Teología e Historia, Volumen 2, Año 2004, pp. 109-118 ISSN 1667-3735
Los valdenses, un “pueblo iglesia”
El término “valdendse” siempre lia encerrado dos realidades, lo que a menudo ha llevado a confusión: una Iglesia y una región. Desde el punto de vista histórico, “valdense” refiere, en primer lugar, a una Iglesia, o mas correctamente, a un movimiento religioso que nació en el siglo XII en la francesa Lyon y con el tiempo se transformó en la única comunidad cristiana medieval no católica hoy existente. En segundo lugar, “valdense” designa un área geográfica concreta, a partir de la instalación del “movimiento” en ella: dos valles del Piamonte Occidental, en el triángulo fronterizo ítalo-suizo-francés (valles del Pellice y de Chisone-Germanasca), los valles valdenses.
No es el objetivo de este trabajo profundizar sobre la historia de los valdenses. No obstante, es preciso delinear algunos elementos generales de su peripecia. Desde ese punto de vista, es posible dividir la historia valdense en dos grandes momentos: el del “movimiento”, que abarcaría desde el siglo XII hasta mediados del siglo XV1; y el de la “Iglesia”, desde el Sínodo de Chanforán, en el que adhieren a la Reforma en su vertiente calvinista, hasta nuestros días.
El valdismo (o valdeísmo, como han preferido llamar otros autores) es, entonces y antes que nada, un movimiento religioso. Ese movimiento define sus principios religiosos en la acción y en el enfrentamiento —largo, constante, muchas veces terrible— con la Iglesia oficial. Hasta Chanforán resulta difícil para el investigador establecer una teología de este movimiento. Sin embargo, es posible identificar principios que lo oponen cada vez más radicalmente al catolicismo.
En apretada síntesis, se pueden señalar: a) Ja insistencia en el centralismo de las Sagradas Escrituras, pero no como objeto de veneración sino de meditación, lo que los lleva a insistir en la lectura directa por parte de cada creyente y, para que ello fuera posible, a traducir la Biblia a la lengua vulgar; b) la conciencia de ser una comunidad cristiana autónoma, diferente tanto doctrinal como organizativamente, de la Iglesia Católica; c) la creencia en que el destino eterno se juega en la tierra conforme se recorra el camino del bien o del mal, por lo que el purgatorio, las intercesiones de santos, las indulgencias, debían ser combatidas como falsas; d) la posibilidad de la consagración del sacramento por cualquier creyente, lo que significaba la negación del “poder” sacerdotal; e) el rechazo del juramento, elemento profundamente subversivo en una sociedad que se basaba en él; y f) la negación del poder temporal de la Iglesia a través del “anticonstantinismo”: la “donación de Constantino” al papa Silvestre comprometió a la Iglesia con el poder político y la corrompió.
En los siglos XIV y XV la represión católica logró reducir este movimiento casi a la insignificancia. Por ello, debieron protegerse en los valles alpinos del Piamonte Occidental (luego llamados valles valdenses). La Reforma revitalizó, sobre nuevas bases, esta disidencia religiosa. En 1532, a través del Sínodo de Chanforán, los valdenses se transformaron de “movimiento” en “Iglesia”, adhiriendo a la Reforma calvinista. Discutir si los valdenses perdieron o ganaron con esa adhesión es no tener en cuenta la perspectiva histórica. En efecto, parece evidente que los delegados reunidos en Chanforán no tenían alternativas viables: o se unían a la Reforma o desaparecían.
