Teología e Historia, Volumen 2, Año 2004, pp. 101-100 ISSN 1667-3735
De los animales nombrados en la Biblia, el oso no ocupa un lugar destacado. Sin embargo, por esos avalares de la historia, este animal devino en representar a la más importante de las traducciones de la Biblia al castellano que hasta el día ele hoy poseemos. El hecho fue casual: un editor de la ciudad suiza de Basilea —lugar donde se imprimió por primera vez— se llamaba Samuel Biener (apellido que en alemán significa “apicultor”), y tenía como sello de su empresa la imagen de un oso que se erguía sobre un árbol hasta alcanzar el panal de donde lamía la miel. Este sello o logotipo comercial se colocaba en la portada de todos sus libros. Así, la primera Biblia completa traducida al castellano llevó esa imagen en su portada. Y pasó a la historia como la Biblia “del Oso”.
Este sencillo artículo tiene como fin entusiasmar al lector a saber más sobre la Biblia que utilizamos en nuestras iglesias. Si ese entusiasmo se enciende, nuestra recomendación es que recurra a dos artículos de fácil acceso, ambos escritos por quien hoy es uno de los especialistas en esta materia. Nos referimos a Plutarco Bonilla que publicara primero un artículo en Revista Bíblica titulado “Cosas olvidadas acerca de la versión de Casiodoro de Reina luego revisada por Cipriano de Valera”. Se lo encuentra en el tomo 57 de año 1996. El segundo artículo está en Cuadernos de Teología, XXII, de 2003 y se titula “Cipriano de Valera: autor de una ilustre revisión”. Hay una serie de artículos aparecidos hace mucho tiempo pero que conservan su vigencia en la revista Cuadernos Teológicos. Todos estos materiales traen a su vez bibliografía que permitirán continuar la investigación. De más está decir que todo se puede consultar en la biblioteca del ISEDET o solicitar fotocopias. A esto es necesario agregar que las Sociedades Bíblicas Unidas han producido una edición facsímil de excelente calidad y a un costo relativamente accesible. La edición facsímil reproduce el texto original de un modo fotográfico, como si tuviéramos la primera edición en nuestras manos.
La Biblia del Oso salió a luz en 1569 en Basilea, Suiza. De esa edición se imprimieron 2.600 ejemplares en su totalidad destinados a ser distribuidos en España, donde la Reforma protestante estaba llegando y necesitaba de Biblias para su consolidación. Digamos desde un comienzo que la mayoría de esos 2.600 ejemplares terminaron sus días en las hogueras de la inquisición, sin que sepamos al día de hoy cuántos de aquellos volúmenes sobrevivieron. Si se requiere alguna prueba más de la peligrosidad para el poder venial de dejar a la Biblia hacer su tarea entre las personas, ésta es sin duda la concluyente. Se cuenta que para introducirlos en España se los escondía en toneles de vino. Como un vulgar contrabando entraron buena parte de estas Escrituras en tierras ibéricas, pero tan singular vehículo dejó sus marcas y algunas copias se mancharon con el vino. Hoy se exhiben en España copias con las manchas que esos vaivenes les depararon a las Biblias.
Su traductor fue Casiodoro de Reina. Este era un fraile español que a poco de convertirse a la fe protestante debió huir a Inglaterra y de allí pasó a Francfort. Dedicó su vida y sus escasos dineros a esta obra. Fue —como se hace evidente por su obra— un reformador de una altísima cultura que, en la traducción, hizo un trabajo extraordinario al volcar los textos hebreos, arameos y griegos al castellano de su tiempo. De ese modo contribuyó a afirmar una lengua que estaba en pleno proceso de expansión y creatividad. Tengamos en cuenta que esta Biblia sale a luz en el siglo de oro de la literatura española. Es contemporánea de cumbres como Teresa de Jesús, Luis de León, Lope de Vega, Luis de Góngora, Tirso de Molina. Guando se publica todavía habrá que esperar 36 años para que Cervantes diera a conocer su monumental Don Quijote de la Mancha, que sale en 1605. En este contexto es claro que el idioma castellano se vio elevado y consolidado por la traducción de Casiodoro. En las sucesivas revisiones actuales, la última de 1995, el castellano se ha ido adaptando en su vocabulario y ortografía, pero aun retiene ese sabor de la lengua bien dicha y expresada. Es de notar que un declarado opositor al protestantismo, como fue el intelectual español Marcelino Menéndez y Pelayo, dice en su Historia ele los heterodoxos españoles de la Biblia del Oso que “como hecha en el mejor tiempo de la lengua castellana, excede mucho la versión de Casiodoro, bajo tal aspecto, a la moderna de Torres Amat y a la desdichadísima del Padre Scío” (libro IV, cap. X, sección III).
