Teología e Historia, Volumen 1, Año 2003, pp. 11-30 ISSN 1667-3735
Introducción
En forma creciente a lo largo del siglo XX, el tema de la unidad entre los evangélicos en la Argentina ha ido creciendo en importancia dentro del pensamiento general. Por común, se oyen generalizaciones, como la de que dicha unidad sólo se habría alcanzado en los últimos años, lo que hace necesario un estudio de la evolución al respecto desde los primeros momentos. Por razones metodológicas, abordaremos el tema hasta aproximadamente 1945, dado que la situación posterior exige otro tipo de enfoques, a veces más teológicos que historiográficos. Sólo consignaremos hechos a guisa de ejemplos, con la certeza de que el tema podría extenderse mucho más de lo que es posible consignar aquí.
Primeros tiempos
La primera reunión protestante en la Argentina fue la presidida por Diego Thomson el 19 de noviembre de 1821. Fue en la casa del comerciante Juan F. Dickson en lo que hoy es la calle Arroyo y que entonces daba frente al río. Hubo nueve caballeros presentes y no hay ninguna crónica directa y menos aún un documento que haga constar su denominación, pero amén del predicador, que era bautista, a partir de los sucesos posteriores, se puede afirmar que había al menos anglicanos, presbiterianos y congregacionalistas.
El grupo siguió reuniéndose y, a partir de 1823, fue atendido por los misioneros presbiterianos Teófilo Parvin y Guillermo Torrey. Al retirarse éste, ocupó su lugar el metodista Guillermo Dempster, el primero de su denominación a partir de 1836. En realidad, se trataba de un grupo interdenominacional, pues, por ejemplo, el secretario era el célebre comerciante y viajero William MacCann, que pertenecía a una iglesia inglesa independiente.
Mientras tanto, en 1825 se declaró la libertad de cultos, lo que permitió la organización de la iglesia Británica, en la que adoraban a Dios todos los de ese origen étnico, junto con otros que no lo eran, por ejemplo alemanes. No fue definidamente anglicana sino mucho después, aunque John Armstrong, su primer pastor sí lo era.
El mismo año llegaron los colonos escoceses, unánimemente presbiterianos, que se establecieron en Monte Grande, pero que pronto se fueron trasladando a la capital. Desde ese mismo año, celebraban cultos en la capilla inglesa, pero en forma separada, lo que tenía sus raíces en la situación que imperaba en la madre patria. Fue la primera demostración del doble aspecto de la unidad: se prestaban ayuda, pero también se mantenían firmes en sus convicciones.
Cuando pudieron, los presbiterianos se trasladaron a una casa en México 64, mandando una carta de agradecimiento a Armstrong. El 5 de enero de 1831 comenzaron una suscripción para tener templo propio. Entre los “suscriptores” figuraban Guillermo Torrey (de la otra congregación), Daniel Gowland, James Harratt y Samuel Lafone (anglicanos), Harry Steadman (metodista) y Johann Zimmermann (luterano).[1]
Un hecho enojoso tuvo entonces una trascendencia que no es fácil captar hoy. Como hemos señalado, el templo que se había construido era para una “Iglesia Protestante Británica”, o sea que no correspondía a ninguna denominación en particular. Pero el problema surgió por la relación con la corona de Londres. En Escocia, la Iglesia Presbiteriana era tan oficial – por decirlo así – como la Anglicana en Inglaterra, sobre lo que había una fuerte sensibilidad. Al parecer, el cónsul Woodbine Parish había esperado que la capilla sirviera a toda la comunidad. [2]
Eso se relacionaba con la llamada “ley consular” de 1825, que establecía que el gobierno británico apoyaría para las iglesias en el extranjero, tanto anglicanas como presbiterianas, pero no contemplaba que frieran dos en un mismo lugar. El problema surgió cuando, por el abandono de la colonia, el grupo presbiteriano creció en Buenos Aires… En una reunión convocada por el diplomático, los escoceses plantearon si estaban o no incluidos y si el gobierno de Su Majestad les apoyaría para tener una capilla propia, a lo que Parish contestó que lo creía dudoso. El malestar se hizo notorio, sobre todo cuando se aclaró que no se podía participar de las reuniones sin ser suscriptor, o sea sin haberse comprometido a un aporte lijo.
