Teología e Historia, Volumen 2, Año 2004, pp. 9-26 ISSN 1667-3735
¿Por qué y para qué la historia? ¿Por qué y para qué la historia eclesial? ¿Por qué y para qué la historia metodista?
Hice esta pregunta a mi compañero de la Comisión de Historia de la IEMU, Herman Kruse -aficionado a la historia que pertenece a varias sociedades historiográficas en el Uruguay- y me contestó con esta frase contundente: “Si no sabemos de dónde venimos, no sabemos dónde estamos parados y menos hacia dónde debemos ir”
Me sonó como el resumen providencial de lo que yo estaba buscando hace tiempo: de dónde venimos, dónde estamos, adónde vamos.
Repetí la pregunta a mi otro compañero de la Comisión de Historia, Pedro A. Corradino, quien encarna en su propia vida más de ochenta años de historia metodista (le gusta decir que entró a nuestra iglesia en el vientre de su madre), y me pasó una lista de “porqués” y “para qués”, notablemente coincidentes con lo ante-rior: “para saber de dónde venimos… las causas que motivaron el movimiento… fijar nuestra identidad… y comprender cuál es el camino a seguir en adelante”.
Es decir, la historia en sus tres dimensiones: pasado, presente y futuro.
Justo L. González1, después de explorar las razones y las funciones de la historia, a través de los antecesores arriemos y romanos, judíos y autores del Nuevo Testamento, y de los historiadores eclesiásticos de los primeros siglos, define la historia de la iglesia como “una disciplina teológica… que tiene que ser corregida continuamente según nuestra teología va evolucionando, o según se van planteando nuevos problemas, o se lee el pasado desde nuevas perspectivas o con nuevas preguntas… Los cristianos han mirado hacia su propio pasado… con miras a las luchas del momento presente y a la forma futura que han de tomar la iglesia y sus doctrinas”.2
¡Estamos, entonces, en buena compañía!
Aquí tenemos ya la gran agenda de la disciplina de la historia eclesiástica, dentro de la cual se ubica nuestra humilde agenda metodista regional.
¿Por qué la historia metodista?
Porque como iglesia somos historia y parte de la historia
En primer lugar porque, como cristianos, somos historia. El cristianismo es una religión histórica y eso la distingue de las religiones mitológicas, místicas o filosóficas. Así nace la Escritura: la historia de Dios con su pueblo y con todos los pueblos. Una Escritura que se lee y se relee desde nuevas situaciones históricas.
Como dice Enrique Dussel, en su libro fundacional sobre la nueva Historia de la Iglesia en América Latina, la teología no nace en un vacío, sin historia:
“La incipiente teología hebrea y cristiana es fundamentalmente histórica… La historia como acontecimiento es el punto de apoyo de la predicación de los profetas, de Jesús, de Pablo, de Juan”.3
Es decir, no hay teología cristiana sin historia cristiana. Entonces: no hay teología metodista sin historia metodista.
La iglesia es una caravana, muy larga, sin fin. ¿Se acuerdan de nuestro librito de historia metodista Línea de Esplendor Sin Fin? ¿Quién no sintió elevada su autoestima metodista al identificarse con esa línea de esplendor?4 (Me pregunto si nuestros metodistas de hoy tienen algo equivalente para inspirar su caminar como miembros de este pueblo peregrino.) Somos como “las tribus de Yavé”5 marchando hacia el futuro pero llevando consigo la memoria del pasado, “los huesos de Jóse”… En nuestro caso, como clan metodista en la caravana, llevando los huesos de Juan o de Juan Francisco…6
Una de las experiencias más lindas que tuvimos este año con el nuevo grupo de miembros en preparación (probandos) en la Iglesia Metodista Central de Montevideo fue la presentación del Árbol Genealógico de la Iglesia Cristiana, en un dibujo rústico de un gran árbol con sus raíces en el Antiguo Testamento; el tronco de Jesús y la iglesias apostólicas y subapostólicas, con sus desprendimientos de los primeros siglos; la gran división de la Iglesia Oriental y Occidental, y a partir ele ésta los movimientos de renovación, La Reforma, la Iglesia Anglicana y, finalmente, los movimientos metodistas desprendiéndose de ella y esparciéndose en el mundo. La Iglesia Metodista vista como un brote múltiple y fructífero del árbol del cristianismo, nutriéndose de la savia que viene de las mismas raíces, del mismo tronco original a través de la historia de la Iglesia Una.
Porque tenemos una historia con identidad
En segundo lugar, la historia importa porque tenemos una identidad histórica o una historia con identidad.