¿Hubo alguna Biblia protestante anterior a la de Casiodoro en castellano? No tenemos ninguna noticia al respecto y es altamente probable que no la hubiera. En una carta de 1518 el rey Felipe II ordena a su embajador en París buscar y quemar “el original de la Biblia en español” que unos frailes reformados tenían en esa ciudad. El embajador cumplió con fidelidad la tarea ordenada y de esa edición no ha quedado ni un solo ejemplar, ni una sola hoja en un museo. Pero hoy estamos seguros de que el libro mencionado no consistía en una Biblia completa sino sólo en una traducción del Nuevo Testamento. Que no haya sobrevivido ninguna copia indica que probablemente fue confiscada y destruida por las autoridades españolas antes de que se comenzara a distribuir.
Algunos aspectos de esta edición
A mediados del siglo XVJ el problema del canon bíblico no estaba aún resuelto y por eso en esta edición protestante tan significativa para los evangélicos se incluyeron los libros apócrifos. En la Biblia del Oso están intercalados con los otros libros, siguiendo el orden de la versión griega llamada Septuaginta y de la latina, Vulgata. Incluye no sólo los libros apócrifos que luego la Iglesia Católica llamará deuterocanónicos sino también otros como la Oración de Manases y Esdras 3 y 4. Estos últimos fueron obras que apreciaba muy particularmente un almirante de la época y que los leía corrientemente buscando orientación en sus travesías. Su nombre era Cristóbal Colón y hubiera apreciado contar con una traducción castellana cuando surcaba los mares para no tener que luchar contra el latín, lengua ya muerta en su tiempo.
Posteriormente cuando en 1602 Cipriano de Valera entregara a la imprenta su revisión, los libros apócrifos serán impresos en sección aparte y agrupados al final del Antiguo Testamento. De modo que la primera edición de Casiodoro de Reina-Cipriano de Valera los incluyó como apéndice entre ambos testamentos.
Una novedad revolucionaria introducida por Casiodoro en su traducción fue restituir el nombre de Dios. Es sabido que tanto la Septuaginta (la traducción griega del Antiguo Testamento) como la Vulgata (traducción latina de ambos testamentos) siguieron el criterio heredado del judaismo de evitar nombrar a Dios y reemplazar su nombre por la palabra Señor. Así en aquellas traducciones cada vez que en el texto hebreo se encuentra el nombre propio de Dios se coloca Señor. Esto no satisfacía la apetencia protestante por trasladar la Biblia lo más fielmente posible a las lenguas vernáculas, a la vez que se consideraba que esta práctica estaba algo teñida de superstición. Se argumentaba que era por respeto a la divinidad, por evitar pronunciar el nombre de Dios en vano, pero detrás de eso parecía estar un secreto temor mágico a articular el nombre divino. Casiodoro no tuvo problemas en transliterar el nombre de Dios y abandonar la práctica de siglos de reemplazarlo por Señor. Así dimos con el nombre de Dios que ha caracterizado esa Biblia: Jehová. Cada vez que en el texto aparece el nombre de cuatro letras hebreas nuestro traductor lo translitera de esa manera.
Hoy podemos considerar que tal pronunciación no es la original, pero la importancia de nombrar a Dios es difícil de minimizar. Señor es una palabra vulgar, con connotaciones políticas y sociales oscuras. En la Edad Media significaba el dueño de la tierra y de la vida de sus súbditos. Hoy, en ciertas sociedades tiene un sentido de rango social negado a los más pobres. Por lo tanto y aunque el tema de la correcta transliteración del nombre de Dios no está cerrado, es preciso rescatar la intención correcta de traducir lo que está en el texto hebreo más allá de consideraciones sociales o religiosas.
