Teología e Historia, Volumen 7, Año 2012, pp. 101-122 ISSN 1667-3735
Introducción
El lugar de las mujeres en el metodismo sin duda ha sido sobredimensionado. Por lo general se ha tenido sobre este punto una aproximación un tanto optimista, apostando por nuestra temprana importancia de la mujer en la iglesia Metodista. Es cierto que tanto el comienzo, como el posterior desarrollo del movimiento metodista en Inglaterra estuvo sostenido por mujeres, tal como lo afirma Inés Simeone en su artículo “Las mujeres en el metodismo naciente” citando la entrada de Wesley en su diario del 4 de abril de 1739 cuando este evoca el inicio de la obra en Bristol: “Al caer la tarde tres mujeres, arreglaron encontrarse una vez por semana con las mismas intenciones que las de las otras personas de Londres, para confesar sus faltas y orar unas con otras y así poder ser sanadas…”[1]
También es cierto que casi un sesenta por ciento de las participantes del movimiento eran mujeres y que muchas de sus líderes de clases y bandas y misioneras han sido mujeres. Ni que hablar del rol central que las mujeres metodistas han jugado en la tarea educativa, en su activa participación en la predicación laica y el activismo en las campañas de templanza y de servicio social, tanto en Inglaterra, en Estados Unidos y en sus misiones de ultramar. Como vemos hay elementos para la actitud triunfalista.
Sin embargo (siempre hay un pero), a la hora de encontrar mujeres metodistas en niveles de decisión dentro de las instituciones, la tarea no es tan sencilla. El núcleo fuerte organizador del metodismo británico antes y aún después de la muerte de Juan Wesley fue exclusivamente masculino. En los Estados Unidos hasta muy entrado el siglo veinte las mujeres estuvieron fuera de los organismos deliberativos y ejecutivos de la iglesia metodista episcopal. No podían ser miembros de las conferencias generales ni las anuales.
En el caso de que sus aspiraciones fueran el ser ordenadas presbíteras, su suerte no era distinta. Podían predicar y ser en algunos casos pastoras laicas, pero, a pesar de la afirmación protestante del sacerdocio universal de los creyentes, la ordenación femenina fue un derecho que les estuvo vedado hasta 1956. En muchos casos la categoría de diaconisas vino a presentarse como un “premio consuelo” sustituto a través del cual las mujeres podrían canalizar sus expectativas ministeriales, pero sin el poder simbólico derivado de una ordenación presbiteral.
El siguiente trabajo es la captación de una escena tal vez algo fugaz que pinta en parte este proceso. Es una investigación sobre las consecuencias producidas por la solicitud presentada a una Conferencia General de la Iglesia Metodista Episcopal en los Estados Unidos por Anna Oliver, una pastora laica que creía en su derecho de ser ordenada ministra en plena conexión. Las instancias de gobierno de la iglesia no creyeron posible tal derecho. El escándalo que este tema detonó abrió un proceso que recién se saldaría setenta años más tarde.
Nuestros hijos estarán tan asombrado de que hoy podamos justificar el sometimiento de la mujer basados en una ordenanza divina, de la misma manera en que hoy nosotros estamos asombrados de que los poseedores de esclavos y Judíos pudieran justificar divinamente el sometiendo de esclavos y Gentiles Obispo James W. Bashford (1880)
La historia de Anna Oliver es una entre otras, pero interesante por ser modélica. Son historias de mujeres que lucharon batallas por sus derechos dentro de una institución que no estaba dispuesta a darles la bienvenida.
Pero al mismo tiempo, esta es una triste historia muy particular, por dos razones: Por un lado, por su vida valiente y corta, interrumpida tan pronto, que, como Moisés, no pudo ver los frutos de sus esfuerzos. Por otra parte su batalla, aunque ella no pudo verlo, desenmascaró el rostro patriarcal del liderazgo de la Iglesia Metodista Episcopal, un rostro que, incluso después de ochenta años, fingió estar oculto bajo formalismos y protocolos, que aparentaban dar un lugar de igualdad a la mujer.
De hecho, Anna Oliver fue una de las primeras mujeres que enfrentó a la Conferencia General con la solicitud de ser ordenada como ministra en plena comunión. Lamentablemente su petición fue denegada y sus anhelos derrotados. Aquella fue una batalla muy disímil y desleal. No hay demasiada documentación sobre su vida.
En la historia oficial metodista del siglo XIX, fue casi una persona desconocida. Por eso ahora, su vida aparece ante nosotros, en una especie de difícil combinación de unos pocos parches separados. Sin embargo, aunque escasos, esos parches nos permiten averiguar, el tipo de manta colorida que la vida de Anna logró tejer.[2]
Este trabajo, sin embargo, no se centrará en su vida, sino en lo que ella ha detonado con su lucha, es decir: el tratamiento de su solicitud, los efectos y argumentaciones, que derivaron de su presentación a la Conferencia General de 1880 de la Iglesia Metodista Episcopal para ser ordenada y destinada a cargo de una iglesia metodista
La expectativa que esta resolución generó fue muy grande, especialmente para los que apoyaban la lucha por los derechos de la mujer, a tal punto provocó movilización en la opinión pública que el periódico The Woman’s Journal comisionó a un periodista permanente, en la Conferencia de la Iglesia donde se trataría su caso, para que oficie de corresponsal con el objeto de mantener a sus lectores informados de las circunstancias del debate.
En una de las primeras sesiones de la Conferencia fue aceptada una moción para invitar a una famosa luchadora por la Templanza, la Srta .Frances Willard para que esta hablara diez minutos sobre su tema. Esta decisión había sido interpretada como una señal positiva y auspiciosa para las mujeres, ya que la vieron como un buen augurio para el próximo caso: Anna Oliver. Así lo entendía el diario en su edición del 22 de Mayo, el reportero comentó: “Se espera un debate animado cuando el caso de la Srta. Oliver aparezca. La votación positiva para conocer a la señorita Willard es un indicador positivo sobre la opinión favorable de la Conferencia, pero el tema Oliver será la prueba máxima”[3]
Sin embargo, la manera en que la Conferencia General se sacó de encima el tema de la ordenación femenina fue bastante diferente a lo esperado.
