiar el rumbo de su vida, y también el encuentro de la certeza de su salvación, como ocurrió con J. Wesley, y con Francisco, entre otros.
Cabe acotar respecto a la Biblia propiedad de Francisco, la Vulgata anotada en latín por él mismo, fue destruida por una nieta, al enterarse de que esa biblia iba a ser objeto de un examen, por lo que mandó que se la trajeran y la arrojó a la estufa que tenía adelante.13
La iglesia Católica Romana como institución, y siguiendo con el concepto del primado de Pedro y sus sucesores, Vicarios de Cristo, tiene una cabeza invisible en Cristo y visible en el Obispo de Roma. Para Francisco, sólo Jesucristo era su cabeza, invisible, pero presente en la iglesia. La idea de que el sacrificio de Cristo se repite en cada misa era rechazada por la creencia de que Cristo efectuó el sacrificio, suficiente, una vez y para siempre. Con respecto al sacerdocio y su continuidad, él piensa que el sacerdocio levítico quedó extinguido. Respecto a estos temas Francisco dice:
“Los que tenemos Lee, estamos ciertos, y evidentemente convencidos, de que Jesu-Christo es nuestra Cabeza visible, y muy visible. Estamos ciertos, que la Cabeza del Papa de Roma no es absolutamente invisible, increíble, e impropia. Si sabemos la constitución de la creación, también sabemos que lo vemos a Jesu-Christo. ¿Qué tienen que ver los Cristianos con el Rey de Roma?”.
En otro orden, consideramos el tema de la eucaristía, y los símbolos del pan y el vino: para la iglesia Católica Romana estos elementos se transforman en el cuerpo y la sangre reales de Cristo (transustanciación), en cambio para Francisco, sólo es una conmemoración y recordación. No acepta ni la transustanciación ni la consustanciación. Con respecto al primado de San Pedro y la idea de la sucesión de éste como Jefe de la Iglesia y vicario de Cristo, es desechada totalmente.
Respecto al punto anterior que tiene que ver con el sacerdocio señala:
“ (…) El autor avisa a todo el mundo que destruido, o concluido el Antiguo Testamento en virtu del Nuevo Testamento, por eso es que no debe haber Sacerdotes, ni repetición de Sacrificios, ni diarios, ni anuales: en atención a que el Sacrificio que una sola vez. ofreció JesuChristo de su Cuerpo, basta y sobra con esa sola vez. para borrar los pecados del mundo, de entre todas las generaciones del Mundo desde Adán hasta su fin. .. .extinguido el sumo Sacerdocio Levítico como dice el Maestro y Apóstol, ya no quedó más Sacerdote que JesuChristo” No hay más Sacerdote verdadero que Jesu-Christo, Dios y Hombre. Los demás, todos son falsos: nadie los ha puesto”
En consideración a la Santa Cena comenta:
“…así como adorando a una piedra, sería idolatrar, el decir esta piedra es Christo; así también con decir, esto es JesuChristo, no se puede salvar la Idolatría en el poco de arina (sic), y poco de vino; donde además de eso se añade que se debe adorar al mismo Padre, y Espíritu Santo, supuesto que allí se adora al Hijo. A quien se calle en este punto no se le admite justificación alguna”.
Fundamentalmente y según entendemos desde su origen a la fecha, estos elementos son la base fundamental de la teología protestante, sin lugar a dudas. Estas concepciones de Don Francisco están acordes con la escritura con respecto a la conmemoración de la salvación obrada por el sacrificio vicario de Cristo en la cruz y al mismo tiempo un acto de recordación de la bienaventurada esperanza de su regreso, y de hecho celebrando la vida.
En estas breves comparaciones entre el pensamiento teológico de Francisco Hermógenes Ramos Mejía, podemos en principio reconocer las diferencias que tenía con el jesuita M. Lacunza,. y las cuales dejó apostillada en los márgenes de los libros que de este autor tenía y que hasta hoy están desaparecidos, pero que tuviera en su oportunidad el Profesor Clemente Ricci en sus manos, por gentileza del Dr. Alejandro Korn.