Parish citó a William Brown, el pastor presbiteriano, quien dijo claramente que plantearía el asunto a la Asamblea General en Escocia y aun al Parlamento. Prometió no provocar una disputa pública, para evitar el escándalo, pero el cónsul quedo con dudas al recibir una carta fuerte Llevó el tema al ministro Tomás Guido, quien citó a su vez a Brown y le dijo que corría peligro de que le cerraran su capilla. Finalmente, los escoceses se convencieron de que saldrían ganando si tenían un templo propio, aunque perduró la idea de que era algo injusto. Desde entonces, la otra congregación fríe definidamente episcopal y en la citada reunión de 1830 los presbiterianos decidieron continuar su propio camino.
Reiteraron sus deseos a Henry Fox, el sucesor de Parish, que era incrédulo, y éste lo elevó al gobierno, que se expidió favorablemente en 1838, cuando el gobierno británico decidió aportar para ambas iglesias.
La presencia de los colonos, que pronto contaron con su pastor William Brown, también planteó una disyuntiva para el trabajo misionero de Torrey. Fue el primer caso en que se percibió la diferencia entre una iglesia evangelizadora y otra comunitaria. En efecto, la congregación de los escoceses tenía características tan distintas a la otra que la posible cooperación resultaba mínima. El cuidado que ponía Torrey en aclararlo obliga a hacer otro tanto. Ellos buscaban personas no sólo de espíritu religioso, sino que hubieran tenido una experiencia definida (a personal religión) y que lo demostraran con su conducta en forma consistente, aunque eso les costara contar sólo con un número reducido. Por lo contrario, la iglesia que pastoreaba Brown, se había formado en base a los colonos lo que hacía que tuviera mucha mayor laxitud, en especial en aspectos éticos. El tema sólo es conocido por la correspondencia privada de Torrey,[3] pero eso no impedía una buena relación de amistad, ya que por ejemplo Brown estuvo en la organización de la iglesia misionera, hecho sobre el que se desconoce todo detalle.
Una demostración de que las diferencias eran sólo de ámbito privado, se puede ver en que, cuando el 20 de noviembre de 1827, John Armstrong fundó la Buenos Aires British School Society, en la comisión directiva de la misma figuraban los cuatro ministros protestantes (Armstrong, Brown, Parvin y Torrey). Eso también indica el interés de todos por la educación y por el trabajo en conjunto.
En 1843, los alemanes – que se habían estado reuniendo junto con los británicos – decidieron tener su propia iglesia, para lo cual recibieron apoyo de la evangélica de Prusia. La asamblea constitutiva se hizo en un aula de la escuela que habían establecido los presbiterianos escoceses y el primer servicio religioso tuvo lugar en el templo inglés, donde siguieron reuniéndose hasta contar con el propio en 1853. Su heredera es la actual Iglesia Evangélica del Río de la Plata.
Después, la presión de la dictadura rosista y los avalares del primer tiempo constitucional impidieron la llegada de nuevas iglesias, salvo los dinamarqueses en Tandil y los galeses en Chubut, que por obvias razones geográficas, se mantuvieron aislados.
Cambios desde la Década del 80
A partir de la década del 80, fueron llegando otras denominaciones, tanto de iglesias de inmigrantes como misioneras y poco después fueron apareciendo las primeras publicaciones denominacionales, como “El Evangelista”, “El Estandarte Evangélico”, “El Expositor Bautista” y “El Testigo”, que revelan el espíritu de la época. En todas ellas, sin excepción, aparecen muchas noticias de las distintas denominaciones, anunciando sus actividades, los movimientos de misioneros, etc. Nunca se hacen salvedades y se menciona a las demás con total espontaneidad, al mismo tiempo que se atacaba con todo fervor a la Iglesia Católica y a los conceptos cientificistas. Nunca hubo un caso en que se escribiera con menosprecio sobre las convicciones ajenas, aunque algunos temas – v.g. la organización eclesiástica, el bautismo, etc. – eran expuestos con firmeza.