El tema no fue discutido por la Conferencia de una manera profunda ni seria, tampoco se argumentó teológica ni bíblicamente. Por el contrario, la discusión nunca se llevó a cabo en el recinto, a causa de tecnicismos protocolares y telarañas interpretativas. Así el informe de la Comité que estudió el caso a la Conferencia del día 25 de Mayo fue breve y categórico:
Tras el examen y la investigación ellos (el comité) encuentran que no hay ninguna sociedad conocida como “Iglesia Metodista de la Ave. Willoughby”, en conexión con la Iglesia Metodista Episcopal, que el documento no es legítimamente presentado a la Conferencia General. Por consiguiente el Comité devuelve respetuosamente el documento a la Conferencia General sin considerar el tema en cuestión[4]
El tema había comenzado varias semanas antes cuando llegaron dos recomendaciones para la ordenación de Ana Oliver: una apoyada por la Conferencia Anual de Nueva Inglaterra, y la otra por la Conferencia Anual de Pittsburgh. Ambas presentaron la petición de la Iglesia Metodista de la Av.Willoughby en Brooklyn, que pedía la ordenación oficial de su pastora.
Ambas recomendaciones habían sido enviadas al Comité de Itinerancia de la Conferencia General con el fin de ser discutido. ¿Qué tipo de ilegitimidad la Conferencia General había encontrado en la solicitud Iglesia de Willoughby , teniendo en cuenta que su petición había sido tomada, apoyada y presentada a la Conferencia por dos Conferencias Anuales de la Iglesia Metodista Episcopal?.
Desafortunadamente, el poder por lo general se maneja con trucos de este tipo. Los “impedimentos técnicos ” siempre son esgrimidos por aquellos que no tienen argumentos lógicos para ganar una discusión en “juego limpio”, pero tienen el poder de decidir tendenciosamente quien ha ganado.
Tal vez, el reportero del The Woman Journal tenía razón, y un debate abierto en el recinto hubiese dado lugar a un resultado no deseado por los miembros conservadores de la Conferencia, por ese motivo la solicitud ni siquiera pudo salir del Comité, fue filtrado por este. Los ecos de esta decisión escandalosa pronto se extendieron por todo el país.
Uno puede afirmar que en esta situación, la Conferencia General no dio un buen ejemplo de ser una comunidad amorosa, el Boston Advertiser resume de este modo la acción de la Conferencia:
La votación sobre el tema reveló el hecho de que los conservadores habían ganado, pero la forma de la votación, preanunciaba que dejaría a la Conferencia en un dilema sin parangón ante el país. Fue una completa evasión del tema, y será conocido y recordado la manera en que cuatrocientos hombres se burlaron de una mujer en Cincinnati [5]
El Diario de la Mujer, de Boston también fue duro con la Conferencia:
“Este gran cuerpo, con una historia noble, y una de las denominaciones cristianas más serias, devotas y poderosas, todavía no ha tenido su ojo tan abierto a la verdad y a la justicia, como para tener a Cristo en su palabra … La Conferencia debería ser condenada no sólo por lo que hizo sino también por su manera de hacerlo. Hubo en los métodos seguidos un espíritu similar al que se muestra en el plano de los comités políticos.[6]
Era bien sabido que tres obispos, Simpson, Bowman y Haven simpatizaban con la igualdad de derechos para las mujeres, pero ellos callaron y por lo tanto aprobaron con su silencio la resolución conservadora. Así ironizaba el periódico:
¿Dónde estaba el obispo Simpson, siempre considerado como un defensor de las mujeres? O donde se le ha caído el manto del obispo Haven? La frialdad de reconocimiento privado, la indiferencia e indisposición pública para reconocer oficialmente a los pocos representantes dignos y talentosos presentes, de los dos tercios de la membresía de la iglesia, afectará gravemente a nuestra gloriosa iglesia. La iglesia del siglo veinte no hará distinción “ni hombre ni mujer ‘, sino que reconocerá a todos en Cristo Jesús. Si el metodismo episcopal no se puede ajustar a sí mismo y abrazar esta época de evangelio de gracia, el metodismo episcopal habrá llegado a su perihelio, y desde allí entonces descenderá hasta su afelio[7]
¿Por qué la Iglesia actuó de esa manera? Para comprender la escena completa se debe tener en cuenta que el tema de la ordenación femenina, se encontraba íntimamente relacionado con otros dos a saber: la lucha por el sufragio femenino y la participación de las mujeres como miembros de la Conferencia General de la Iglesia Metodista Episcopal. Ambos temas poseían en potencia un impacto de gran alcance, extensivo también a las estructuras políticas de la iglesia y del país en su totalidad. La respuesta negativa al pedido debería entenderse en términos del interés político y eclesiástico nacional.
Lo cierto es que el liderazgo de la Iglesia estaba estrechamente relacionado con el Partido Republicano[8] Al ser mirados a través de lentes políticos, todos los movimientos por la participación libre de las mujeres, eran considerados como amenazantes tanto para la Iglesia Metodista como para el Gobierno Nacional. Pensaban además que el Movimiento por la Templanza había sido cooptado por militantes activistas por el sufragio femenino.
Fue por eso que la estrategia de los conservadores, en esos días, fue aliarse con aquellas mujeres que, habiendo sido miembros de la Templanza, ahora se oponían férreamente al giro militante que esta había efectuado. Lo que indica cuán profundamente arraigado estaba el sistema patriarcal incluso en la mentalidad de las mismas mujeres.
En el marco de esta estrategia debemos entender los obsequiosos saludos que la Conferencia General le envía al presidente Rutherford B. Hayes por su apoyo a la Liga de Templanza “original” y no a la nueva versión radicalizada:
Visto: Que el carácter puro y exaltado de la Casa Blanca en Washington, su vida familiar y social, no es superada en la historia de nuestro país,
Resuelve: Que la Conferencia General de la Iglesia Metodista Episcopal, reunida en Ohio, el Estado natal del Presidente Hayes y de su distinguida esposa, exprese nuestra más alta apreciación al valor personal y noble ejemplo del presidente y su esposa y a todas las mujeres de America recomendamos seguir la heroica conducta de la Sra. Hayes en relación a la templanza y especialmente por la hermosa simetría de su vida cristiana.[9]
Sin duda la lucha que Anna Oliver sostenía era una especie de diálogo de sordos con la Iglesia, porque, mientras ella le preguntaba a la Conferencia “¿Qué harían ustedes, Padres y Hermanos, díganme, ¿qué harían ustedes, en mi lugar? Díganme lo que desearían que la Iglesia hiciera si estuviera en mi lugar (…) “[10] La Conferencia estaba pensando en las repercusiones políticas de su caso. Por eso el final era anunciado. La dependencia que mantuvo la Iglesia Metodista Episcopal con el poder político de turno fue sin duda el factor más determinante para comprender tal decisión, mientras que las iglesias llamadas libres y evangélicas, que se mantenían alejadas de la vida política, fueron las primeras en reconocer la igualdad de las mujeres. [11] La Iglesia Metodista Episcopal lo hizo cien años después.