Por otra parte, si bien esta adhesión transformó profundamente la estructura organizativa del valdismo y también algunos de sus preceptos religiosos al incorporar las tesis más importantes de la teología calvinista, los valdenses cuidaron celosamente de no perder su identidad como iglesia. Las persecuciones de los siglos XVI y XVII —que casi los llevaron nuevamente a la desaparición— marcaron a luego esa identidad, al punto que lograron sobrevivir hasta nuestros días. Es importante, entonces, rescatar esta peripecia en dos aspectos: la definición y defensa de una identidad, y el papel configurador que el afuera tuvo en esta historia.1
Emigración y colonización en el Río de la Plata
En 1871 un colono resumía de forma certera las razones que obligaban a los valdenses a abandonar sus valles:
“No es el amor por las aventuras ni la atracción de las ganancias la que nos impulsa a llevar nuestras familias allende el Océano, en un país lejano que no conocemos y de donde probablemente ninguno de nosotros habrá de volver jamás. No: son la miseria, el sufrimiento, el hambre los que nos echan ”.2
En efecto, una explosiva combinación entre crecimiento demográfico y crisis económica (especialmente en la década de 1850) planteó la emigración en términos de estricta supervivencia. La emigración individual y estacionaria —común en los valles— no alcanzaba para resolver ese problema. A mediados de la década indicada, el fantasma del hambre planeaba sobre los valles. Así describía la situación el pastor Appia:
“…la miseria es espantosa (…) La miseria se está haciendo tan grande que la mayor parte de nuestra gente se halla al borde del abismo (…) En Roccapiatta se morirá de hambre como en Pradeltorno (…) Son cuatro vendimias que fracasan…3
Pese a ello, las autoridades eclesiásticas se estancaron en estériles discusiones sobre el destino a elegir para una emigración masiva. Oficialmente, la Iglesia no organizó ningún proyecto colonizador: el temor a la pérdida de la identidad religiosa predominó sobre cualquier otra consideración. Por ello, la emigración se procesó de forma absolutamente espontánea y, en muchos casos, con la desaprobación (explícita o no) de la elite eclesiástica.
Los primeros valdenses llegados al Río de la Plata se radicaron en 1857 en el Departamento de Florida, Uruguay, pero la cenada oposición del cura del lugar (el jesuita Magesté) los obligó a buscar un lugar más tranquilo. Fue así que, con el apoyo del capellán de la Legación Británica en Montevideo, el Reverendo Pendleton, llegaron al Rosario Oriental. Desde allí, y luego de superar serias dificultades derivadas del traumático proceso de asentamiento, iniciaron —especialmente luego de la llegada del pastor Daniel Armand Ugón en 1878— un original proceso expansivo, una “diáspora organizada” que los llevó a establecer colonias en el Departamento de Colonia (Cosmopolita, Riachuelo, Sauce, Minuano, Tarariras, Estanzuela, San Pedro, Ombúes de Lavalle, Miguelete), en el Departamento de Soriano (Paso Ramos, Cañada de Nieto, Concordia, Palmitas), en el de Paysandú (Arroyo Negro), en el de Río Negro (Nueva Valdense), en Rocha (Alférez), entre otras.
De forma paralela, también se establecieron colonias en la República Argentina. Las colonias más antiguas, como San Carlos, fueron conformadas con elementos provenientes de Italia, pero otras, como Rosario-Tala o, en especial, Colonia Iris, se formaron mayoritariamente con colonos procedentes de Uruguay.4
El modelo colonizador valdense
Estudiar el proceso de cada una de esas colonias excedería largamente el objeto de este artículo.5 No obstante, parece importante destacar que es posible establecer un modelo colonizador valdense. En efecto, por una parte, el proceso colonizador valdense revistió aspectos originales con respecto a otros grupos inmigratorios radicados en Uruguay. Asimismo, por otro laclo, en todos los procesos de fundación de nuevas colonias valdenses en el país se advierten características similares, a tal punto que por ello parece posible hablar de un modelo. Tinto uno como otro aspecto le dan determinada singularidad dentro del espectro nacional.
¿Cómo funcionó este modelo? La escasez de tierras en la primitiva colonia —originalmente Colonia Valdense, aunque luego se repitió en otras— y la presión demográfica llevaba a que algunas familias emigraran a puntos relativamente cercanos a la colonia madre en busca de tierras aptas para agricultura. En primer lugar arrendaban, pero luego, constituido un núcleo importante, intentaban, en base a grandes sacrificios, hacerse propietarios. La dirigencia eclesiástica, siempre preocupada de los aspectos negativos que conllevaba la dispersión del rebaño desde el punto de vista religioso, procuraba dirigir el proceso consolidando los grupos.