“La idenudad —se ha dicho— es una construcción social.”
Esta es la experiencia fundamental de nuestra propia identidad personal. Cuando nos preguntan o nos preguntamos “¿quién eres? ¿quién soy?”, empezamos por ciar nuestros nombres y apellidos, los que nos identifican con una familia y una ascendencia de determinado origen; el lugar donde nacimos, el grupo social al que pertenecemos, donde estudiamos; los trabajos que desempeñamos, en fin, nuestro currículum, nuestra identidad en un compacto.
La identidad, entonces, es cuestión de memoria, sea para el individuo o para una comunidad.
Este es un tema de removedora actualidad. Una psicoanalista argentina, María L. Pelento, muestra cómo se vive diariamente en una clínica la espeluznante realidad de la crisis de identidad. “La identidad, como sabemos —dice la psicoanalista—, es relacional: resulta de aquello que otros acuerdan que una persona es. Pero el sujeto tampoco la recibe pasivamente sino que se la apropia, la interpreta, la negocia. Por eso, por ejemplo, al perder su trabajo, es como si tuviera que refundar su identidad.”7
¿Podríamos decir que, como cristianos y como iglesia, eso es lo que hacemos? “Nos apropiamos —a través de nuestra historia—interpretamos, negociamos nuestra propia identidad” en relación con los demás. Esto último, ¿no podría ser una descripción de la conversación ecuménica: una negociación de nuestra identidad común cristiana y nuestra identidad particular metodista?8
Nuestra identidad es relacional, es para ser compartida con otros cristianos y con el mundo todo. Porque, hablando en cristiano, la identidad y la misión son inseparables. La identidad nos impulsa a la misión, como cuando cantamos: “Una historia diremos al mundo”, “De la Iglesia el fundamento es Jesús el Salvador… entre todas las naciones, escogida en variedad… a través de sufrimientos y fatigas y dolor, el glorioso día espera en que vuelva su Señor”.
Porque tenemos una identidad metodista y wesleyana
En tercer lugar, nos importa nuestra historia porque tenemos una identidad metodista y wesleyana. Así como en lo personal tenemos un nombre atado a una historia, nuestra identidad eclesial tiene un nombre y una procedencia: “metodista”, y está referida a una persona histórica, Juan Wesley, y a los movimientos que originó.9
¿Qué significa para nosotros Juan Wesley?
Es parte inseparable de nuestra historia, de nuestra identidad. Pero Juan Wesley no nos llega solo, particularizado en una doctrina o un carisma específico. Wesley nos llega con toda su historia personal, familiar y eclesial, y la historia posterior a él de casi tres siglos. En realidad, como señalan nuestros estudiosos wesleyanos, en Wesley convergen varias corrientes: la Iglesia Antigua (“el cristianismo primitivo” como lo llamaba Wesley), con sus credos ecuménicos, con la tradición de los padres occidentales y orientales, y con ese monumento a la liturgia de los siglos que es el Libro de Oración Común. Wesley trae consigo, también, la Reforma Protestante, incorporada en los “Artículos de Fe” y un clara militancia antiromanista; trae consigo el aporte de espiritualidades desarrolladas en la Edad Media; trae, asimismo, el pietismo moravo de origen luterano; el puritanismo calvinista de sus ancestros ingleses; así como los cuestionamientos arminiamos sobre la doble predestinación y la afirmación de la libertad y la responsabilidad humanas.10
Encontrarse con Wesley, entonces, es encontrarse con la historia de la Iglesia. Por eso, ser metodista es ser ecuménico. Lo ecuménico no es una pose o un oportunismo histórico, es un rasgo natural de identidad. Un metodismo sectario es una contra- dicción.11 No es pura coincidencia el papel que los líderes metodistas han jugado en el movimiento ecuménico durante un siglo entero en el mundo y en América latina. Pero eso no significa que el metodista no tenga una identidad eclesial, teológica, espiritual, como algunos muy alegremente escudan su falta de identidad en una superficial cita de la frase de Wesley “pensamos y dejamos pensar”, totalmente fuera de contexto.12
Si no tenemos identidad eclesial no podemos hacer ecumenismo, no tenemos nada que aportar o preservar como parte del cuerpo de Cristo en el mundo.
