Una hermenéutica desde la perspectiva pastoral
Teología e Historia, Volumen 2, Año 2004, pp. 27-42 ISSN 1667-3735
A José
Introducción
Como es sabido, la historia se reescribe continuamente porque cada presente puede y debe formular nuevas preguntas al pasado. Esas nuevas preguntas se acompañan de otro fenómeno: la búsqueda del cambio, modificación o renovación de los marcos teóricos con los que trabajamos. Gracias a estos dos componentes un mismo acontecimiento histórico puede verse desde otra perspectiva, abriendo los horizontes de su comprensión.
Aquí recorreremos un camino inverso: la observación del presente a partir del conocimiento del pasado. Nos aventuramos por estos rumbos sabiendo que en general los historiadores se niegan a analizar los hechos más recientes a la luz del pasado, invirtiendo su acostumbrada rutina, por temor a perder una nunca lograda objetividad. Pero todos reconocen que el presente no puede entenderse sin el conocimiento de lo que fue.
Sin embargo, si como afirmaba desde los comienzos historiográficos grecoromanos Marco Tulio Cicerón en su Oratore “(…) la historia es testimonio de los tiempos, luz de la verdad, vida de la memoria, maestra de la vida, anuncio de la antigüedad”, deberíamos estar más dispuestos a analizar el presente a la luz del pasado.
El tenor de esta introducción se debe a que esto es lo que nos planteamos como tarea en este artículo: observar la realidad de nuestras congregaciones metodistas —la elección está condicionada solamente porque son las que mejor conocemos— a la luz del conocimiento de la Historia Antigua del cristianismo.
El punto de partida
Durante el año 325 unos 300 obispos de las iglesias cristianas, en su mayoría de la parte oriental del Imperio, se reunieron en Nicea para discutir diversos temas eclesiásticos, convocados por el Sumo Pontífice, es decir por el emperador Constantino en su calidad de tal. Uno de los productos de las sesudas sesiones del Concilio fue la enunciación del símbolo niceano, en torno al cual se unirían no sólo las iglesias de todo el Imperio, sino el Imperio mismo, según lo quería la voluntad política del emperador. El Credo quedó formulado como sigue:
“Creemos en un Dios Padre Todopoderoso, hacedor de todas las cosas visibles e invisibles.
Y en un Señor Jesucristo, el Hijo de Dios; engendrado como el Unigénito del Padre, es decir, de la. substancia, del Padre, Dios de Dios; luz de luz; Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no hecho; consubstancial al Padre; mediante el cual todas las cosas fueron hechas, tanto las que están en los cielos como las que están en la. tierra; quien para nosotros los hombres y para nuestra salvación descendió y se hizo carne, y se hizo hombre, y sufrió, y resucitó al tercer día, y vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos; Y en el Espíritu Santo”.
Todo lo que se apartara de esta formulación fue considerado herejía y la mirada no se dirigió sólo hacia el futuro, sino especialmente hacia el presente y hacia el pasado. Se aplicó así también hacia atrás este criterio de verdad, que se discutiría y se aliñaría en los próximos siglos, constituyéndose en dogma.