La originalidad del proceso estriba en que esta tendencia expansiva no culminó, como en otros casos, en una gran diseminación y en la pérdida de elementos culturales identificatorios. Por el contrario, bajo la dirección de la Iglesia, se fueron constituyendo colonias homogéneas, especies de satélites de la colonia madre que rápidamente consolidaban sus estructuras internas y repetían el proceso originario.
Conforme se fueron agotando las posibilidades colonizadoras en el país, la dirección se hizo aún más centralizada. Así se crearon comisiones de colonización cuya tarea era encontrar terrenos aptos y a buen precio, visitarlos e informar sobre las posibilidades. Si éstas parecían buenas, se hacían asambleas y se suscribían los colonos interesados en adquirir o arrendar tierras en la nueva colonia. De cualquier forma, en todos los casos el proceso de adquisición se enfrentaba colectivamente, y siempre con intermediación de las autoridades eclesiásticas.
El objetivo buscado, en cualquiera de los casos, era el mismo, y queda magistralmente definido por un colono de Iris, Alejo Griot:
“Hay pues una urgente necesidad de consolidar los grupos existentes y de impedir, lo más que se pueda, que las familias se aparten de los núcleos empezados, para confundirse en medio de gentes de otras nacionalidades y credos, de acuerdo con el principio que la unión hace la fuerza”.6
Entre los rasgos esenciales de este modelo colonizador y del colono valdense es posible destacar:
- que respondió a un sistema organizado y jerárquico, planificado, que procuraba impedir la diseminación y buscaba crear colonias compactas y homogéneas;
- que implicó un enfrentamiento colectivo del proceso colonizador así como también de las tareas agrícolas;
- que siempre se manifestó una acentuada tendencia propietarista, rasgo quizás común con otros pueblos agricultores, pero que en el caso del valdense alcanzaba ribetes casi obsesivos;
- que el colono valdense se destacó por su apertura a la introducción de tecnología avanzada en la producción agrícola; este rasgo parece ser exclusivamente rioplatense, pues según un informe de 1906 “nella madre patria si dimostrano eccesivamente legati alle antiche abitudini e quasi refrattarii al progresso”7.
Los rasgos de una identidad valdense
Hace ya más de medio siglo, un pastor valdense expresaba:
“Es lícito afirmar que un elevado espíritu de unión está encarnado en los valdenses, y es ese espíritu que se ha demostrado siempre en las dos grandes direcciones de su vida que son: religión e instrucción. El templo y la escuela son los factores principales de unión entre los valdenses”8.
Como ya se ha sostenido en oíros trabajos9, esta cita resume de forma magistral los elementos esenciales en torno a los que se construyó la peripecia valdense rioplatense.
En efecto, la configuración de una identidad valdense pasa por la influencia de ¡o religioso en la comunidad. Iglesia y comunidad, esto es, comunidad religiosa y comunidad civil son parto de una misma dimensión entre los valdenses, por lo menos hasta bien entrado el siglo XX. La influencia de lo religioso era visible en todos los ámbitos de la vida comunitaria y las funciones de la Iglesia excedían largamente las que se podrían entender como estrictamente religiosas.
El valdense veía en su religión y en su Iglesia el signo visible de su identidad y el instrumento para enfrentar colectivamente el difícil proceso de asentamiento e integración en un medio diferente y potencialmente hostil.10 Este elemento, común con otras iglesias de inmigración, se vio reforzado en el caso valdense porque había detrás más de ocho siglos de historia.