Hay cierta lógica en que las primeras actividades conjuntas se limitaran al ámbito de misioneros y pastores. En 1903, surgió entre los misioneros extranjeros la Conferencia de Obreros Cristianos, en la que participaban, por lo menos, metodistas, bautistas, hermanos libres y de la Alianza y la Unión Evangélica; su principal propósito era la evangelización de los angloparlantes. Según “El Testigo” de octubre de 1905, los discursos serían impresos. Hay una referencia a una reunión de ese tipo el 12 de marzo de 1866, que fue la primera en América Latina.[4] La Unión de Obreros Cristianos se organizó en 1906, en ella participaban el metodista Drees, el hermano libre Torre, el bautista Sowell, el salvacionista Bonnetty otros, como Bertrand Shuman, secretario general de la YMCA.
“El Estandarte Evangélico” señala que eso evidenciaba que “entre las huestes evangélicas no hay división dogmática”.
También era frecuente que, cuando había necesidad, una congregación realizara sus reuniones en el templo de otra y, más allá de los casos en que eso se debía a una edificación inconclusa, merece notarse cómo en el del bautista Pablo Besson se hacían bautismos de los hermanos libres o de los discípulos.
Desde entonces, en el plano de la congregación en general, siempre se daba el tratamiento de “hermano” a los miembros de cualquier otra iglesia evangélica y los pastores se trataban entre sí de la misma manera y no usando sus títulos o grados eclesiásticos o académicos. Lo mismo se puede señalar con el uso del término “evangélico”, que sigue siendo incluido en el nombre de casi todas las iglesias. Este factor más o menos doméstico, que perdura hasta hoy, es una clara muestra del sentimiento fraternal, perdonando la reiteración.
Algo que ayudaba a esa buena relación era la similitud en la estructura de la actividad principal, que recibía el nombre de “culto”. A diferencia de las iglesias tradicionales, que tienen una liturgia establecida, las iglesias libres usaban en sus reuniones – que todas llamaban “cultos” – un estilo que Orlando Costas ha calificado de “repetitivo”, subrayando que se trataba de una copia de lo que se hacía en las iglesias en Europa o los Estados Unidos.[5] Ese origen común en las raíces pietistas europeas – con su traspaso norteamericano – hacía lógica la comunión espiritual y permitía realizar cultos en conjunto sin dificultad alguna.
Comienzos del siglo XX
Desde principios de siglo fueron frecuentes las actividades públicos en los que se unían las fuerzas sin distingos denominacionales, por ejemplo reuniones en plazas públicas donde los oradores eran de distintas iglesias. Así es cómo podemos leer en los apuntes privados del bautista Juan C. Varetto, que el 4 de diciembre de 1917 hubo una reunión en la Plaza del Congreso “de carácter interdenominacional en la cual estaban más o menos bien representadas casi todas o tal vez todas las congregaciones de la capital. El acto resultó realmente imponente: la concurrencia difícil de calcular era muy numerosa”.[6]
Conservado por él, subsiste un cartel mural invitando a una “conferencia especial” en la Plaza del Congreso el 18 de octubre de 1919, sobre el tema “¿Quiénes son los evangélicos?”. Presidiría el hermano libre Carlos Torre y hablarían Alfredo Jenkins, también de los hermanos, y el bautista Juan C. Varetto. Era dirigida al “pueblo consciente” y lo organizaba ei “Coro de Jóvenes Cristianos” del que sólo sabemos que allí consta que su secretaría estaba en Brasil 1750, o sea la iglesia tradicional de los hermanos libres. Esa entidad realizó una serie de actos el mismo mes en Soler 4237, en el “Oratorio de la Iglesia de Cristo Evangélica”, donde hablaron Varetto, Monis, Banoeta-veña, Hall, Penzotti padre e hijo, Sonto y A. Pérez, o sea de no menos de cuatro denominaciones. El mismo predicador bautista cuenta muy feliz de “una serie de cinco conferencias en el local de la calle Biasií 1750” en 1920. Lo más notable de todo esto es que no se hace ninguna salvedad y todo es contado con absoluta espontaneidad.