Como es sabido, los desarrollos teológicos de los primeros cuatro siglos del cristianismo habían sido múltiples hasta el intento de fijación del dogma en Nicea. Pero habiendo sido elegido por Constantino el cristianismo como la ideología que asegurase la unidad del Imperio, no se podía tolerar la diversidad o la disidencia. Esta postura coincidía por motivos diferentes con la de la mayoría de los obispos que habían elegido el modelo monárquico obispal como el mejor para organizar y gobernar la Iglesia llamada católica. En consecuencia y de allí en más se llegó progresivamente a la censura y a la persecución de lo diferente, camino que cristalizará en el Edicto de Tesalónica, emitido por el emperador Teodosio en el año 380.1
Pero, justamente, lo que ha llamado mi atención es que lo que allí se calificó como herejías y que algunos estudiosos —entre los cuales me incluyo— preterimos llamar “heterodoxias”, a pesar del intento de eliminación y de censura que se origina en dicho Concilio y que incluyó por cierto la quema de escritos, han seguido presentes a través del tiempo, manifestando una y otra vez los diversos y a la vez, paralelos caminos cristianos de entender teológicamente la fe. Podríamos hablar de las mil máscaras vivas del cristianismo, parafraseando a Joseph Campbell, en su libro Las máscaras de Dios.2
El marco teórico
Estas observaciones me llevaron a recuperar y aplicar a la observación de esta particularidad de la historia del cristianismo, viejas teorías, descartadas en su momento por razones políticas, y que ahora adquirieron un nuevo sentido y me brindaron el marco teórico adecuado a las observaciones que me suscitaba la doble experiencia de docente y predicadora de la Iglesia Metodista.
La principal de esas teorías a la que aludo es la llamada “difusionista”, teoría antropológica conocida y descartada por su vicio de aplicación, más que de origen, ya que fue la que brindó marco teórico con pretensiones de cientificidad a la ideología nazi acerca de la superioridad aria. Pero tuvo otros frutos realmente importantes, que por razones políticas —repito— fueron dejados totalmente de lado y que en épocas posteriores a la II Guerra Mundial, fueron rescatados desde otros marcos geográficos e históricos, por ejemplo por estudiosos norteamericanos.
¿Qué es el difusionismo? El difusionismo como tal fue enunciado por Leo Frobenius en 1898, en Alemania, que propuso el análisis de diferentes culturas a partir del concepto de la Kulturkreislehre (teoría del área cultural). A partir de observaciones aportadas por el fundador de la antropología alemana, Adolf Bastian, identificaba un continuum cultural primitivo que se extendía desde la Europa central y del norte, al Africa occidental ecuatorial, y por el este, hasta la India e Indonesia, Melanesia y Polinesia, y, a través del Pacífico, hasta la América ecuatorial y la costa noroeste de América. De allí a su vez esta cultura originaria se habría difundido por toda América, hasta Tierra del Fuego, por lo que en sus postulados más extremos las puntas de flecha que utilizaban los onas, habitantes de esa región, habrían sido inventadas en realidad, por los pueblos de origen ario de la región prusiana de Alemania.3
Esto significó en realidad una reformulación de la anterior teoría de Adolf Bastian4, que lo que había hecho era sacar conclusiones de las observaciones realizadas durante sus numerosos viajes, sobre la semejanza de expresión de lo que llamó ideas elementales culturales, entre las cuales, por supuesto, estaban las ideas religiosas, enunciando la posibilidad de un desarrollo paralelo, y no por contagio, como afumará luego el difusionismo, adhiriendo a un enfoque teórico evolucionista múltiple, que era realmente novedoso para la época. Estas observaciones llegarán a influir años más tarde en la enunciación de la teoría de los arquetipos de Karl Jung.
Bastian creía, sin embargo, que las Völkergedanken —es decir las ideas particulares de los pueblos— se desarrollaban en forma particular en las diferentes sociedades debido a circunstancias cambiantes y al pasado histórico propio de cada pueblo. Pero lo que retomamos de sus afirmaciones es que, según las observaciones recogidas en sus estudios comparados de los pueblos que frecuentó, pudo reconocer un conjunto de ideas elementales o Elementargedanken.
Las ¡deas elementales, como propondrá más tarde Jung con sus arquetipos, eran comunes a la humanidad. Para probar su creencia en la unidad psíquica de la humanidad, Bastian procedió a recoger datos de artefactos y comportamientos parecidos en los diferentes pueblos que visitó, que fueron muchos y en grado muy diferente de desarrollos civilizatorios.