Esta historia, como en el teatro griego, tiene dos caras, una trágica, la otra cómica. Un lado oscuro y otro luminoso. Vergüenza y orgullo.
El caso de Anna Oliver sacó a la luz una marcada polarización sobre el rol de la mujer que existía en la sociedad y por lo tanto también dentro de la Iglesia. Esas posiciones enfrentadas, fueron encarnadas en esta coyuntura por dos emergentes, quines fueron capaces de sintetizar cada extremo de la polarización: por un lado el Rev. James M.Buckley y por el otro el Rev. James Bashford.
Entre ellos se dirimió el caso de Anna Oliver.
Rev. James M. Buckley: “Ni siquiera a la madre de nuestro Señor”
Nacido en Rahway, Nueva Jersey, el 16 de diciembre de 1836, Buckley siempre quiso ser abogado. Entró a la Universidad Wesleyana en 1856 con ese propósito, pero dejó la universidad en su primer año. Sin embargo, obtuvo varios títulos honoríficos, entre ellos, el doctorado en Leyes por Emory y el Henry College de Virginia en 1882. Se inclinó por la vida política. Fue activo participante durante la campaña presidencial de Fremont. Pero, en aquellos días, como afirma su biógrafo George Mains, una vaga idea pasó por su mente la que podría algún día convertirse en un ministro y continúa: Él no atribuía ninguna fuerza moral a esta impresión, pero pensaba que tal vez podría haber surgido a partir de los comentarios de felicitación que recibía por sus discursos religiosos [12]
Finalmente, después de una breve preparación por parte de un ministro wesleyano, en 1958 comenzó su labor pastoral. Se unió a la conferencia de Nueva Hampshire de la Iglesia Metodista Episcopal, en 1859. Fue como pastor a Detroit en 1863, Brooklyn, en 1866. Permaneció como pastor en la vecindad de Nueva York, hasta 1880. También fue autor de varios libros: “Avena o avena salvaje”, “Fe sanadora”, ” La ciencia cristiana y los fenómenos emparentados”, ” Los cristianos y el teatro “, ” La Tierra del Zar y los Nihilistas “,” Viajes por tres continentes-Europa, Asia, África “,” Historia del Metodismo en los Estados Unidos”, “Oratoria extemporánea para profesionales y aficionados ” y “Lo dañino y peligroso del sufragio femenino”. Murió en Morristown NJ en 1920.
La primitiva inclinación de Buckley hacia el campo legal lo siguió a lo largo de su vida como líder religioso. Esa tendencia le marcó un perfil de constitucionalista y especialista en protocolos parlamentarios. Debido a sus capacidades legales, la Conferencia le pedía a menudo su consejo. Participó once veces consecutivas como miembro de la Conferencia General.En 1880, comenzó su influyente carrera como director del The New York
Christian Advocate. Desde ese cargo desempeñó un papel de guardián de antigua tradición metodista, como Mains, su condescendiente biógrafo afirma “Él siempre se sintió en gran medida como el responsable de la defensa de la Iglesia desde sus fundamentos históricos “[13]
En nombre de esta misión apologética auto-asignada , tuvo el extraño privilegio de haber interferido oponiéndose a todo intento de renovación de la Iglesia, como por ejemplo, el uso de vasos individuales para la Santa Cena, la abolición del límite de tiempo en las designaciones pastorales y la posibilidad de elegir a las mujeres como miembros de la Conferencia General.[14]
El escritor de su breve biografía ha sido muy hábil en la descripción del perfil exacto del papel político que desempeñó en la dirección del periódico metodista, dijo:
Su influencia pública, combinada con un vasto conocimiento del proceso político dentro de la iglesia, le dio un virtual poder de veto en las Conferencias Generales. En 1888, por ejemplo, pudo organizar la resistencia a la presencia en Conferencia de varias mujeres delegadas que habían sido elegidas. Además, en varias ocasiones pudo bloquear eficazmente la elección de candidatos al episcopado[15]
También fue un vigoroso oponente tanto del Movimiento de Sanidad del siglo diecinueve, como del Movimiento Pentecostal de los comienzos del veinte. Invirtió mucha energía en desacreditar a personas como A. B. Simpson y A. Gordon cuyo libro El ministerio de la sanidad era considerado por Buckley como una desgracia.[16]
La posición de Buckley en relación a la ordenación femenina ha sido realmente fóbica, no solamente se oponía a la instalación y total ordenación, sino que el simple hecho de que una mujer pudiera dirigirse en público a una audiencia era para él intolerable. “Me opongo a invitar a una mujer a predicar en este encuentro. Si la madre de nuestro Señor estuviera en la tierra me opondría a que ella predicara aquí”, dijo en el encuentro de predicadores metodistas de la ciudad de Nueva York en 1887.