Cuando Varetto volvió de su exitosa gira por Centro América en 1922, se le hizo tina gran reunión de bienvenida en el salón Príncipe Jorge “bajo los auspicios de la Asociación de Pastores y Predicadores Evangélicos de la Capital y Distrito”, donde además del bautista homenajeado participaron varios metodistas y un hermano libre. Según “El Estandarte Evangélico” hubo más de mil quinientas personas y según “El Noticiero Evangélico”, más de dos mil. Un elemento de unión muy característico fue el himno “Firmes y adelante”.[7]
Siguieron realizándose las reuniones de pastores, en un ambiente de elevada fraternidad. Ante la perspectiva de un congreso eucarístico internacional en Buenos Aires en 1934, la Asociación de Pastores, con la firma de todos los que residían en la ciudad, protestó por la participación del ejército en la procesión de Corpus Christi y el 22 de mayo se envió una nota al ministro de Guerra reclamando “que se respeten los derechos de todos según los artículos 14 y 19 de la Constitución Nacional”. El tema había sido promovido por Besson y el metodista Barroetaveña propuso que se escribiera un folleto. Se resolvió crear una comisión para temas de ese tipo, presidida por el bautista Tomás Spight e integrada por el metodista Craver, el presbiteriano Felices y el discípulo Reavis.
Organizado por ellos y las Sociedades Bíblicas, se realizó en la Primera Iglesia Metodista un homenaje a Diego Thomson en 1918, por el centenario de su llegada al país.
Leyendo de nuevo el cuaderno de apuntes de Varetto – que por supuesto no eran para ser públicos – hay una interesante referencia a una reunión de pastores donde el misionero bautista Tomás Spight “tuvo a su cargo el tema de cómo combatir el bolshevikismo (sic)”. Fue muy duro y lo apoyaron Besson y Roberts, pero Felices “dijo que no era justo condenar a un partido que no podía defenderse y aceptar como verdades todo lo que contra él se decía”. Lo siguió el mismo Varetto, quien – sin ningún “espíritu de grupo” denominacional” – expresó su disconformidad pero fue interrumpido por Drees y Besson, y apoyado por Alberto Lestard, “georgista entusiasta”. (Aunque nos aleja del tema interdenominacional, puede mencionarse que este relato viene a continuación de un debate similar en la Convención Bautista, sobre el que Varetto dice que “entre los evangélicos se habla mucho de cuál debe ser nuestra actitud ante los conflictos sociales”. Cuenta que Besson habló “en un terreno conservador” y que, a pedido de los presentes, él le contestó largamente, siendo aplaudido, y finaliza preguntándose si “será éste un punto de partida para que los evangélicos resuelvan ocupar su puesto en las filas de los que combaten por el mejoramiento económico”).[8]
Esos detalles demuestran que la unidad y aun la amistad no se basaban en un falso irenismo. Pongamos un ejemplo. En Rosario en 1909, al metodista Daniel Flail se le ocurrió lanzar un desafío a los defensores del bautismo de creyentes. Fue aceptado por el hermano libre Guillermo Payne y el bautista Juan C. Varetto, ambos buenos amigos de aquél, y, aunque quisieron hacerlos desistir, el debate se realizó en el templo del primero. Hubo un público muy numeroso y todos hicieron exposiciones basadas en la historia y en la Biblia, con mucho apasionamiento. La hija de Varetto cuenta: “Los argumentos aclararon algunas dudas, pero no se llegó a ninguna conclusión definitiva que convenciera a la totalidad del público. Terminaron estas dos reuniones en que Hall y Varetto se habían enfrentado. Siguieron siendo muy amigos, dispuestos a dejar de lado este punto que los diferenciaba para luchar unidos en defensa de los muchos que tenían en común.”[9]
Aquellas reuniones ministeriales perduraron muchos años, con el nombre de Asociación de Pastores. Se reunía en el primer piso de la Iglesia Metodista Central y eran muy concurridas, se diría que por la casi totalidad de los obreros de la ciudad En realidad, de los hermanos libres posiblemente estaba solitario don Rosendo Souto, secretario por muchos años, y de los pentecostales – muy pocos entonces – don Miguel Petrecca.