Además de este significativo cambio, Casiodoro de Rema proveyó a la Biblia de resúmenes de contenido al comienzo de cada capítulo y de notas marginales, donde se ofrecían referencias cruzadas a otros textos bíblicos entre los cuales se encuentran numerosas referencias a los libros apócrifos. Para la época deberíamos considerarla casi una Biblia “de estudio”.
En 1622 —veinte años después de aparecida la revisión de Reina por Cipriano de Valera, la llamada Biblia “del Cántaro”— se continúa editando la Biblia del Oso, en este caso es la última edición de que tengamos noticias. Pero también es oscura la suerte corrida por la revisión de Valera. De modo que al promediar el siglo XVII perdemos el rastro de ambas ediciones. Sabemos que las Sociedades Bíblicas continúan distribuyendo entre protestantes la traducción católica del “padre Scío” sin que hasta hoy sepamos la causa de tal reemplazo. Esta versión es tenida con razón como de muy baja calidad, tanto por su traducción como por el castellano que utiliza.
Debemos llegar a 1862 para que las Sociedades Bíblicas “descubran” la traducción de Reina y Valera, y ésta se vuelva a editar y distribuir entre el pueblo protestante. En esta edición ya no aparecen los libros apócrifos y el texto ha sido revisado y actualizado, dando con la llamada “revisión 1862”. Estos libros habían sido retirados de todas las ediciones protestantes en 1820 por decisión de la Sociedad Bíblica Británica.
La portada de la Biblia del Oso
Ya dijimos que el nombre viene de la portada y del logotipo de la imprenta de Samuel Biener. Este señor era de Berna, y es sabido que esa ciudad tiene al oso como animal representativo de su territorio. De modo que unir su apellido “apicultor” al del animal de su ciudad dio en que finalmente aparecieran en nuestra a Biblia.
La portada muestra a un oso trepando a un madroño. El madroño es el árbol típico de Madrid. Pero igual es extraña su presencia pues Madrid estaba lejos de ser la capital de España y no pasaba de ser una ciudad más sin mayor prestigio. Quizá debamos a una casualidad que ése fuera el árbol de la portada. La escena presenta también unos pájaros y un enjambre de abejas que revolotean en torno al oso. Hay también una araña que cuelga de su tela. A la derecha y sobre el piso se halla un libro abierto donde se lee la palabra “Jehová” pero en sus caracteres hebreos originales. La presencia de la Biblia abierta en el logotipo no se encuentra en la portada que la Casa Biener colocaba en otros libros. Al pie del dibujo está impresa también en hebreo y debajo en traducción castellana, la frase bíblica “La palabra del Dios nuestro permanece para siempre” Isa 40. Y la fecha en números romanos mdlxix (1569).
Es de notar que en la portada no figura el nombre del traductor sino que éste aparece al pie de la introducción.
Unas palabras finales para estas ya demasiado largas para ser las breves que promete el título. La “Reina-Valera” se merece todo nuestro aprecio y respeto. Instamos al lector interesado a que busque más información sobre la Biblia que leemos. Encontrará un manantial de datos, historias, anécdotas que lo maravillarán. El fin de todo conocimiento debe ser el de apreciar más y mejor lo que tenemos. Que cuando leamos nuestra Reina-Valera sepamos que llegó a nosotros a través de un largo camino lleno de peripecias, peligros y bendiciones. Que tenemos un tesoro en las manos por dos sentidos: porque muchos trabajaron para que llegue a nosotros y porque es aquella Palabra que permanece para siempre.
[*] Este artículo presenta en sus aspectos formales la primera edición de una Biblia completa en castellano. Esta fue confeccionada por el reformador español Casiodoro de Reina quien la hizo y dio a imprenta en Basilea en 1569. Se la denomina “del Oso” por el dibujo de su porlacla. Su revisión en 1602 por Cipriano de Valera produjo la hoy conocida como “Reina-Valera”.