Algunas semanas más tarde, sus colegas quisieron invitar a Anna Oliver a predicar en el encuentro. Buckley no solo se opuso tenazmente sino que intimidó a los colegas que favorecían la invitación, acusándolos de estar fuertemente inclinados al sexo: “la tendencia de los hombres que se empeñan en forzar la predicación femenina en la iglesia, y el deseo de correr detrás de las predicadoras femeninas, es como dijo el Dr. Finney a sus estudiantes de Oberlin, una aberración de la cualidad amorosa (amativeness)[17]
En otra ocasión, la intimidación fue dirigida a las mujeres que pretendían obtener la licencia de predicadoras: “Hay miles de mujeres recorriendo el país buscando notoriedad por hablar en público”. (El Dr. Buckley, probablemente estaba pensando en su propia experiencia, cuando en un rapto de honestidad confesó, como hemos citado anteriormente, que entró en el ministerio cristiano. “(…) a partir de los comentarios de felicitación que recibía por sus discursos religiosos”), continua advirtiendo: “Licencia y ordena a una mujer y abrirás la puerta de la iglesia a toda este rejunte de otras iglesias que llenarán los púlpitos”.[18] El Rev. Buckley solía cumplir sus cometidos a través de los insultos, atemorizando y degradando a sus oponentes. El había declarado que destruiría la influencia de Anna Oliver en la iglesia,[19] y lo hizo. Después de logrado su objetivo, cuando Anna Oliver, enferma y cansada, resignaba su tarea pastoral y se retiraba, Buckley, sin reserva de cinismo, escribió en 1883 una especie de nota editorial de despedida en el The Christian Advocate:
Ella es una mujer con una real habilidad intelectual. Aguantando todo lo que pudo, ella ha demostrado que es una persona de energía, actividad y persistencia. En un tiempo ella esperó recibir la ordenación en nuestra iglesia, pero sabiamente sacó la conclusión que la probabilidad de cumplir su deseo en lugar de crecer cada vez disminuía.[20]
Sin duda la manera en que Buckley esgrimía sus conceptos en los debates, no es cosa para estar orgulloso, en absoluto, pero es acorde a lo que el sistema hegemónico imponía. Podríamos pensar, que tal vez no era poseedor de una salud emocional totalmente equilibrada. Sin embargo, lo más preocupante, era el hecho de que sus fobias eran acompañadas por la mayoría del liderazgo de una institución como la Iglesia Metodista Episcopal. Compartían sus ideas, se escudaban en sus triunfos y los festejaban sin ocultamiento. La ideología del sistema triunfaba sobre las creencias cristianas.
Los términos de la discusión: “Porque son mujeres”
Como mencionamos anteriormente, en la marcha de las mujeres en busca de la liberación había tres focos importantes: la ordenación completa al ministerio, la participación como miembros de la Conferencia General, y el sufragio nacional. Buckley peleó contra los tres. En 1891 editó un panfleto llamado Porque son mujeres una compilación de cuatro notas editoriales de su periódico sobre el tema de la admisión de las mujeres como miembros de la Conferencia General.
El primer capítulo, llamado: “Los derechos” de las mujeres y otros, es un intento de justificar el poder de la minoría masculina sobre las mujeres en la iglesia. Observa que la búsqueda de igualdad de derechos para las mujeres está basada en “derechos abstractos”, pero “el gobierno de la iglesia es un compromiso de derechos naturales para la cooperación. Justamente la construcción de género social quería hacer pasar por natural lo que era sólo un modo de operar socialmente. El gobierno de la iglesia no recibe su justo poder del consentimiento de los gobernados, sino de la Palabra y la providencia de Dios, y para que se mantenga su existencia, autoridad y gran eficiencia, es necesario dejar de lado cualquier tipo de derechos abstractos.[21]
En el segundo capítulo, Vaciando la ley de Dios, Buckley observa atentamente el uso que hacen de la Biblia aquellos que reclaman la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Primero se dedica a denigrar a todos aquellos que eligen métodos no literalistas para comprender los textos bíblicos-especialmente aquellos referidos a los textos de Pablo o Pedro que refieren a la subordinación de las mujeres bajo la autoridad de los hombres, su conclusión es clara, transcribimos un párrafo un tanto extenso, pero necesario:
La admisión de las mujeres a la Conferencia General como delegadas las convierte de inmediato en gobernantes, porque ese es el órgano supremo legislativo y judicial de la Iglesia. De esta manera se las introduce en la arena del debate, y las obliga a contender con los hombres, y a disputar con ellos. De ahí a hacerlas la cabeza de la iglesia, hay un solo paso. Estos que desean ese cambio lo saben, y es lo que desean, y niegan que el hombre tiene derecho, en la familia o en la Iglesia de tal supremacía. No puede haber un malentendido sobre este punto. Pero, si alguien puede demostrar que el apóstol se equivocó al decir que, “la cabeza de la mujer es el hombre;” 2. Que “la ley ordenó que la mujer se someta en obediencia, y que el Evangelio sigue la exigencia:” 3. Que ella no debe “tener dominio sobre el hombre;” y si alguien, a su vez, puede demostrar que el apóstol ha cometido un error al basar sus dichos en el hecho de que Adán fue formado primero, después Eva, y también por el hecho de la mujer fue engañada desde el principio por el tentador, mientras que Adán fue inducido al pecado por amor a Eva – si logra demostrar eso entonces sí podrá demostrar que Pablo no estaba inspirado en esas cuestiones fundamentales. Cuando alguien demuestre esto entonces habrá cumplido su propósito de darle ese lugar a la mujer, pero habrá dejado tanto al hombre como a la mujer sin el Evangelio de Cristo.[22]
El tercer folleto, Dejar entrar la luz, es una ofensiva contra la Unión de Mujeres Cristianas por la Templanza, acusándolas de haber trastocado sus objetivos originales de reformas de costumbres y hábitos morales. “Ahora debemos mostrar que la Señal de Unión, su órgano oficial, no pierde oportunidad de discutir contra la Iglesia Metodista Episcopal y sus movimientos en relación con la posición de la mujer en la iglesia.”
Debido a su método de sembrar desconfianza y miedo, todas las organizaciones de mujeres, relacionadas con la Unión de Templanza son sospechados de ser un peligro y una amenaza para la iglesia. ¿Desea la Iglesia Metodista Episcopal convertirse en una Iglesia de Unión de Mujeres Cristianas por la Templanza, o un mero apéndice de esa organización? Solo caminemos hacia donde algunos quieren y lo lograremos,[23] señalaba Buckley.