Una vez terminada la II Guerra Mundial, esta teoría fue abandonada con el objetivo explícito de desactivar la ideología nacionalsocialista que postulaba la superioridad del pueblo ario, y lúe reemplazada por otras que en lugar de destacar las semejanzas entre los pueblos y sus culturas, incluyendo en esto por supuesto a la religión, buscaban establecer particularidades y diferencias. Entre ellas, la enunciada por Levy-Strauss y el estructuralismo francés por él impulsado, que postuló que en realidad si queríamos conocer a los pueblos que estudiábamos debíamos encontrar qué los caracterizaba y eso sólo se lograba ubicando las diferencias, no las semejanzas, aun partiendo del concepto de estructura común.5
Eso en historia abonó teóricamente entre otras cosas el camino de reemplazo de la periodización tradicional (evolucionista lineal: Antigua, Media, Moderna y Contemporánea) por otra que proponía estructuras sociales diferentes que cambiaban dando saltos cualitativos de un Modo de Producción a otro. Así en base a Marx, y especialmente con sus Furmensgeschichte en mente, se postuló para el análisis histórico el Modo de Producción Asiático, el Esclavista, el Feudal y el Capitalista. Pero lo que nos interesa es —además del recuerdo teórico que formó una generación de historiadores argentinos— que se tomaron en cuenta las diferencias para caracterizar a cada Modo de Producción. El análisis era mucho más complejo —aquí en realidad estarnos simplificando para la exposición— pero el énfasis estaba en encontrar lo diferente.6
Pero ahora, al volver de los tiempos, Jung está nuevamente en el tapete con sus arquetipos comunes a todo ser humano que explican muchas ideas y procesos semejantes encontrados en los más diversos pueblos, y Bastían, que había sido recuperado por estudiosos de las religiones como Frazer y Joseph Campbell entre otros, es revalorizado por lo que dice y no por su utilización política posterior Campbell, como Bastían, habla explícitamente de las Elementargedanken y de sus manifestaciones particulares como Völkergedanken en su análisis histórico y fenomenológico de las religiones.7
Nuestras congregaciones
Pero sin ir a la comparación entre religiones como hace Campbell, es decir, si nos quedamos dentro mismo del campo del cristianismo, podremos observar cómo a través del tiempo y del espacio occidental existen ideas religiosas elementales, las mismas que fueron calificadas como herejías por Nicea, que perviven y conviven incluso en el presente, dentro de nuestras propias congregaciones.
Esto nos lleva sin duda a la identificación de constantes en la historia del cristianismo, que si afinamos un poco el oído, podremos encontrar con facilidad en las diferentes denominaciones o iglesias, incluyendo en esto a la Iglesia Católica. Por cierto, esto habla bastante mal de los heresiólogos del siglo II y de Nicea, en el siglo IV, puesto que comprobamos una y otra vez que fracasaron en su cometido, para desesperación de la iglesia postconstantiniana, tal vez simplemente porque su misión era imposible. A pesar del imperialismo ideológico y de la búsqueda de la homogeneización globalizante propia de los imperios, la pluralidad siguió existiendo.
Por eso es que hoy señalamos estas constantes en las formulaciones dentro del mismo cristianismo, que perviven como si no hubieran existido siglos completos de controversias doctrinarias sobre el tema.
Pervivencia de las heterodoxias
Podríamos comenzar dando un ejemplo histórico más alejado de nuestro complicado presente: el de los cátaros o albigenses.8 La llamada herejía cátara se desarrolló en la Francia meridional y en la alta Cataluña durante los siglos XII y XIII, y se llamó también “albigense” por la ciudad de Albi, donde la secta tuvo su principal sede. Entre ellos podemos encontrar una postura maniquea dura, junto con un docetismo declarado, fruto de su desprecio por la materia.9 Todo eso se suponía combatido, superado y terminado en el siglo IV
Pero si efectivamente nos queremos involucrar con el presente y analizamos nuestras propias congregaciones, encontraremos que muestran abiertamente, y a veces sin saberlo, un interesante espectro de las actitudes y creencias religiosas catalogadas como herejías por el cristianismo posteonstantiniano. Lo interesante es que solemos no percibirlo porque, entre otras cosas, hoy por hoy a nadie le interesa etiquetar de herejes a laicos o pastores que explicitan formulaciones teológicas no niceanas.