En cuanto al tema de la Segunda Venida, que es el tema recurrente de Lacunza y de otros personajes que fundamentaban sus esperanzas en el advenimiento prometido, es de hacer notar que todos los cristianos, ios que creemos en la resurrección, de hecho también tenemos presente su promesa, pero el énfasis, mientras esperamos confiados, está puesto en proclamar las buenas nuevas de la gracia de nuestro Salvador para el mundo que está sin Cristo y sin esperanza, haciéndoles conocer que hay oportunidad de salvación para los que creen, sólo por Fe, por la gracia de Dios en Jesucristo.
Respecto de la guarda del sábado, no es el propósito de este trabajo discutir el tema, y para el caso puntual de lo que a Francisco atañe, diremos que no hay documentos de Francisco que avalen fehacientemente su preocupación por un día u otro. Es probable que Francisco Ramos Mejía y el cura Castañeda no hayan tenido oportunidad de encontrarse y confrontar sus ideas.
De hecho no es descabellado pensar que sería muy difícil endilgarle una traición a la patria por solamente el hecho de pacificar los naturales. Era más factible acusarlo de algo más simple y definitivo a los ojos de los religiosos como la santificación del sábado y, como dijimos al principio, que a pesar de haber hombres liberales y que también ayudaron y hasta redactaron documentos, y hasta la constitución, en donde se agregaba al aborigen respetando su libertad y posibilidad de integración a los destinos del país, —tales como San Martín, Monteagudo, Juan José Castelli, Pazos Kanki, etc.— se pensó en un tema relacionado con lo judío para desacreditarlo a los ojos de la cultura de su tiempo. Y seguramente Francisco, así como pensaba en el fin del sacerdocio levítico del A.T., por la nueva revelación del N.T., obviamente y conociendo los escritos de su Maestro el Apóstol Pablo, no habría pasado por alto el día del Señor.
Téngase en cuenta también, que no sólo Don Francisco tenía en sus estancias la compañía de los llamados infieles, también en los Cerrillos la Estancia de Juan Manuel de Rosas, de hecho enemigo de éste, contaba con acompañamiento de aborígenes. Solamente que mientras en los campos del primero, al decir de algunos, vivían como en un convento, en el otro la vida de éstos se parecía más a la de un cuartel. Evidentemente los intereses eran distintos, y se verían luego en el devenir de la historia.
En un tiempo en que Rivadavia propiciaba una ley de culto para que los extranjeros que estaban en nuestras tierras pudiesen rendir culto a Dios, respetando sus creencias, y sólo la salvedad de que lo hicieran en su idioma, en el mismo tiempo se confinaba a un ciudadano ilustre por el sólo hecho de pensar diferente.
Conclusión y consideraciones finales
Podríamos encasillarlo dentro de una línea religiosa cualquiera, tratando de justificar algunos de sus pensamientos como “dentro de tal o cual línea confesional”. Aunque inferimos que tuvo lecturas y conocimientos diversos en su paso por La Paz, Chuquisaca, Tomina, Pacajes, con franciscanos y jesuítas, y que conoció por referencia las necesidades de discriminados y excluidos, que vivió en un ambiente donde la tolerancia religiosa y las ideas de la ilustración y el pensamiento liberal lo enriquecieron. Pero, ¿cuál es el lugar dentro de su fe?
Sabemos que era católico por tradición y cultura del pueblo donde se formó. Que era reconocido piadoso desde pequeño. Que era un alma sensible, amante de la música, educado en un ambiente cristiano y respetuoso. Luego sabemos que adjura a la fe católica por propia voluntad14 y que comienza a aplicar sus conocimientos y pensamientos originales en una práctica, para algunos heterodoxa, pues no era la establecida. Pensaba en cuanto a sus principios teológicos en la línea de Lutero, de Calvino en alguna forma, ¿que era pietista, puritano, místico, un hombre de avanzada, reformado, anglicano, presbiteriano, metodista? Podría ser. Su familia, el entorno social, los inmigrantes de naciones de Europa que venían con su bagaje de religiosidad diversa, pero esencialmente protestantes, comerciantes, militares, buscadores de un nuevo mundo, algunos escapando de la intolerancia de sus pueblos y religiones de origen, lo que sí es seguro es que era un Cristiano de verdad, y protestante total y explícitamente el primero que se conoce en nuestras tierras. ¿Un reformador? Lo intentó. ¿No pudo serlo? Sin embargo aún hoy se lo recuerda y se comienza a estudiar su vida y su pensamiento.