Algunas reuniones fueron especialmente concurridas, como cuando habló el pastor luterano Martín Niemoeller, héroe de la resistencia alemana, en 1950, o el pentecostal Tommy Hicks, durante su campaña de sanidad en 1954. Se nos perdonará mencionar que el mismo año, en un registro muy distinto, el autor de estos párrafos fue invitado a exponer el pensamiento de su tesis doctoral sobre Sóren Kierkegaard, luego de graduarse; lo recordamos para hacer notar el nivel de esas reuniones. Nunca se produjo una situación tensa o un debate agrio. En un caso, un pastor bautista dejó de asistir como protesta por haberse admitido a la pastora Jorgelina Lozada. En 1958 se realizó un panel con tres expositores sobre el papel del estado y la iglesia en la educación. No sabemos cuándo se interrumpieron ni tampoco si hubo alguna razón específica, aunque creemos que no por el tono prevaleciente todo el tiempo anterior.
Tal vez quepa una ligera reflexión sobre las distintas posiciones. A algunas iglesias, como la Metodista o los Discípulos de Cristo, tal cooperación les era implícita, al punto de que en 1917 hicieron el primer acuerdo de combinar su trabajo, distribuyéndose los campos de labor, y compartiendo tareas como la del Colegio Ward. Otras denominaciones no tenían criterios tan “abiertos” y es natural preguntarse a qué se debía esa participación con los demás. Una respuesta puede ser la habitual de que ese fenómeno se produce muy frecuentemente cuando se pasa de los centros de expansión a los campos misioneros. El espíritu tolerante típico en la Argentina es otra explicación.
Sin embargo, el panorama era mucho más complejo. En los Estados Unidos, los bautistas estaban en plena polémica alrededor del movimiento llamado “landmarks”, que buscaba establecer “señales” identificatorias, lo que implicaba a todo aquello que las diferenciaba de las demás, a veces en términos muy duros. Es fácil notar que los misioneros que llegaron a la Argentina no siempre estaban identificados con ese movimiento, al menos por la participación de Sydney M. Soweli, el muy respetado pionero, en las reuniones de pastores, mientras que otros asumían actitudes claras de separación. Por otro lado, pesaba para una postura abierta la presencia notoria de personalidades como Pablo Besson, Roberto F. Eider y otros de raíces y pensamiento europeo.
Se considera que los hermanos libres han sido – y siguieron siendo en buena medida – el grupo de eclesiología más cernida. Sin embargo, es evidente que los primeros obreros de esa rama (como Torre, Payne, French, Jenkins, etc.) compartían su trabajo con los demás. Alguien ha opinado que se produjo un cambio hacia el aislacionismo cuando llegó un grupo de misioneros neozelandeses, pero el tema requiere más profundización.
Entidades de cooperación
Las Sociedades Bíblicas fueron siempre un notorio punto de unión. Estuvieron al frente personalidades como los metodistas Francisco Penzotti y su hijo Paul o el hermano libre Carlos Torre, pero más que interdenominacional, todo el trabajo puede catalogarse como supradenominacional, dado que existía un fuerte sentido de que la Palabra de Dios era la base común de la fe de todos.
Como típicamente interdenominacional, tal vez lo más notorio fue la actividad de la Convención Nacional de Escuelas Dominicales, que abarcaba a casi todas las iglesias, lo que indica que ese método educacional era una herramienta común sin distingos. De hecho, por muchos años se usaron las mismas lecciones, preparadas por una comisión interdenominacional en los Estados Unidos Una vez por año se hacían grandes concentraciones en Buenos Aires o Rosario y, por ejemplo en 1922, la comisión organizadora incluía discípulos (Rafael Galizia como presidente), menonitas, hermanos libres, Unión Evangélica, presbiterianos y metodistas. Hablaron Juan E. Gattinoni y Juan C. Varetto, delante de unas trescientas personas.