El último folleto da el nombre a toda la publicación. ¿Por qué las mujeres no deben ser
aceptadas como miembros de la Conferencia General? “Porque son mujeres, y no hombres”, afirma Buckley. Y comienza a desarrollar una serie de argumentos, del más autoritario y paternalista machismo. El núcleo de su pensamiento es que “las mismas cualidades que hacen a la mujer apta para ser mujer, esposa y madre, no la hacen aptas para las tareas legislativas y políticas. Concluye que: “dado que las cualidades morales y mentales masculinas no pueden erradicarse, si se desea darle a las mujeres una oportunidad en la Conferencia General, debe ser diseñado un plan para feminizar el cuerpo legislativo”[24]
Buckley utiliza el mismo argumento que John Bright había utilizado para oponerse al sufragio femenino: una mujer “es casi omnipotente persuadiendo, pero muy débil en la autoridad”, por lo tanto, hay dos diferentes tipos de poderes que no pueden intercambiarse. Las mujeres tienen que reconocer, aceptar y usar, lo mejor que pueden su poder de persuasión, que es propio de las mujeres, y dejar que los hombres usen el poder de la autoridad, afirmaba Bright. “Aquellos que no sepan cómo usar ese poder, o no están contentos con él, solo podrán agregar una imitación del elemento masculino a la Conferencia General”[25]
Muy pronto, se hizo oír una respuesta a las ideas de Buckley. Otro escrito se distribuyó a través de las Iglesias Metodistas: La admisión de las mujeres a la Conferencia General: una respuesta al folleto del Dr. Buckley, escrito por el Rev. George Washington Hughey pastor en la conferencia de Missouri. En este trabajo, Hughey cita y responde a cada una de las afirmaciones de Buckley, centrando su argumentación en una interpretación nueva de I Corintios 14:34 y 38 y 1 Tim.2: 11-15, “los textos que –según Hughey- le cierran la boca a las mujeres en la iglesia”. [26] En su declaración final sobre el catastrófico escenario apocalíptico descrito por Buckley, en el caso de que las mujeres sean elegidas como miembros de la Conferencia, Hughey afirma:
Por el tono de las editoriales de Buckley, uno podría llegar a la conclusión de que la única manera de poder salvar la iglesia cristiana de su total aniquilamiento sería privándose de las mujeres….El metodismo le debe más a la devoción, el fervor, y a los sabios consejos de sus mujeres consagradas, que no va a sufrir, si esas mujeres se sientan junto a sus hermanos en la Conferencia General. Todo lo que pedimos es, que se les den sus derechos de acuerdo al Nuevo Testamento, y Dios se encargará de los resultados.[27]
Qué brisa refrescante comparada al desierto reseco de la ideología de Buckley! Tuvieron que pasar algunos años, doce para ser exactos, para que las palabras de Hughey se convirtieran en realidad y las mujeres fueran aceptadas como miembros plenos en las Conferencias Generales.
Por todo lo visto hasta ahora la ordenación ministerial femenina y la membresía de las mujeres a la Conferencia General eran dos caras de la misma moneda para Buckley. Pero en realidad la férrea oposición a la posibilidad de que hombres y mujeres pudieran compartir el poder en la Conferencia General, ese era el real centro de preocupación.
Otro punto se agregará para completar la trilogía misógina de Buckley: el tema del sufragio femenino. En su libro Lo peligroso y dañino del sufragio femenino[28], Buckley señala siete objeciones vitales al sufragio femenino:
- El sufragio femenino no puede lograr lo que sus defensores esperan. Las mujeres no necesitan los votos para lograr grandes cambios.
- Las disputas re1igiosas afectarían la vida política mucho más que en las actuales circunstancias.
- Cargarla a las mujeres con la responsabilidad de votar disminuiría su real poder en la palabra.
- Cuando las mujeres se conviertan en políticas desaparecerá la caballerosidad que, con su refinada influencia sobre los hombres, les garantiza a estas protección.
- Las relaciones familiares sufrirán una nueva y terrible tensión.
- El ingreso de las mujeres en la vida política incrementará en ellas su amargura.
- Razonablemente, puede esperarse que se deteriorará el tono moral de la mayoría de las mujeres que se conviertan en líderes políticas, afectará desfavorablemente a todos los que tomen parte activa en la política y se introducirán elementos peligrosos de corrupción.
Y concluye:
En la presente situación, el mayor respeto que un hombre puede expresar hacia la mujer, y el servicio más noble que este puede ejercer hacia ella, se expresa votando NO a la propuesta de quitarles la diadema de perlas, el talismán de fe, esperanza y amor, cambiándoselo por la corona de hierro de la autoridad.
Dios salve al Estado y al Hogar”[29]
Sin duda el Rev. Buckley fue un personaje extraño aún para su época. Aún los comentarios de algunos biógrafos que solían ser en otros temas por demás obsequiosos, permiten descubrir su desconcierto: “este libro no tiene en cuenta los argumentos modernos sobre el sufragio femenino, ni tampoco cuestiona exitosamente los antiguos… El libro puede ser una contribución para la diversión y el entretenimiento de algún coleccionista de curiosidades intelectuales” y otro expresó: “el Dr. Buckley es un buen hombre, pero sus argumentos son absurdos”. [30]
Una voz refrescante: el Rev. James Bashford
Sería muy injusto tratar de comprender la ideología sobre el rol de las mujeres que tenía la Iglesia Metodista Episcopal del último cuarto de siglo diecinueve, solamente a través de la mirada de Buckley. Hubo muchos hombres, para no mencionar las mujeres, que luchaban por una iglesia abierta en sus estructuras de poder.
James Whitford Bashford nació en Fayette, Wisconsin, en 1849. Fue a la Universidad de Wisconsin, y entró en la Escuela de Teología de la Universidad de Boston en 1873. Se graduó en 1876 junto con Anna Oliver. Fue pastor de la Iglesia Metodista en Episcopal en Jamaica Plains, Boston; la de Chestnut Street , Portland, Maine y la de la Av. Delaware en Buffalo, Nueva York. En 1889 fue nombrado presidente de la Universidad Wesleyana de Ohio, y fue ordenado obispo de la Iglesia Metodista Episcopal en la Conferencia General llevada a cabo en Los Angeles en 1904. Fue enviado a China, de acuerdo a su voluntad. Murió en Pasadena, California en 1919. Escribió varios libros: China: una interpretación; La misión en Oregon: la historia de cómo fue trazada la frontera entre Canadá y los Estados Unidos; Wesley y Goethe; y el referido a este trabajo: la Biblia y la mujer.