Por gentileza de Noticias Ecupres, recibí esta comunicación que mostró que, sin embargo, hay formulaciones más conscientes que las nuestras:
Asunto: “No hay Dios celestial”, dijo pastor luterano.
Fecha: 25/06/2003
Ginebra (PE/ENI). “No hay Dios celestial, no hay vida eterna, no hay resurrección. Ese es un lenguaje que nunca me apeló”, afirmó el pastor Thorkild Grosboll, de la Iglesia Luterana en Dinamarca. Esa declamación de Thorkild Grosboll apareció en una nota del semanario Weekendavisen, a fines de mayo, levantando una fuerte controversia. Al ver las consecuencias de sus declaraciones, Grosboll se comunicó inmediatamente con su obispo Lise-Lotte Rebel, de la Diócesis de Helsingor pero éste igualmente decidió suspenderlo en sus funciones. Las aguas se dividieron en la iglesia, donde Grosboll es pastor. Algunos se escandalizaron por esas declaración, es mientras que otros apelaron contra la suspensión de Grosboll diciendo que “si no hay lugar para nuestro pastor en la iglesia, tampoco lo hay para muchos de nosotros”. En declaraciones públicas, el Obispo Rebel sostuvo que “no hay dudas que el pastor cometió un acto contra la confesión de fe de la iglesia” y acusó a Grosboll de “crear confusión sobre los valores de la iglesia ” mientras que Grosboll se defendió alegando una errónea interpretación de sus palabras. (…) Grosboll también recibió el apoyo de algunos teólogos como Theodor Jorgensen, de la Universidad, de Copenhague, quien manifestó que “Grosboll representa la teología, secular donde el ser humano es hecho divino”. (…)
Como ustedes perciben, esto más que no niceano es antiniceano. En la Edad Media este pastor hubiera sido llevado ajuicio por la Inquisición y quemado, sin ninguna duda.
Pero nuestra realidad nos brinda algunos ejemplos, catálogo no exhaustivo al que sin duda cada lector podrá añadir alguna anécdota propia.
Tal vez nos sea posible identificar una negación del A.T. tan explícita como la que hizo Marción10 en el siglo II de nuestra era, pero esa negación está presente por omisión, o por simple rechazo de algo que no se entiende o se entiende poco y mal, situación que es bastante común en nuestras congregaciones. Simplemente notemos que, a pesar de que la predicación dominical se debe centrar en el Evangelio, siempre hay en el Leccionario un texto del Antiguo Testamento (dos si contamos los Salmos) que acompaña o fundamenta el texto del Nuevo Testamento. Estas citas raramente son aprovechadas por nuestros predicadores para hacer una lectura comprensiva y responsable de la totalidad de la Biblia que decimos aceptar. Generalmente se las lee durante la liturgia sin comentarios adicionales posteriores. Y a lo sumo hay una mención desde el Evangelio, si la lectura es muy significativa para el cristianismo, como es el caso de los Cantos del Siervo en el Déutero Isaías.
Nuestras congregaciones desconocen casi por completo el contenido, la riqueza y la revelación de Dios contenida en el Antiguo Testamento que como Iglesia cristiana decidimos aceptar como parte de nuestra fe. Y si no, nótense simplemente los apuros que pasamos cuando tenemos que hacer buscar una cita del Antiguo Testamento a nuestras congregaciones.