Otro caso es el surgimiento de la Asociación Cristiana de Jóvenes. Apareció por primera vez en la Argentina en 1889 en el barrio de Barracas por el esfuerzo del independiente Emilio Olsson – que colaboró con bautistas y aliancistas -, pero ese esfuerzo decayó y se disolvió. En 1894, se habló sobre sus ventajas en una gran reunión ecuménica en la iglesia alemana, donde habló el obispo anglicano Waite H. Stirling. Su fundación oficial fue el 6 de mayo de 1902, con el fin de “promover los valores de la vida: paz, amor, justicia y solidaridad”. Para esa tarea, Juan Mott envió desde Estados Unidos a Bertram Shuman, que llegó en 1901 y que estuvo al frente durante veintiocho años como secretario general, identificado con el mundo evangélico.
En 1915, convocadas por Susana de Strachan, de la Unión Evangélica, y otras tres misioneras, comenzaron reuniones femeninas en inglés. Sobre esa base, en 1917 se organizó la Liga Nacional de Mujeres Evangélicas, que según la crónica era un grupo numeroso, de todas las denominaciones, para colaborar en la extensión del evangelio y “el mejoramiento del medio ambiente” en temas como el alcoholismo, la vivienda de los obreros, las condiciones del trabajo infantil, la literatura pornográfica, la trata de blancas, etc. En la sede de la Asociación Cristiana de Jóvenes, celebraron su primer congreso los días 21 y 22 de marzo y el 22 de septiembre se constituyeron como organización. Desde 1918, Zona Smith, de la Iglesia de los Discípulos, fue la eficiente secretaria general. Desde 1928, publican la revista “Guía del Hogar”. La Liga fue la promotora de las muy reconocidas “Fiestas de Canto”, que se celebraban anualmente con coros de diversas iglesias. Participaban en sus actividades líderes femeninas de muchas denominaciones.
La Liga Nacional de Templanza no fue realmente un movimiento evangélico, pero la activa participación de los elementos de ese origen en su trabajo en la Argentina justifica su mención, ya que participaban elementos de diversas denominaciones. Esta lucha contra el vicio era vista como una parte indiscutida de la obra evangélica.
Por ejemplo, en el Congreso de Obra Cristiana en Montevideo, en 1925, se le dedicó una página, mencionándose sus antecedentes seculares y describiendo elogiosamente diversas actividades. En un tiempo su sede estuvo en la Tercera Iglesia Metodista. Fue fundada en agosto de 1914 y definitivamente en 1916 en Buenos Aires, con motivo de la visita de Hardynia K. Norville, delegada para Sud América de la Unión Mundial de Mujeres Pro Temperancia, cuya finalidad era combatir el alcoholismo. De hecho, la posición definida en favor de la abstinencia total provocó una división en la entidad.
Todos participaban de las actividades relacionadas con esas instituciones, así como en otras, y en particular en las que tenían por fin procurar una mejor presencia pública. Para mencionar un aspecto, en 1928 y 1929 se realizaron varias concentraciones unidas en plazas como Flores, Constitución o Parque Patricios, donde hablaban los metodistas Tallón o Howard, los bautistas Varetto, De la Torre, Rodríguez y Visbeek, el hermano libre French y otros. Algunas veces eran de evangelización y otras por algún tema de “moralidad pública”. A veces, se hacían en una esquina como Boedo y San Ignacio o Bernardo de Irigoyen y Estados Unidos. También se celebraba el Día de la Reforma o se realizaban concentraciones juveniles unidas.
Décadas siguientes: Visitas y congresos
Una prueba de que el protestantismo argentino iba adquiriendo notoriedad fue que entonces comenzaron las visitas de personalidades de peso internacional, como E. Stanley Jones en agosto de 1928, en una de cuyas reuniones estuvieron personalidades como Ricardo Rojas, Ramón Loyarte, Eduardo Huergo, Tomás Amadeo, Coroliano Albenni, Ernesto Nelson y otros intelectuales, lo que también indica el prestigio evangélico.