Bashford tenía treinta y un años de edad y era pastor en la Iglesia Metodista de Jamaica Plains, cuando Ana Oliver su ex compañera de estudios en la Universidad de Boston, comenzó su proceso de querer ser ordenada pastora de la Iglesia Metodista. Él fue quien la asesoró y recomendó a la Conferencia Regional a la que pertenecía su iglesia en Jamaica Plains, para que presentara allí su solicitud de predicadora local, primer paso en el proceso para la ordenación como presbítero. La recomendación llegó a la Conferencia de Nueva Inglaterra en abril de 1880 y su nombre fue presentado formalmente por el Rev. Lorenzo Thayer. El obispo Edward Andrews, a cargo de la presidencia de la asamblea rechazó el pedido por considerarlo ilegal: “A mi juicio, la ley de la iglesia no autoriza la ordenación de mujeres. Yo, por lo tanto, no me encuentro en condiciones de someter a la votación de la Conferencia la moción para elegir mujeres para ser ordenadas.”[31]
El Rev, Thayer apeló la decisión del obispo a otra Conferencia Regional que se celebraría en Cincinatti en Mayo de 1880, el resto de la historia ha sido contada en las primeras páginas de este trabajo.
Rev. Bashford por su parte estaba muy esperanzado en que la Conferencia en Cincinati diera una salida positiva al pedido de Ana Oliver. En la edición del 12 de Mayo del Diario de las Mujeres, pocos días antes de que se conociera la resolución, Bashford declaraba en una entrevista:
Esperamos que la Iglesia Metodista pueda erigirse como la líder de las denominaciones evangélicas en cuanto a eliminar esta desgracia [la discriminación de la mujer], 1. Porque la cuestión debe ser sometida a votación en Mayo. 2. Porque este cambio puede hacerlo sin que ello implique ningún riesgo. 3. Porque Wesley personalmente alentó a las mujeres y los laicos para exhortar o predicar.[32]
Luego, conmovido por la negativa del Obispo Andrews de aceptar la moción para que Ana Oliver pueda ser ordenada, Bashford envía al mismo periódico ocho páginas de un documento llamado ¿Dice la Biblia que las mujeres puedan predicar? “, que se publicó en dos ediciones el 22 de Mayo y el 29 de mayo. La periodista a modo de introducción del documento decía:
Mientras se espera la reunión de la Conferencia, el Rev. Bashford clérigo de la Iglesia Metodista Episcopal de Jamaica Plains, ha enviado un folleto titulado, “¿Dice la Biblia que las mujeres pueden predicar?” Son sólo ocho páginas, pero posee la mejor, más clara y más valiente declaración que se ha hecho sobre este tema. Será muy importante para la Conferencia, las mujeres, y el publico en general.[33]
Después de una breve explicación de los acontecimientos a través de los cuales el Obispo Andrews había rechazado la petición de Anna Oliver. Bashford menciona tres puntos introductorios:
a) Contra el argumento de Buckley de que ” si las barreras son por una vez sobrepasadas, la iglesia toda se verá pronto inundada con mujeres predicadoras”. Bashford sostuvo que” es sencillamente absurdo hablar de nuestras barreras sobrepasadas por este movimiento. Todos los candidatos tiene que pasar una docena de veces por exámenes en todas las Conferencias trimestrales. El que tema que muchas jóvenes emocionales y volubles destruyan estas barreras y saturen el Templo Señor, es ignorante de la disciplina y de la política de la Iglesia Metodista.”
b) Observa también la gran cantidad de mujeres que ya están realizando todo tipo de tareas en la iglesia, como diaconisas, misioneras, enfermeras, maestras de escuela dominical, los asesoras pastorales, predicadoras laicas autorizadas para los púlpitos. Por lo tanto saca la conclusión que: “Ellas sólo están privadas de ejercer la administración de los sacramentos y del reconocimiento oficial”….Porque si quisieran seguir el pasaje de 1 Cor., 14 este prohíbe a las mujeres predicar porque antes también se les prohíbe totalmente hablar en la iglesia, pero entre nosotros no es este el caso.”
c) Bashford recuerda algunas reglas exegéticas para evitar ser atrapado en textos contradictorios debido a una lectura literal de la Biblia: “Estos axiomas de la crítica – señala – se deben aplicar a todos los escritores San Pablo para salvarnos de una anarquía mental .– y concluye irónicamente – … Si alguno prefiere el principio de la interpretación literal en lo que respecta a los siguientes pasajes, sólo le pedimos que aplique ese mismo principio a las palabras de Pablo sobre las obras, acerca del consumo de vino, y acerca de la esclavitud, antes de pedirnos que lo apliquemos únicamente en lo que respecta a las mujeres.”
Trabajando sobre el texto, Bashford encuentra una contradicción en 1 Cor.ll, entre: a) “la mujer es creada para el hombre y el hombre es la cabeza de la mujer” y la conclusión: b) “sin embargo, en el Señor, el hombre no existe sin la mujer, ni la mujer existe sin el hombre.” Bashford intentó entonces reconciliar los dos pasajes en una tercera posición.
Encontró que ese precepto de Pablo a los Corintios de que las mujeres deben guardar silencio en el tiempo de adoración, no es un principio eterno, sino uno que nace coyuntural y contextualmente. Centra la atención en cada una de las mujeres, como Priscila, Febe y otras que eran alentadas por Pablo a mantenerse firmes en sus tareas. Afirma entonces que “así, la vieja teoría de que Pablo prohíbe universalmente a las mujeres hablar en la iglesia se hace añicos para siempre por las propias palabras de Pablo y su conducta.”
Bashford se afirma en la contextualizad de las palabras de Pablo diciendo que: “todos los pasajes que hablan contra las mujeres se basan en hechos contextuales, pero no en verdades eternas, y que los mandatos son aplicables mientras existan los hechos que les dieron orígen, pero no son principios eternos establecidos por Dios”.
En cuanto a la interpretación que hace Pablo de Génesis 2, 18-23: “la mujer es creada para el hombre y el hombre es la cabeza de la mujer.” Bashford se pregunta: “¿está Pablo describiendo aquí el estado ideal de la relación hombre y la mujer, el estado que Dios ordenó y en el que deben quedarse?, ¡NO!… Él está describiendo el real estado actual de hombres y mujeres después de la caída.” Y continúa explicando el por qué esa condición caída necesita restauración: “Cómo alguien puede pensar que este pasaje expresa la relación ideal del hombre y la mujer en la mente de Dios, cuando Dios expresamente nos dice que esta condición se presenta como la consecuencia de la caída, y cuando toda la tarea de Cristo es que nos lleve a salir del estado en el que la caída nos ha sumergido?”