Como anécdota curiosa, un miembro de una de las congregaciones en las que prediqué y enseñé, rechazaba conscientemente todo el Antiguo Testamento en bloque, porque como Marción se negaba a identificar al Dios de la Historia salvífica del Israel antiguo, con el Dios revelado en Jesucristo. Pero en cambio, contra Marción, adhería fervientemente a Santiago, como epístola que le brindaba el código ético —paradojalmente el del judaismo que quería dejar fuera— que de otro modo tenía que desimplicar de la predicación del Evangelio. Es que, otra vez, como Marción, se quejaba de la falta de rigorismo moral de nuestro cristianismo.
Curiosamente otro miembro de la misma congregación se quejaba de que no predicábamos suficientemente al Dios de justicia del Antiguo Testamento (entendido como Dios de castigo) y demasiado al Dios de amor, que evidentemente no era lo suficientemente severo para este hermano. Es decir, este último estaba más en la línea del cristianismo judaizante que prosperó en Siria y Palestina.
Ni mencionar las cosas que afirmamos cuando se trata de hablar de la naturaleza de Jesús el Cristo. Allí oscilamos entre el docetismo más extremo y el monaiqnianismo11 adopcionista, a veces sin transición y en el mismo sermón. Es interesante, porque pese a los siglos de controversia doctrinal —que a mí personalmente siempre me asombraron, porque demostraban un esfuerzo consciente por definir el misterio, tentación casi imposible de soslayar por los seres humanos— seguimos con formulaciones cristológicas que ignoran los avances doctrinales y siglos de controversias.
¿Cuántas veces escuchamos que era imposible que Jesús sufriera en la cruz, porque era Dios en una formulación de una limpieza patripasiana admirable? ¿O cuando escuchamos hablar de un Jesús, que realizaba su misión, sin darse cuenta, como por casualidad? ¿O ayudado por los otros a entender lo que debía ser realmente su misión, ya que El, Jesús, el Hombre no se sabía Dios? La verdad es que ni Sabelio12 soportaría estas afirmaciones, que además van contra las formulaciones evangélicas de los primeros testigos. Por lo menos el pastor dinamarqués es totalmente consciente de lo que está diciendo. El dice “yo no puedo creer en esto”, “creo en esto otro”. Nosotros confesamos ser ortodoxos, es decir, seguir la recta doctrina, pero nuestros enunciados, ni siquiera conscientes, son de una pureza heterodoxa envidiable.
Podríamos multiplicar los ejemplos. Tengo unos cuantos y cual el maestro uruguayo José María Firpo que recogió definiciones de sus alumnos y las publicó en un libro de antología que se llamó ¡Qué porquería es el glóbulo!, podría seguir con las ilustraciones, pero creo que el punto queda demostrado.
Conclusión: ¿Un problema insoluble?
La conclusión podría ser simplemente la del título de esta sección si aceptamos que las formas del pensamiento heterodoxo están constituidas por ciertas ideas básicas que reaparecen a lo largo de la historia del cristianismo. Como Juan Wesley dijo: “Pensar y dejar pensar”, pensamiento ultraliberal si los hay, que tiene como consecuencia inmediata que estas ideas coexistan en nuestras congregaciones y que a nadie le moleste demasiado el problema de la pureza de la doctrina.
Pero podríamos avanzar un poco más estimulados por la lectura fascinante de Campbell. Es riesgoso, ¿pero no podríamos pensar que en realidad nos estamos saltando el corsé niceano de la ortodoxia y formulando nuestra fe de múltiples formas, porque son formas elementales del pensamiento religioso que no podemos evitar? O para decirlo de otro modo, ¿porque son definitivamente las diversas formas que el ser humano encuentra para definir lo que por definición es indefinible?
La siguiente frase se publicó en el portal de los Servicios de Koinonía y justamente creo que es la síntesis de lo que en realidad quiero expresar con estas reflexiones. Decía: “La religión es el mapa del territorio de la fe, no el territorio mismo”. Es decir, —y confieso que es mi manera de leer esta afirmación y tal vez no estrictamente lo que dice— la religión en sus distintas formas muestra los caminos diferentes que como seres humanos encontramos para comunicarnos con lo divino, pero no es lo divino en sí mismo.