Recorrió el camino de la ortodoxia católica, estudio permanentemente la biblia, era un hombre de oración, haciéndose paso hacia un protestantismo pietista-puritano, no sólo en su pensamiento y principalmente con un ejemplo que no dejó lugar a dudas.
Francisco Hermógenes Ramos Mejía va a terminar sus días confinado en su Estancia Los Tapiales en el año 1828. Lo estuvieron velando durante tres días, esperando quizá se le pudiera dar cristiana sepultura, pero como a un disidente, un hereje, no se le presto la atención normal y cristiana que la iglesia debía como guardiana de los hijos de Dios, la actitud muestra claramente que finalmente lo estigmatizó. El que durmió en la paz del Señor tuvo el reconocimiento de sus amigos que residían con sus toldos dentro de los campos de Los Tapiales. Se dice que unos cuantos de los muchos que él cobijó con afecto entrañable, sacaron la caja con el cuerpo de su amigo de su casa y se dirigieron campo afuera hacia el oeste, hasta internarse y perderse en el espacio de la pampa que tanto amara, quedando en el más guardado de los secretos el lugar donde descansa Don Pancho, como lo llamaban cariñosamente y con respeto, los hijos originarios de esta tierra.
1 Roberto Di Stéfano, El Pulpito y la Plaza, Siglo XXI Editores, colección de Historia y Cultura, p. 93. Buenos Aires, 2004.
2 Cabe acotar que la esposa de Gregorio y la de Olaguer y Feliú, tenían sangre Ross, y tal vez este parentesco también explique esa especie de “parte de casamiento”. Enrique Ramos Mejía: Los Ramos Mejía, apuntes históricos, Emecé Editores, Bs.As., 1988, p. 37.
3 A.G.N. Toma de Razón de despachos militares, cédulas de premios, retiros, empleos civiles y eclesiásticos, donativos, etc. de 1740 a 1821, Lib.46, folio 59.
4 A.G.N. Esta y la anterior designación se encuentran en las Tomas de Razón que abarcan los mismos períodos, una en el Lib. 43, folio 181 y la otra en Lib. 36, folios 241, 144, 248 y 267.
5 Cf. Daniel Hammerly Dupuy, Defensores latinoamericanos de una gran esperanza, Bs. As. Casa Sudamericana, 1954, p. 118.
6 José María Pico, en “Cuando los místicos van al Desierto”, diario La Prensa, suplemento dominical, 16 de marzo de 1986.. Bs. As.
7 Padre Juan Antonio Presas, “Nuestra Señora del Buen Viaje Morón”, Artes Gráficas Salesianas, Bs. As., 1972, p. 125.
8 Ob. cit., pp. 80-83.
9 C. Ricci, Un Puritano Argentino, La Reforma, Septiembre 1913, p. 4-11.
10 C. Ricci, Francisco Ramos Mejía, Un heterodoxo argentino, La Reforma, Julio 1923, p. 8.
11 Carlos A. Altgelt, Portada interior, de “El Ancho Camino de la Mediocridad”, edición personal del autor para sus familiares. Uno de los ejemplares se encuentra en la Biblioteca del Jockey Club Argentino.
12 Francisco Ramos Mexia. Un heterodoxo argentino como hombre de genio y como precursor. P. 21.
13 Comunicación de Clemente Ricci al Instituto de Investigaciones Históricas de la Facultad de Filosofía y Letras, publicada en su Boletín, bajo el título “Destrucción de un documento Histórico. La Biblia anotada por Ramos Mexia entragada a las llamas”.
14 Ibíd: El Padre Presas cuando habla de que Francisco abjura la Fe Católica y lo señala corno hereje. Menciona un documento y que en el año 1972 en que registra la obra citada, estaría en la Curia Metropolitana. Pero no pude tener acceso a la misma y la mencionan como quemada en un incendio en el año 1955.