Sobre la segunda parte del texto de Pablo “Sin embargo ni el hombre existe sin la mujer, ni la mujer existe sin el hombre, Bashford ve este texto como una especie de “cláusula correctiva” que viene a restaurar la condición caída, mediante un nuevo tipo de relación.
De esta manera, a través de la desacralización del estado de cosas, el pensamiento Bashford no solo abre las puertas a una nueva lectura de la Biblia, sino también a una mirada revolucionaria sobre la situación social de su tiempo.
Hacia el final de su artículo Rev. Bashford afirma: “protestamos contra la barrera oficial que el obispo trazó entre Anna Oliver y las iglesias, denegándole el reconocimiento oficial que le otorga a otros en similares condiciones, y recomendándole que se cambie de iglesia y salga de la denominación.”
Después del asunto de Anna Oliver, Rev. Bashford continuó con su fuerte posición en favor del reconocimiento de las mujeres en la iglesia y en el Estado. Él fue partidario activo tanto del Movimiento por el sufragio femenino, y del Movimiento por la templanza y reforma de costumbres.
En 1894 fue invitado a dirigir una conferencia en ocasión del aniversario de la Sociedad por el sufragio femenino, en Boston. Bashford compartió la plataforma con dos líderes del movimiento: Wendell Phillips y Mary A. Livermore. El Sr. Phillips comenzó diciendo que: “las convicciones del pueblo americano están basadas en la Biblia como la Palabra de Dios y que el argumento desplegado por Bashford sobre la Biblia y las mujeres, tendrían un efecto mucho mayor para ganar la batalla por la igualdad de las mujeres, que todos los argumentos que él mismo junto con su esposa pudieran esgrimir.”[34]
En aquella conferencia titulada La Biblia y el sufragio femenino, Bashford afirmaba que:
“Para la sociedad decir que ningún judío, ningún alemán podrá practicar la medicina, que ningún hombre de color podrá predicar el evangelio, o que ninguna mujer ejercerá la abogacía o emitir un voto porque ella es mujer, es sencillamente una impertinencia de la tiranía. Nuestra causa se apoya en el principio fundamental del Protestantismo, la libertad del individuo para construir su propio destino y aceptar las consecuencias.” [35]
El Rev. Bashford estuvo presente en cada hecho protagonizado por la Iglesia Metodista Episcopal a favor de los derechos de la mujer tanto dentro de la iglesia como en la sociedad en general.
.Para concluir este trabajo podemos llamar la atención sobre el grado de profundidad a la que tanto Buckley como Bashford mantuvieron sus posiciones, no sólo por el contenido de sus argumentos – que son, de hecho, como luces y sombras – sino, por las disciplinas elegidas para construir y lanzar sus argumentaciones.
Mientras el pensamiento de Buckley se movía en una vía legalista-jurídica, el de Bashford se entraba en la Biblia. Mientras Buckley emplea una lectura sesgada y literalista de la Biblia para apoyar sus propios prejuicios y opiniones, Bashford utiliza su intelecto para abrir el significado del texto de la Biblia.
Estas diferencias no son fortuitas. Estas reflejan el lugar que cada uno de ellos ocupaba en relación al poder institucional de sus días. Buck1ey estaba en el centro del poder institucional de la Iglesia Metodista Episcopal, supuestamente con la misión de defender la tradición contra toda innovación a fin de “proteger el Evangelio” (como si el Evangelio debiera ser protegido por nosotros). El poder y la ley siempre enmascaran el mensaje fresco y auténtico del Evangelio, porque se necesitan para protegerse a sí mismos, en lugar de la verdad y la justicia.
Bashford, por el contrario, aunque también era obispo, nunca se dedicó a proteger la estructura institucional de poder, sino a escuchar desde la base las necesidades reales de la gente. Desde esa posición, el desprejuiciado mensaje del evangelio puede florecer con intensidad. Como él mismo dijo: “Después de leer las cartas de Pablo en su conjunto, ¿a quién se le ocurriría afirmar que Pablo está escribiendo, no una apoteosis de amor, sino una Carta Magna de derechos legales?”
Hemos dicho al principio de esta historia, que nos deja con un sabor amargo, de tristeza al ver a Iglesia Metodista abiertamente involucrada en tal grado de discriminación de género. Anna Oliver estaba en medio de esta batalla desigual. En general, el poder y la ley, los prejuicios y las fobias, tienen sus triunfos en el corto plazo. Una decisión injusta y arbitraria es suficiente para dejar de lado los sueños de muchos, como en el caso del presente estudio. Sin embargo, el objetivo a largo plazo pertenece a la verdad. Aunque, algunos de sus luchadores no se encuentran presente para verlo, hay otros que han perseverado con el viaje.
Línea del Tiempo de la vida de Anna Oliver
1840 – Nace el 12 de Abril, Nueva Brunswick, Nueva Jersey, fue bautizada con el nombre de Viviana Olivia Snowden.
1843 – Su familia se mudó a Nueva York
1859 – Termina sus estudios en la Escuela Roger
1960 – Maestría en Artes
1868 – Enseña a los niños negros en Georgia bajo los auspicios de la Asociación Misionera Americana.
1869 – Renuncia a la membresía de la Asociación Misionera Americana.
1872-73 – Estudió arte en la Universidad de Cincinnati.
Estudió oratoria y política
Tuvo contacto con la Cruzada de la Mujer de Ohio y se convirtió en activista por los derechos de la mujer.
1873: Cambia su nombre por el de Anna Oliver (su apodo de la infancia)
1874: Se matricula en la Universidad de Boston para estudiar Teología (una de las tres Facultades de Teología disponibles para ella, de las catorce a las que escribió)
1876: Egresó de la Escuela de Teología de la Universidad de Boston
Fue pastora en la Primera Iglesia Metodista Episcopal de Passaic, NJ
1877 – Organiza reuniones de avivamiento.
1879 – Pastora en la Iglesia Metodista Episcopal de la Avenida Willougby
1880 – Marzo: La Conferencia Trimestral de Jamaica Plains la recomendó como candidata a Diaconisa. La comisión de exalumnos de la Escuela de Teología de la Universidad de Boston recomienda a la Conferencia General de la Iglesia Metodista ordenar mujeres.
1880 – Abril: La Conferencia Anual de Nueva Inglaterra instruye a sus delegados a la próxima Conferencia General “para eliminar las distinciones entre sexo”.