Es en el factor religioso, por lo tanto, donde se deben buscar las bases de la identidad cultural valdense, aquello que los hace diferentes y una de las razones principales para explicar su exitoso proceso colonizador en el Río de la Plata. Tal extremo ya lo advertía hace ya más de cuarenta años el pastor Ernesto Tron. En efecto, al referirse a la peripecia valdense en el Río de la Plata la relacionaba con el “ser” valdense, y por ello sostenía que “la única explicación de ese fenómeno realmente sorprendente tiene que ser buscada en la religión (…) Esa religión, vivida y practicada diariamente a precio de tantos sacrificios, ha plasmado al pueblo valdense, creando en él un sentido serio de la vida, una voluntad decidida de trabajo y una conciencia, clara de su responsabilidad frente a los demás”. 11
A tal punto resulta trascendente el elemento religioso como constituyente de la idenudad valdense que oirás características de la misma aparecen teñidas o pueden ser explicadas a través de aquél. Así, por ejemplo, las tendencias endogámicas de la comunidad, comportamiento característico hasta por lo menos la década de los 50,12 encuentra su explicación en el peligro que podían entrañar los matrimonios exogámicos para la conservación de “la fe de los padres”. Al respecto, las publicaciones oficiales de la Iglesia (La Unión Valdense, Mensajero Valdense, en sus primeras épocas) hacían hincapié en ese peligro, y dentro de las comunidades se hablaba de “valdenses de pura cepa” para referirse a aquellos que tenían los dos apellidos de esa procedencia.
Relacionado con lo anterior, la idea de vivir en colonias compactas y homogéneas, prudentemente separadas del medio, buscaba la preservación de la fe religiosa para evitar la contaminación del medio. La insistencia en este punto venía ya desde los valles, y en gran parte se explica por los peligros que el afuera siempre había tenido para los valdenses: ocho siglos de persecuciones graban afuego cualquier identidad. No en vano, un pastor arengaba a un grupo emigratorio con estas palabras:
“Tratad siempre de manteneros muy superiores intelectual y espiritualmente a quienes os rodean. Si sois iguales, seréis absorbidos, si sois inferiores, seréis siervos”.13
Pero tampoco se deben dejar de laclo otros elementos. Por ejemplo, resulta muy significativa la utilización del francés14 en los oficios religiosos, común hasta muy entrado el siglo XX.15 Esto se hacía no sólo para preservar un vínculo de unión con los valles valdenses sino también porque se lo entendía como “el idioma de la Reforma”.
También resulta impórtame la estimulación constante de la conciencia histórica de las comunidades, que se consideraba fundamental para conservar una tradición de ocho siglos y para justificar caracteres diferenciales con respecto a otras denominaciones protestantes y, por supuesto, con respecto a la Iglesia Católica. Quizás —y sin quizás— esto sirva para explicar esa especial inclinación hacia la historia de los valdenses.16
Por otra parte, es preciso hacer hincapié en la instrucción ya que la misma era fundamental para la existencia de una religión basada en la interpretación directa de las Sagradas Escrituras por parte del creyente. Sobre este tema, Daniel Armand Ugón17 la destacaba como “una cuestión de vida o muerte para la colonia en general y para la Iglesia en especial”.
A nuestro juicio, y aun reconociendo que quizás esta afirmación podría ser discutible, el factor religioso sigue siendo hoy uno de los elementos centrales de la identidad valdense. En efecto, aun en aquellos casos en que el creyente se haya desligado parcial o totalmente de la actividad religiosa, mientras siga hablando de “nosotros, los valdenses” (o más familiarmente, “deli nosti”), en otras palabras, mientras no haya cortado el lazo con el grupo, seguirá entendiendo a la religión como algo que lo identifica, como el legado de la tradición y de los antepasados.
Lo religioso sobrevive de formas muy particulares y variadas en la mayoría de los valdenses impregnando formas de ser y de actuar en el mundo, modelos de vida, comportamientos, etc. Ya lo percibía así el citado Ernesto Tron cuando afirmaba que “si se apela a la religión, habrá siempre esperanza de conmover a un valdense, porque ella tiene un eco profundo en su alma”.18 O como decía otro pastor recientemente:
“Uno los mira y aparentemente están apagados, pero quita la ceniza que los cubre, los revuelve un poco, les arrima un par de ramitas secas, los sopla, y está prendido el fuego”.19
[*] El siguiente texto fue presentado en la II Conferencia General, Historia de la Iglesia en América Latina y el Caribe, CELULA (Comisión para los Estudios de la Historia de la Iglesia en América Latina), San Pablo, 25 al 28 de julio de 1995.