Ahora bien, esta identidad y esta herencia wesleyanas no las recibimos, tampoco, directamente del siglo XVIII en Gran Bretaña, nos ha llegado mediada por la experiencia del metodismo norteamericano,13 transformado en una iglesia en lugar de una conexión de sociedades dentro de una iglesia establecida, desarrollada en un contexto totalmente diferente al de Inglaterra; una iglesia enriquecida y modificada por la experiencia única de la expansión de la nueva nación en el continente norteamericano. Ya hace algún tiempo que nuestros historiadores y teólogos metodistas de América latina y del Caribe han tomado conciencia de que recibimos a Wesley a través de una mediación norteamericana, particularmente del metodismo dividido post-bellum, posterior a la Guerra de Secesión norteamericana.11
Al llegar a este punto de la historia de nuestra identidad o de la identidad de nuestra historia, es absolutamente necesario y vigente conocer la historia del metodismo que vino al Río de la Plata.15
Porque tenemos una identidad rioplatense y nacional
Y en cuarto lugar, también nos importa nuestra historia porque tenemos una identidad construida desde nuestra realidad geográfica, histórica y cultural. Al implantarse ese metodismo misional en el Río de la Plata va asumiendo los perfiles de un metodismo latinoamericano y rioplatense, a la vez que nacional y eventualmente autónomo.
Porque, como todos sabemos, nuestro metodismo fue rioplatense antes de ser argentino o uruguayo. La Superintendencia de la Misión, las Conferencias Misioneras primero y las Conferencias Anuales después, así como los pastores eran de ambas y para ambas orillas del Río de la Plata y del río Uruguay. En realidad, cuando se organizó la Conferencia Anual en 1892 se llamó Conferencia Anual Este de Sud América, incluyendo la obra en Paraguay, Bolivia, Chile y Sur del Brasil.16 Algunos de nosotros —los ministros sobrevivientes— fuimos ordenados en la Conferencia Anual del Río de la Plata y pertenecimos a la misma área episcopal hasta 1969, cuando se efectuaron las autonomías nacionales.
Así que, un poco anacrónicamente, podríamos decir que el Mercosur Metodista era una realidad originaria, la matriz de nuestra iglesia, antes de que apareciese un proyecto regional de nuestros países del Cono Sur… ¡Eso, también es parte de nuestra identidad histórica!
Por eso, porque necesitamos conocer y asumir esa identidad en construcción, es que recurrimos a los registros y los anales de esa historia. De ahí la importancia de nuestros archivos históricos. Por ejemplo, las Actas Oficiales de las Conferencias Anuales, así como las publicaciones fundacionales: El. Evangelista (1877-1886), primer periódico protestante de América latina, Órgano de la Verdad Evangélica en el Río de la Plata, fundado por Thomas B. Wood y publicado desde Montevideo; y El Estandarte Evangélico, iniciado en Buenos Aires como una hoja en 1883 y como semanario ilustrado desde 1892, publicación que continúa mensualmente hasta el presente.
Estas han sido, precisamente, las fuentes básicas del trabajo pionero y tesonero de nuestro historiador vocacional Daniel P. Monti, en su obra Ubicación del Metodismo en el Río de la Platal, referente inevitable cuando vamos a la búsqueda de nuestro itinerario. En estudios más puntuales hemos tenido que acudir a las fuentes de las Juntas Misioneras fundantes, del Norte y del Sur, incluyendo las Sociedades Misioneras Femeninas de ambas iglesias.18 Y ya en estudios especializados, como otros trabajos doctorales de Norman Rubén Amestoy, se acude a otras fuentes, tanto seculares como eclesiásticas del contexto rioplatense.19
¿Para qué historia metodista?
Pasemos a la segunda parte de la pregunta.
Hay varias posibles respuestas al “para qué” de la historia metodista. Me siento tentado a resumirlas todas en ese verbo bíblico tan particular que significa “recordar”. Al Pastor Domingo Ferrari le gusta recordarnos que “recordar”, en su etimología latina, significa “volver a pasarlo por el corazón”. Y el pastor Rodolfo Míguez —otro vocacional atacado por el virus historicista y productivo colaborador de la Comisión de Historia— comienza el tema con esta respuesta: “Para salvar el pasado común, venciendo al olvido…”, citando nada menos que al fundador de la historia, Heródoto, y recordándonos que entre los griegos había especialistas de la memoria, los mnemones, “profesionales de recordar y registrar los hechos de los dioses y de los hombres”.