La Iglesia Metodista Episcopal de Willougby, recomienda a Anna Oliver a la Conferencia General para ser ordenada.
1880 – Mayo: La Conferencia General, en Cincinnati, rechaza la recomendación para su ordenación.
1883 – Renuncia a su trabajo pastoral. Parte a Europa.
1884-90 – Regresa a Brooklyn sin iglesia a su cargo, es invitada por algunos pastores de la zona de Nueva York a predicar en sus iglesias.
1892 – Muere el 21 Noviembre en Greensboro, Maryland en el hogar de su hermano Arturo.
Bibliografía
Fuentes Primarias
General Conference Journal, (1880, May 25), 343
General Conference Journal, (1880, May 27),352
Test Case on the Ordination of Women, appealed from The New England Conference to General Conference. Rev. Anna Oliver a statement by her. Reports of her churches in Passaic and Brooklyn, New York: Jennings Steam Printer, 1880
The Christian Advocate, Editorial, March 22, 1880
The Woman’s Journal, May 12, 1880
The Woman ‘s Journal, Mayo 22, 1880
The Woman’s Journal, Mayo 29, 1880
The Women ‘s Journal, June 12, 1880
The Woman’s Journal, June 5,1880
The Woman ‘s Journal, July 10, 1880
Religious Leaders of America, First Edition.
Fuentes Secundarias
Anthony, Susan B. History of Women’s Suffrage. Vol 4, New York: Arno and The New York Times, 1969.
Bashford, James W. Does the Bible Allow Women to Preach? The Woman’s Joumal, Mayo 22 y 29, 1880.
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Stanton, Elizabeth Cady. History of Women Sufrage. Vol. l, New York: Fowler and Wells, 1881.
[1] Inés Simeone, “Las mujeres en el Metodismo naciente”, en Revista Evangélica de Historia Vol II, 2004, p 209ss
[2] El Dr. Kenneth Rowe, por muchos años director del Archivo General Metodista en los EEUU, posee el mérito de haber descubierto su nombre y traerla de vuelta a la vida, en 1974, en su artículo: “Descubrimiento: La Ordenación Femenina: Primera ronda: Anna Oliver y La Conferencia General of 1880″, en Historia Metodista, Vol .13 (Ap.1974): 60-75.
Más tarde, en 1993, las características de su ministerio se describen en otro artículo de Kenneth Rowe, “Evangelización y Reforma Social en el ministerio pastoral de Anna Oliver, 1868-1886”, en Rosemary Skinner Keller, ed. Espiritualidad y Responsabilidad Social: Visión profesional de la mujer en la tradición Metodista Unida, Nashville: Abingdon Press, 1993, 117-138. Estos artículos, son en realidad, la única fuente articulada de los documentos sobre la vida de Anna Oliver que encontramos hasta el momento.
Recientemente, en 1999 un homenaje de unas pocas páginas fue realizado por Jean Schmidt Miller en su libro Grace Suffcient, Historia de la mujer en el metodismo americano 760-1939, Nashville: Abingdon Press, 1999, 187.
[3] The Woman Journal, May 22, 1880, 164, col 3
[4] Diario de la Conferencia General, 1880, 22 Mayo, 316.
[5] Boston Adviser, citado por The Woman’s Journal, Junio 5, 1880, p 180 col 2.
[6] The Woman’s Journal, Junio 5, 1880, p. 180, col 2.
[7] Rev. McClellan Brown, The Woman’s Journal, julio 10, 1880, p. 224.
[8] Staton observa que durante la Conferencia de 1880 parte de sus miembros fueron a Chicago para apoyar, teniendo en cuenta su influencia, a la Convención Republicana que propondría al Gneral Grant como candidato a la presidencia. Ver Statron, nota al pie p. 785
[9] Woman’s Journal, Mayo 15, 1880, 157, col 3.
[10] Oliver, Test Case, p. 6.
[11] Para profundizar este tema ver Donald Dayton, The Evangelical Roots of Feminism, en Discovering an Evangelical Heritage, Hendrikson Publishing House, 4th ed.2000,p 85 y Alan P. Grimes, The Puritan Ethics and Women Suffrage, New York: Oxford University Press, 1967.
[12] Geroge P. Mains, James Monroe Buckley, New York, The Methodist Book Concern, 1917, 56.
[13] Mains, 138.
[14] Ibid.
[15] Ibid.
[16] Mains, 173.
[17] Syracuse Sunday Morning Courier, Marzo 4, 1877, citado por Elizabeth Cady Staton, History of Women Suffrage, Vol 1, New York, Fowler and Wells, 1881, p 784.
[18] The Women’s Journal, Junio 12, 1880, 213.
[19] De acuerdo a lo expresado por el discurso de Anna Howard Shaw, citado por Susan B. Anthony en History of Women Suffrage, vol. 4, New York: Arno and The New York Times, 1969, 207.
[20] The Christian Advocate, New York, Marzo 22, 1880, editorial.
[21] James Buckley, Because they are Women and others editorials from the Christian Advocate, New York, 1891, 4 -8.
[22] Buckley, Because they are…. 17.
[23] Ibid, 26.
[24] Ibid, 27.
[25] Ibid, 32.
[26] George Washington Hughey, The admisión of women to the General Conference: a reply to Dr. Buckley’s pamphlet, Chicago Press of WTPA, 1892, 5.
[27] Ibid, 103.
[28] James Monroe Buckley, The Wrong and Peril of Woman Suffrage, New York: Fleming H. Revell., 1909.
[29] Ibid., 128.
[30] Mains, op.cit. 130.
[31] New England Conference, 81ª Sesion anual, Citado por Rowe, Discovery…nota 15. p. 65
[32] Todas las citas que siguen pertenecen al extenso artículo de Bashford: “Dice la Biblia que las mujeres pueden predica?” publicado en El Diario de las Mujeres 22 y 29 de Mayo de 1880, páginas 166 y 174 respectivamente columna 1 ss.
[33] Women ‘S Journal, mayo 12, col. 2.
[34] Gerorge Richmon, James Bashford: Pastor, Educaror, Bishopo, New York, The Methodist Book Concern, 1922, 74.
[35] James W. Bashford, The Bible fro Women Suffrage, Conferencia pronunciada en el 13ª encuentro anual de la Asociación por el Sufragio Femenino en Massachusetts, 1909.