Tal vez lo que debiéramos plantearnos es que si encontramos tan diversas formas de expresión posible de nuestra fe es poique en el fondo lo que decimos es única y exclusivamente que confesamos la existencia de lo divino, y lo decimos de las mil maneras posibles y con énfasis diferentes. Las formas particulares de expresarlo —que sería el equivalente a las Völkergedanken de los pueblos— en el mejor de los casos, tiene que ver con la historia teológica de nuestra denominación, o con nuestra historia personal, o con las dos cosas interrelacionadas entre sí y vaya a saber con cuántas cosas más, como por ejemplo las personas que más influyeron con su predicación o su testimonio en nuestra forma de vivir la fe.
Pero las constantes existen y una de ellas es la necesidad humana de manifestar la fe, lo que, según Tomás de Aquino, demuestra justamente la existencia de lo divino. Hay como una sed de Dios, la que nos recuerda el salmista, que efectivamente padecemos y que saciamos de diferentes formas, según nuestras posibilidades y a expensas de siglos de controversias teológicas, pero que nos recuerda una y otra vez que somos seres humanos que testifican acerca de la existencia de lo divino. A nuestro modo, como podemos, pero testimoniando a porfía como cristianos que Jesús es el Cristo.
1 El edicto dice: “Queremos que todos los pueblos situados bajo la dulce autoridad de nuestra clemencia vivan en la fe que el santo apóstol Pedro transmitió a los romanos, que se ha predicado hasta hoy como la predicó él mismo y que siguen como todos saben el pontífice Dámaso y el obispo Pedro de Alejandría (…) Decretamos que sólo tendrán derecho de decirse cristianos católicos los que se sometan a esta ley y que todos los demás son locos e insensatos sobre los que pesará la vergüenza de la herejía. Tendrán que aguardar ser objeto en primer lugar de la venganza divina, para ser luego castigados por nosotros, según la decisión que nos ha inspirado el cielo”.
2 Joseph Campbell (1904-1987) es un autor americano bien conocido por su trabajo en el campo de la mitología comparada. Nació en New York en 1904, y desde su temprana niñez se interesó en la mitología. Campbell se educó en la Universidad de Columbia, donde se especializó en literatura medieval y después de conseguir un master continuó con su educación en París y Munich. Mientras estaba en Europa tomó contacto con los estudios psicológicos de Sigmund Freud y Carl Jung. Así va moldeando su teoría de que todos los mitos y relatos épicos están ligados en la psique humana y son manifestaciones culturales de la necesidad universal de explicar realidades sociales, cosmológicas y espirituales. Afirmaba que las religiones, en su diversidad, expresan distintas metáforas que intentan en realidad explicar lo inexplicable.
3 Esta teoría tuvo su anclaje fuerte aquí en la Argentina, durante los orígenes de la escuela antropológica de la Universidad de Buenos Aires, bajo la guía y dirección del Dr. Osvaldo Menghin, austríaco simpatizante del nacionalsocialismo ele Alemania, que se radicó en la Argentina y fue mentor hasta su muerte de dicha escuela, dejando además alumnos convencidos. Los vientos setentistas acabaron con la hegemonía teórica de Menghin y sus discípulos que fueron reemplazados por otros estudiosos y otras teorías.
4 Adolf Bastian (1826-1905) que nació en Bremen, había estudiado leyes en la Universidad de Heidelberg y Ciencias Naturales en Berlín, Jena y Würzburg. En 1850 logró un grado doctoral de la Universidad de Praga. Después de esto viajó como médico de a bordo a Australia, Perú, México, y luego el Lejano Oriente, China, el archipiélago Malayo, India y por fin Africa. Esto lo llevó a escribir una primera obra llamada Der Mensch, in der Geschichte (1860). Estos viajes fueron también el comienzo de su trabajo etnográfico. Desde 1866 hasta 1871, exploró países asiáticos y volcó los resultados en otra obra Die Völker des östlichen Asien. Bastian enseñó luego en la universidad de Berlín. Mientras vivía allí fundó el Museo Etnográfico de la ciudad y la Sociedad Antropológica, Etnológica y de Prehistoria de Berlín. Bastian continuó con sus viajes alrededor del mundo a lo largo de toda su vida. Murió el año 1905, en Trinidad, España, mientras volvía de uno de ellos.