Registrar para recordar
¿Para qué la historia? Para recordar. Ese es el origen de las Escrituras. El Deuteronomio se escribe deliberadamente (junto con toda la historia deuteronomista) para recordar, repasar, repensar, revivir, reinterpretar el Pacto y la Ley de Dios. El Deuteronomio culmina con el “Cántico de Moisés” y con esta exhortación direccional para el futuro del pueblo de Dios:
“Acuérdate de los tiempos antiguos, considera los años de las muchas generaciones; pregunta a tu padre, y él te contará; a. tus ancianos, y ellos le lo dirán”.
Registrar para recordar es la tarea permanente que vamos haciendo, a todos los niveles, por medio de las actas, de los informes, los documentos, fotografías, filmaciones, grabaciones, declaraciones y publicaciones de la iglesia. Y ésta es, precisamente, la razón de ser de nuestros archivos, tanto locales, como nacionales, institucionales y eclesiásticos.
En realidad, registrar para recordar es un reflejo condicionado en la tradición metodista, una parte constitutiva de nuestra herencia, nuestra identidad, nuestro método de hacer las cosas. Comenzando con Juan Wesley, quien registraba prácticamente todo lo que hacía cada 24 horas, y llevaba cuidadosos registros en las sociedades que fundaba, habiéndonos dejado el monumento de su prodigiosa producción literaria en 200 obras que ocupan muchos tomos y ediciones, especialmente sus cartas, diarios y agendas (journal and diaries). Juan Wesley enseñó a sus predicadores y predicadoras a escribir sus propios diarios.
Y las iglesias metodistas que se fundaron en esta parte del continente contaron desde el principio de su organización con libros de Registro, de Actas, de Informes, de Estadísticas, etc. Cada iglesia local nombraba su “ecónomo archivero”, que debía presentar sus informes en cada “Conferencia Trimestral”. A propósito de esto, ¿qué pasó con el ecónomo archivero en nuestras iglesias autónomas? ¿Y qué habrá pasado con nuestros registros y archivos?20
Registramos la historia —nos dice también Rodolfo Míguez— “para construir la memoria colectiva”, “para entender la cadena causal de hechos que nos explican cómo llegamos a ser lo que somos”.
Los registros de la historia se convierten así en un acervo insustituible para conocer nuestro pasado, de donde vinimos.21 Digo acervo insustituible, literalmente. Si nosotros no lo hacemos, nadie lo va a hacer. Nuestra historia es como nuestro testimonio, nadie lo puede dar por nosotros. Así de simple.
Tradicionalmente, los archivos constaban de libros y documentos. Hoy en día tenemos los recursos múltiples de las nuevas tecnologías de grabación de cintas, videos, compactos de texto e imagen, que requieren una rápida y continua actualización de nuestros registros, archivos y museos.22
Recordar para renovar, para corregir y reinterpretar
¿Y para qué recordamos?
Como hemos visto, la historia se escribe y se lee desde el presente y con vistas al futuro. Toda lectura histórica es una relectura, o por lo menos da la ocasión de una relectura. No toda historia será inspirada (o inspiradora) como se dice de la Escritura en II Timoteo 3,16, pero sí toda historia puede ser “útil para enseñar, para redargüir, para corregir…”.
“Entre los griegos —dice Justo L. González— la historia era como investigación, ‘visitar para conocer’. Para el pueblo hebreo la historia tiene una perspectiva y una función teológica, una función religiosa y didáctica… El pueblo escribe su historia para saber cómo servir a su Dios” 23
En esa historia aprendemos de los aciertos y de los errores, de los frutos y de las frustraciones. El recordar estimula nuestra acción y relativiza nuestros logros y nuestras expectativas.
Vienen a mi mente algunos trabajos recientes de relectura histórica como la revisión que Diana Rocco hizo sobre el movimiento laico de La Plata y Córdoba (ALMA), utilizando los archivos de correspondencia, aplicando criterios profesionales de investigación y con una perspectiva crítica a la distancia.24
Otro ejemplo que me ha impactado personalmente ha sido el trabajo de investigación, reconstrucción histórica y reflexión a futuro de Pablo Sosa sobre la contribución única y decisiva de Eduardo Carámbula en el desarrollo de la música y la himnología en el Río de la Plata. Una recuperación histórica invalorable, a la vez que un acicate para las tareas continuadas de la himnología y el desafío impostergable de actualizar un himnario ecuménico para nuestras iglesias de hoy.25
Por su parte, Inés Simeone ha realizado trabajos de investigación sobre el lugar de la mujer en el metodismo naciente y trae esa misma pregunta hermenéutica en la relectura del metodismo rioplatense, en su trabajo para esta lomada Histórica. La pregunta y la perspectiva de género obliga a toda una relectura tanto de la Escritura26 como de la historia de la iglesia.