1 Para ampliar sobre estos punios, véanse, entre otros, Giorgio Tourn, Los Valdenses, 3 vols., bel. de la Iglesia Valdense, Montevideo, 1983; o la obra más exhaustiva de A. Mölnar, A. Armand-Hugón y V. Vinay, Storia dei Valdesi, 3 tomos, Claudiana, Turín, 1974-1980.
2 Cit. en E. Pavarín, “Colonia Alejandra”, en Mensajero Valdense, N” 910, 1° de setiembre de 1957.
3 Cfr. Giorgio Appia, Correspondánce, París, s/f., p. 194-195.
4 Para ampliar sobre el proceso colonizador valdense, véase Roger Geymonat, El Templo y la escuela. Los Valdenses en el Uruguay, Ed. Cal y Canto, Montevideo, 1994; 1996.
5 Íd.
6 Cit. en Lévy Tron, Colonia Iris en sus primeros veinticinco años. 1901-1926, Jacinto Aráuz, 1926, p. 39-40.
7 Cfr. Näif Tourn, I Valdesi in America , Turin, 1906, p. 83.
8 Cfr. Enrique Beux, “Unión y gratitud”, en Mensajero Valdense, N° 354, 15 de enero de 1934.
9 Cfr. Roger Geymonal, El Templo y…, ob. cit.
10 Con respecto al tema, véase, por ejemplo, Waldo L. Villalpando, Las Iglesias del transplante. Protestantismo de inmigración en Argentina, Centro de Estudios Cristianos, Buenos Aires, 1970.
11 Cfr. Ernesto Tron, “Los Valdenses en la región rioplatense”, en Boletín de la Sociedad Sudamericana de Historia Valdense, número especial, 1948, pp. 126-127.
12 De un muestreo que hemos realizado para los años 1908-1909-1910, solo un 25% de los matrimonios eran exogámicos, registrándose una mayor propoción en las colonias “nuevas”.
13 Esta frase aparece citada en diversas publicaciones de historia de los valdenses rioplatenses. Originalmente, está transcripta en Jean Gay, Les origines de la Colonie Vaudoise de l´Uruguay, Torre Pellice, 1908.
14 Con respecto a este punto, véase Roger Geymonat, “La identidad cultural valdense y el francés”, en “Singular. Memoria valdense”, N° 9, noviembre de 1999, Nueva Helvecia, p. 12 a 14.
15 Según consta en el Informe de la Conferencia de las Iglesia Valdenses del Río de la Plata en 1934, en la Parroquia de Colonia Valdense un culto mensual era en francés, y en cuatro de las seis escuelas dominicales se impartían los cursos en ese idioma. Asimismo, cuando las escuelas pasaron, en 1909, a manos del Estado, el Consistorio de Colonia Valdense subvencionaba una hora extra para que se enseñara francés a los niños.
16 Al respecto, véase Tomás Sansón, “Los Valdenses y la Historia”, en “Singular: Memoria valdense”, N° 3, noviembre de 1996, Nueva Helvecia, p. 12.
17 Carta de Daniel Armand Ugón al Moderador, manuscrita, 1878, en Libro de Correspondencia recibida y enviada. 1878-1884, Archivo de la Iglesia de Colonia Valdense.
18 Cfr. Ernesto Tron, “¿Qué misión está llamada a cumplir la Iglesia Valdense en las Repúblicas del Plata?”, en Mensajero Valdense, Nº 337, 1º de mayo de 1933.
19 Carlos Delmonte, conferencia inédita para la fiesta del 15 de agosto de 1992, en Colonia Valdense.