5 Las estructuras son semejantes en cuanto organizan los mismos cíalos, pero lo que las caracteriza son las diferencias.
6 El estructuralismo francés permitió que ingresaran datos que posibilitaban analizar las constantes del proceso histórico y, justamente, es ya un clásico uno de los libros de un historiador francés, Pierre Vilar, La Historia, que propone en esa línea la búsqueda de leyes del acontecer histórico, que inevitablemente llevan a buscar justamente las constantes de ese proceso, aunque él también caracterice a las estructuras por sus diferencias. Por supuesto, no es el único. El estructuralismo como método del análisis histórico tuvo una feliz carrera dentro de los ámbitos universitarios franceses y argentinos.
7 Creemos que Campbell es el que en forma más inteligente ha aprovechado esta postulación teórica para el estudio comparado de las religiones, dentro de las cuales, con total osadía para un estudioso occidental, incluyó al cristianismo en pie de igualdad.
8 Los cátaros creían en un dualismo absoluto y habían hecho una síntesis muy parecida a la del maniqueísmo del s. II. Para ellos existían dos principios: el bueno y el malo. El bueno creó los espíritus; el malo, la materia. Una parte de los espíritus cayeron y se debatían en la materia, expiando sus faltas y errores, sometidos a la reencarnación, ya que iban pasando de un cuerpo a otro hasta llegar, cumplido el ciclo de expiación, a merecer nuevamente las dichas celestiales. Afirmaban que Dios quiso salvar al género humano y envió a su Hijo, pero no a un Hijo consustancial con el Padre, sino un ángel con cuerpo de hombre aparente y como este ángel no había pecado tampoco tenía que sufrir su unión con la materia. De esta creencia se desprendía que Jesús no padeció ni murió, y por lo tanto, tampoco resucitó. María también era un ángel y de mujer solamente tenía la apariencia. La Redención, por tanto, era tan sólo las enseñanzas que dio Jesús para liberarse de la adoración hacia ese principio malo, y de la angustia y la tiranía de la materia. Los cataros, grandes defensores de la iglesia primitiva, consideraban que ésta, a partir de Constantino, había perdido su rumbo totalmente. Consecuentemente rechazaban la transustanciación, el purgatorio, la resurrección de la carne y la utilidad de rezar por los difuntos y el bautismo, por no reconocer santidad ni virtud alguna al agua bendita. Los templos, las imágenes, la cruz, también eran condenados por los cataros, pues Dios, según ellos, no moría en los templos sino en el corazón de sus fieles. El verdadero templo de adoración a Dios era el cuerpo del creyente.
9 El docetismo era una forma de solucionar vía pensamiento teológico, el problema que presentaba al razonamiento de raíz griega el hecho de confesar a un Dios encarnado. Si hay algo claro para la definición de lo divino, según el pensamiento griego filosófico en general, es que es lo contrario a lo humano, lo totalmente otro. Lo divino no sufre, no muere, no está sometido a ningún tipo de cambio, como lo humano. Eso tratando de definir lo indefinible vía negativa. Vía positiva, tratando de definir por analogía, lo divino es una especie de suprahumano. Todas las cualidades humanas con un prefijo omni le son atribuidas. ¿Cómo se puede entonces confesar que Jesús, el hijo del carpintero de Nazaree varón judío de nacimiento, juzgado por romanos y judíos como un criminal y condenado a la muerte más temida y humillante, la de cruz, es un Dios? Dentro de esta concepción teológica no se puede. La solución encontrada por el docetismo postula entonces que lo que se vio en la cruz era sólo la apariencia de un cuerpo humano. Cristo era un cuerpo aparante, una sombra… porque Dios no puede sufrir, no puede morir, no puede cambiar.