De esta manera, el ministerio del recuerdo” se convierte en una exhortación a renovar, a cambiar, a corregir, como en las Cartas a las Siete Iglesias del Apocalipsis:
“El que tiene oídos para oír, oiga, lo que el Espíritu dice a las iglesias… Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia… pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras, pues si no te arrepientes pronto vendré a ti y quitaré tu candelabro de su lugar…”
(Apoc. 2, 2-5)
Hay formas ele la historia que tienen claramente una intención con fines didácticos y de inspiración, como las biografías, un género que acompaña a toda la historia del cristianismo para la edificación del pueblo de Dios. En nuestra pequeña historia metodista no abundan las biografías.27 Parece que tenemos miedo a la iconografía, o somos pocos y nos conocemos mucho, o no tenemos recursos para publicar ni público para comprar lo publicado. Por una razón u otra, hay figuras ejemplares o de influencia en la historia de nuestra iglesia que sólo van quedando en el recuerdo de quienes les conocieron y fueron directamente beneficiados por su ejemplo o su ministerio, como Julio Manuel Sabanes, Carlos T Gattinoni, Luis E. Odell, Sante Uberto Barbieri, Earl M. Smith, Violeta Cavallero, Violeta Briata, Ana M Cepollina y otros. De algunas y algunos de ellos por lo menos tenemos sus escritos.
Sin embargo, las historias de vida con valor de testimonio no tienen por qué limitarse a personalidades que requieran un libro para ser conocidas. El Dr. José Alberto Piquinela, Director por tres décadas del Archivo Metodista de la IEMU, inició la producción de esbozos biográficos en folletitos plegables, fácilmente reproducibles y distribuibles, que luego encuadernó en un volumen no comercial, para archivo, Testimonios de Poder.
También andará por ahí alguna que otra autobiografía.28 Tuve el privilegio de tener en mis manos la autobiografía manuscrita de Daniel Hall Doprat que fuera pastor de congregaciones en Rosario, La Plata y Córdoba, y varios años Director de la Imprenta Metodista y de El Estandarte Evangélico, gracias a la gentileza de su hija Elena Hall de Odell. A nuestra sugerencia, ella también dactilografió el manuscrito y nos envió una copia, la cual estamos compartiendo con el Archivo de la 1EMA. Es una autobiografía que dice mucho no sólo sobre la persona de Daniel Hall sino también sobre su tiempo, un testimonio invalorable sobre una etapa crucial de nuestra historia metodista.
Recordar para vivir y revivir la historia
Finalmente, se trata de recordar para vivir y revivir la historia.
Porque no sólo están los escritos, están las personas, que son la historia viva de nuestra iglesia, cada una llevando en si una porción de la historia metodista. ¿Por qué esperar a que las personas se hayan ido para pensar en registrar y recordar su testimonio? Y esto vale no sólo para los que han sido líderes destacados en nuestra historia metodista rioplatense y a nivel latinoamericano y de la iglesia universal, sino también para los miembros antiguos de nuestras iglesias que tienen consigo su parle de la historia de las mismas. Con ellos podemos vivir y revivir nuestra historia.
El Dr. José Alberto Piquinela inició también, en su tiempo, la grabación de mensajes de algunos predicadores como Violeta Cavallero, Jorge P. Howard, Emilio Castro, cuando recién comenzaban a usarse las cintas magnetofónicas.
El Pastor Rodolfo Míguez ya desde hace un buen tiempo viene haciendo entrevistas a miembros mayores de nuestras iglesias, conservadas en cassetes y luego publicadas en el Boletín Metodista, en lo que él llama muy propiamente un “Album de Familia”.
Hoy día tenemos los recursos invalorables de la grabación de palabra, imagen y movimientos a través de videos y compactos (cd) que nos permiten registrar, ver y revivir la historia. En 1996 tuvimos la oportunidad de tener con nosotros en Uruguay a los seis ex presidentes de la IEMU desde su autonomía en 1969, todos vivos todavía (Emilio Castro, Luis E. Odell, Oscar Bolioli, Margarita Grassi, llda Vence, Pedro A. Corradino y Yamandú Rey). Aprovechamos que iban a estar presentes en Uruguay para realizar con ellos entrevistas personales, grabadas en video, con un libreto de preguntas preparadas por la Comisión de Historia, y luego una filmación de una ronda presentada por la presidenta actuante, Beatriz Ferrari. Quienes habían sido actores de la historia de la IEMU pudieron compartir sus impresiones y evaluaciones sobre la iglesia que les tocó presidir, la mayoría de ellos en situaciones dramáticas para la iglesia y el país, con el propósito de recordar y aprender de la historia reciente de la Iglesia Autónoma y mirar hacia el futuro.29 La ronda fue presentada en la apertura de la XIV Asamblea General y los videos con siete horas de filmación individual pasaron al Archivo Metodista
¿Para que la historia? Para recordar, para aprender, para reinterpretar, para renovar, para revivir… y para comprometerse con el futuro.
O sea, anamnesis para la praxis.
Conclusión
Esta tendría que ser nuestra conclusión natural: el propósito final de la historia es la praxis, el presente y el futuro de la iglesia.
A la luz de la historia podemos escuchar de nuevo la advertencia de la Escritura:
“Cada uno mire cómo sobre-edifica… Si alguien edifica sobre este fundamento con oro, plata y piedras preciosas, o con madera, heno y hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta, porque el día la pondrá al descubierto, pues por el fuego será revelada… el fuego la probará…”.
Palabra de la Escritura y lección de la historia.
Este es nuestro porqué y para qué: nuestra memoria y nuestra vocación.
1 Justo L. González, Historia de las Misiones, Buenos Aires, La Aurora; Historia del Pensamiento Cristiano, Buenos Aires, Methopress, T. I, 1965, La Aurora, T. II, 1972; Historia Ilustrada del Cristianismo, Miami, Caribe, 10 tomos, 1978-1988; y la hazañosa edición de los 14 volúmenes de las Obras de Wesley en Español, Franklin, Tennessee, Providence House Publishers, 1996-98.
2 Justo L. González, La Historia También Tiene su Historia, Buenos Aires, ASIT, 2001, pp. 9, 22, 103.
3 Enrique Dussel, Historia de la Iglesia en América Latina, Barcelona, Nova Terra, 1974. “La historia existencial es el único locus de la teología cristiana”, p. 4G.
4 Halford E. Luccock, Línea de Esplendor Sin Fin, Buenos Aires, Imprenta Metodista, s/f.
5 Esta expresión evoca naturalmente el título de la monumental obra de Norman K. Gottwald, The Tibes of Yahweh, Maryknoll, New York, Orbis Books, 1979, felizmente traducida al español por Alicia Winters, Bogotá, Colombia. Justamente, la tesis de Gottwald es que las historias bíblicas en sus diferentes estratos (J, D, E, etc.) son relecturas relevantes para las situaciones presentes del pueblo de Israel (pp. 28-29).
6 Alusión a Juan Wesley y Juan Francisco Thomson.
7 María L. Pelento, “Lo social y lo individual en la sesión psicoanalítica”, Página/12, 29-5-03.
8 Como creyentes, nuestra identidad última nos es dada por Jesucristo, como dice Pablo, “vivo, no ya yo, sino que Cristo vive en mi”. El cristianismo nace en medio del tembladeral de identidades del más grande imperio de la historia hasta entonces. Los evangelios, la historia de Cristo y del cristianismo naciente, y muy especialmente las cartas ele Pablo a las pequeñas comunidades de creyentes dispersos en ese mundo, ¿qué son sino un proceso continuo de refundación de identidades? “Los santos”, “ciudadanos del cielo”, “miembros del cuerpo de Cristo”, “hijos e hijas de Dios”…
9 Los metodismos británicos y norteamericanos del siglo XIX, los movimientos de santidad y los pentecostales del siglo XX. Hay más o menos una comunidad de 30 millones de metodistas vinculados al Concilio Mundial Metodista y probablemente unos 60 millones de cristianos se iden tilica rían como de tradición o de orientación metodista o wesleyana. ¿Cuántos de los 500 millones de “pentecostales y carismáticos” (Barrett) del año 2000 (World Christianity Statistics ) reconocerían a Juan Wesley como un ancestro teológico y espiritual? Ver Donald Dayton, Las Raíces Teológicas Wesleyanas del Pentecostalismo, Buenos Aires, Kairós.
10 Por ejemplo, Theodore Runyon, The Nexo Creation: John Wesley Theology Today, Nashville, Tennessee, Abingdon, 1998; A Nova Criaçao: A Teología de Joao Wesley hoje, Sao Bernardo do Campo, Editeo, 2002; Colín W. Williams, La Teología de Juan Wesley: Una Investigación Histórica, trad. Roy May/Fanny Geymonat, San José, Costa Rica, Ediciones Sebila, 1989, especialmente el cap. 1: “El Genio del Catolicismo: Doctrina y Opinión”.