El maniqueísmo debe su nombre a Mani (216-274/7), su fundador, que vivió en Persia, de familia real. Su madre era judeocristiana. Realiza un sincretismo entre ideas judeocristianas e indoarias. Pero a su vez combina ideas del cristianismo con ideas del neoplatonismo. Su visión dualista del mundo pervive persistentemente en nuestra forma de encarar la vida: el mal y el bien, la derecha y la izquierda, el arriba y el abajo, lo femenino y lo masculino. La guerra entre la luz y la oscuridad es parte de esta visión del mundo que enfatiza las diferencias. El Padre de la Luz y el Príncipe de las Tinieblas se oponen en esta guerra. El iniciado debe alinearse con uno de ellos. El dualismo afecta también a la concepción del propio cuerpo: el espíritu se concibe como prisionero de la materia, fundamentalmente mala o degradada. Eso lleva a un desprecio del cuerpo, mirado como algo ajeno y se concibe a los deseos como pecaminosos, malos en sí mismos, porque responden a pasiones de la materia y no a aspiraciones del espíritu: existe por lo tanto un real conflicto con la sexualidad humana. Esta postura común con otras corrientes cristianas llevó a posiciones extremas de rechazo del cuerpo y a tratar de enclaustrarlo en actitudes ascéticas y de castigo y sadismo increíbles. En el maniqueísmo el ayuno es la expiación penitencial típica.
10 Herejía del s. II. Marción era originario de Sínope, de la región del Ponto. Sabemos que nació en familia cristiana, puesto que parece que fue excomulgado por su propio padre, en torno al s. II, que debe haber sido obispo. Hizo fortuna como armador de buques. Donó fuertes sumas a la comunidad de Roma, a la que perteneció durante un tiempo. Luego se separó, criticando la falta de rigorismo moral de esa comunidad y funda una nueva en su región de origen, que él no percibe como una iglesia diferente, sino como tina reforma interna. Intenta la vuelta a la Iglesia modélica de Hechos 3. Elabora un primer canon, sin el Antiguo Testamento. Sólo eran aceptadas las Epístolas paulinas y Lucas, pero expurgadas de cualquier connotación o cita judaizante. Básicamente sus afirmaciones apuntaban justamente a separar netamente el cristianismo del judaísmo, por lo que rechazaba el Antiguo Testamento en bloque y al Dios de justicia, que se concibe opuesto al Dios de amor del Nuevo Testamento. A su vez, enfatiza un dualismo bastante extendido en la zona griega del imperio, con fuertes y tradicionales raíces filosóficas que lo llevó al rechazo del cuerpo y de la materia, que adjudicó al creador malo del A.T Coherentemente, el matrimonio y la procreación eran vistos como colaboración con el dios malo: el creador, tal como lo habían hecho alearnos grupos encratitas y gnósticos de Asia Menor y Egipto.
11 El primero en hablar ele monarquianismo fue Tertuliano para designar a los patripasianos. Pero el término también se aplica a los monarquianos adopcionistas que están más cerca ele la concepción ele Jesucristo como un hombre, adoptado por sus méritos como Hijo de Dios. Un hombre, pero un hombre de excelencia en sus cualidades morales. A pesar ele que tradicionalmente es más fácil identificar formulaciones patripasianas y docetas, hoy en día el énfasis en la humanidad de Jesús nos lleva a posiciones monarquianas.
12 Predicador romano del s. III mencionado por Tertuliano como un exponente destacado del monarquismo patripasiano. Sobre lodo en Constantinopla se utilizó el término sabelianismo para hablar de la herejía occidental que se oponía a la formulación de Nicea.