11 “Yo no temo que el metodismo no tenga futuro en Inglaterra o en América, pero sí que se convierta en una secta muerta”, según la famosa frase de Wesley en su apología del metodismo (Obras de Wesley, Defensa del Metodismo, T. V, p. 234.).
12 “En cuestiones de opinión”, dice Wesley, “que no afectan a la raíz del cristianismo”, “pensamos y dejamos pensar”. Ver su sermón 39, “El Espíritu Católico”, en Obras de Wesley, T. III, Sermones III, Franklin, TN, Providence, 1996.
13 Es sumamente ilustrativo el hecho de que, mientras Wesley y sus predicadores definieron la misión del metodismo como la “reformar la nación y especialmente la iglesia y esparcir la santidad bíblica por toda la tierra”, la Iglesia Metodista Episcopal de Estados Unidos define su misión como “reformar el continente y esparcir la santidad bíblica por toda la (ierra”. El continente reemplaza a la nación y ya no figura la reforma de la iglesia…
14 Ver los volúmenes sobre las dos Consultas sobre la Tradición Wesleyana en América Latina, la de San José, Costa Rica, 1983, y la de Piracicaba, Brasil, 1984. Ver José Duque, ed., La Tradición Protestante en la Teología Latinoamericana: Lectura de la Tradición Metodista, San José, Costa Rica, DEI, 1983; Varios, Luta pela vida e evangelizaçao, Sao Paulo: Ediçoes Paulinas, 1985. Especialmente la Sección II, con varios aportes sobre “Las Mediaciones Distorsionantes”.
15 Las primeras exploraciones e intentos ele misión metodista desde 1835 (la visita de Fountain E. Pitts, la residencia de William H. Norris, los pastorados de John Dempster y de Goldsmith B. Carrow) fueron pre-bellum, antes de la división entre la Iglesia Metodista Episcopal (del Norte) y la Iglesia Metodista Episcopal del Sur. Pero el establecimiento posterior con William Goodfellow como Superintendente desde 1860, y sus continuadores, fue de la IME del Norte, mientras que a México fueron las dos iglesias del Norte y del Sur, y en Brasil la IME del Sur, con excepción de Río Grande del Sur, misionado inicialmente desde el Río de la Plata, particularmente desde Montevideo. Y ese trasfondo de los metodismos del Norte y del Sur ha dado un perfil diferente y una trayectoria diferente a las iglesias respectivas, un tema sobre el cual sólo tenemos impresiones muy generales. (Ver la nota siguiente.)
16 Por ejemplo, Iglesia Metodista de México y la de Brasil obtuvieron su autonomía en 1930, por acuerdo con su Junta de Misiones, mientras que las otras iglesias nacionales permanecieron unidas en una Conferencia Central como parte orgánica de la Conferencia General de la Iglesia Metodista Episcopal (desde 1920) y luego de la Iglesia Metodista (unión de la IME del Norte y del Sur más la Iglesia Metodista Protestante desde 1939). Al formarse la Iglesia Metodista Unida —unión de la anterior con la Iglesia de los Hermanos Unidos—, las iglesias latinoamericanas pasaron a ser autónomas afiliadas.
17 Daniel P. Monti, Ubicación del Metodismo en el Río de la Plata, Buenos Aires, La Aurora, 19.76.
18 Ver lista de estas fuentes en Mortimer Arias, “As Mediaçoes Distorcionantes Na Transmissao do Legado Original de Wesley”, y en “A Mediaçao Norteamericana Da Herança Metodista Na America Latina”, capítulos de volumen 1 Luta Pela Vida e la Evangelizaçao, Sao Paulo,: Ediçoes Paulinas, 1985.
19 Norman Rubén Amestoy, “El Pensamiento Teológico Metodista en el Uruguay de 1875-1900″; “Reforma Moral: Una Piedad para la Modernidad, El Imaginario de lo Cotidiano en el Metodismo Uruguayo, 1875-1910″ (copia de manuscritos enviados por el autor al Archivo de IEMU).
20 En este sentido, es probable que nuestras instituciones educativas y de servicio social tengan archivos más organizados y mejor preservados que las mismas congregaciones. El Instituto Crandon de Montevideo, por ejemplo, tiene un Archivo y Museo muy bien organizado, fruto de un esfuerzo intencional Además de la dedicación de tiempo y personal abocado a esta larca.
21 Habiendo visitado el Archivo Metodista de la Universidad de Drew, el más grande archivo metodista del mundo, en busca de fuentes para nuestra historia metodista latinoamericana, me atrevo a decir que lo que hoy tenemos en los archivos de la 1EMA y de la IEMU son en algunos ítem únicos en el mundo. Por ejemplo, la colección completa del primer periódico protestante en América latina, El Evangelista, publicado en Montevideo de 1877-1886. En Montevideo tenemos los manuscritos de Emilio Castro, en sus propias carpetas conservadas a lo largo de su ministerio nacional e internacional. En ambos países tenemos la correspondencia de los obispos y superintendentes, de los presidentes, consejos y juntas que serán únicos en el mundo.
22 En el Archivo de la IEMU, heredero del trabajo continuado y eficaz del Dr. Juan Alberto Piquinela, contamos con valiosísimas colecciones de los periódicos El Evangelista (1877-1886), Estandarte Evangélico (1892-1971, incompleto a partir de esta última fecha), El. Atalaya. (1901-1909), La Reforma (1908-1909), La Idea (1917-1957), Mensaje (1957-58), Arco Iris (1948-1963), algunos años de La Aurora, el Boletín Metodista (1971-2003). También hemos organizado una Biblioteca Histórica con libros publicados de Imprenta Metodista y Editorial La Aurora que han llegado a nuestro archivo. Antes de su temprano fallecimiento, el Dr. J. A. Piquinela había comenzado la grabación de mensajes de algunos destacados predicadores y líderes de nuestra iglesia. El Pastor Rodolfo Míguez desde hace pocos años ha iniciado entrevistas grabadas con laicos de larga historia en nuestras iglesias en lo que llama “Album Familiar”, que permite recuperar elementos de la historia de sus iglesias a través de la experiencia vivida como creyentes en ellas.
23 “La historia no es sólo de certezas, sino resultado de pugnas y desacuerdos, lo cual obliga a los que somos herederos de esa historia, a la apertura y … al diálogo”, Justo L. González, op. cit., p. 22.
24 Diana R. Rocco Tedesco, “Un Episodio iconoclasta en la IEMA y la Organización de ALMA”, Cuadernos de Teología, Buenos Aires, 1SEDET, Vol. XIV, Nº 2, 1995, pp. 93-109. La autora confiesa que “este trabajo tiene que ver con un hallazgo casual realizado al poner en orden los papeles del legado Stockwell en el Archivo Histórico de ISEDET”. ¡Así se preserva, se recupera y se reinterpreta la historia!
25 Cuadernos de Teología, Buenos Aires, ISEDET, 2002. En este caso el hallazgo no fue casual sino buscado, utilizando los recursos de internet para contactar al propio hijo de Eduardo Carámbula, de dirección desconocida hasta entonces en Estados Unidos, para obtener la información directa en posesión de la familia.
26 Como puede verse en forma preeminente en el trabajo hermenéutico de los biblistas latinoamericanos, en la Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana (RIBLA), especialmente los números 15 “Por Manos de Mujer”, 37 “El Género en lo Cotidiano”, 38 “Religión y Erotismo”, 41 “Las Mujeres y la Violencia Sexista”, 42/43 “La Canonización de los Escritos Apostólicos” y 44 “El Evangelio de Lucas”.
27 Hay un par de clásicos, como la de Juan E. Thomson por Juan C. Vareteo; la de Francisco Penzzotti por Claudio Celada; la de Carmen Chacón, por Daniel P. Monti; la de Cecilia Guelfi, por Guelfi de Berciá, y, muy posteriormente, la de B. Foster Stockwell por Thomas Goslin, lodos escritos varias décadas atrás. Juan C. Varetto, El Apóstol del Plata, etc.
28 Por ejemplo, su trayectoria de autodidacta, de laico que accedió al ministerio por cursos de la Conferencia Anual mientras trabajaba sin haber pasado por un seminario; su lucha con la salud y el sostén de la familia; su carácter y sus opiniones; sobre las familias y apellidos que componían las iglesias; las construcciones de templos y casas pastorales; las ofrendas y la administración de fondos; la Imprenta Metodista y sus avatares; el sistema vertical de nombramientos de la IME, el costo de la itinerancia, etc.
29 Una copia del compacto de la Ronda de Ex Presidentes ha sido (raída para ser usada en esta Jornada de Historia Metodista y para el Archivo de la IEMA. Lamentablemente, por las condiciones técnicas limitadas de la filmación y de la conservación de los videos, éstos han sido afectados por los hongos, limitando sus actuales posibilidades de uso. Una experiencia para aprender, también.