Como comienzo de una sucesión de hechos que adquiriría relevancia, en 1940 se celebró en Buenos Aires, un Congreso Evangélico, derivación de la asamblea misionera de Madrás, India, convocada por el Consejo Misionero Internacional. La figura convocante en Buenos Aires fue el prestigioso Juan R. Mott (1865 – 1955). El informe publicado.[10] aclara que “el Congreso no tuvo ningún fin legislativo ni administrativo; sólo tuvo por finalidad estudiar los problemas apremiantes que encara actualmente el movimiento evangélico, intercambiar ideas y experiencias y escuchar la palabra autorizada y altamente inspiradora del doctor Mott”.
Hubo unos doscientos participantes de la Argentina, Perú, Chile, Bolivia, Uruguay y Paraguay, aunque la nacional fue largamente la mayor, así como muy representativa. Juan C. Varetto presentó una “vista panorámica de la obra evangélica en la Argentina”, que fue más bien enumerativa, indicando que “sin contar las iglesias extranjeras […] el número de evangélicos, frutos de la obra misionera, puede calcularse entre treinta y cinco y cuarenta mil”. Las exposiciones de Mott se alternaron con la de los participantes, que fueron seguidas de un intercambio de ideas, del que se publicó un resumen. Fueron cinco, de las que sólo una no fue hecha por un argentino, sino por el valdense uruguayo Ernesto Tron. Los otros expositores fueron Palací, Stockwell, Sabanes y Canclini (un salvacionistas, dos metodistas y un bautista).
Debido a su trascendencia, como real iniciadora de una tendencia, aunque no haya sido específicamente argentina, es necesario destacar la Primera Conferencia Evangélica Latinoamérica, que se reunió en Buenos Aires, específicamente en la Facultad de Teología, en julio de 1949. Hubo representantes de quince países del continente y visitantes ilustres como el francés Marc Boegner (uno de los presidentes del Consejo Mundial), el español Manuel Gutiérrez Marín, el mexicano Gonzalo Báez Camargo, ei norteamericano Juan A. Mackay y otros. El obispo metodista Sante U. Barbieri fue designado presidente y el bautista Santiago Canclini vicepresidente.
Las resoluciones tuvieron un carácter muy amplio y es claro el cuidado puesto para poder ser la voz de las distintas corrientes, lo que es notable ya que había quienes apoyaban al flamante Consejo Mundial de Iglesias y quienes no. Merece señalarse un párrafo dirigido a las “iglesias de habla extranjera”, que pesaba especialmente en la Argentina y a las que se invitaba “fraternalmente […] a no limitar su acción a la conservación de sus valores tradicionales, sino a que decididamente encaminen a las nuevas generaciones, cada vez menos apegadas a la fe y el idioma de sus padres, a una entrega personal a Cristo, a fin de que lleguen a identificarse con sus patrias latinoamericanas como verdaderos ciudadanos evangélicos”.
Fue la primera y quizá única vez en que las iglesias de casi todas las corrientes pudieron expresarse en conjunto, aunque era claro que la idea original provenía de iglesias relacionadas con el Consejo Mundial.
En relación con lo internacional
En aquella época, hubo en el ámbito evangélico argentino una preocupación especial por lo que sucedía en España, país con cuya obra había un vínculo estrecho. En 1927, surgió un Comité Evangélico por la Libertad de Cultos en España, de carácter interdenominacional. En 1928, por ejemplo, en el templo de la calle Comentes, con la presencia del español Teodoro Fliedner, se hizo una concentración convocada por los metodistas Guillermo Tallón y Jorge Howard, el bautista José M. Rodríguez y el presbiteriano Felices. Entre otras cosas, se mandó ayuda a Cannen Padín, una española presa por haber dicho que Cristo tuvo hermanos; se mandó una carta a Alfonso XIII al respecto y ella fue indultada. Se mandó dinero y se hicieron publicaciones denunciando los actos de persecución.
Naturalmente, la llegada de la república fue bienvenida porque implicó la libertad de cultos. Pero pronto, en 1936, estalló la sangrienta guerra civil con la rebelión del general Francisco Franco. Se puede decir que todas las iglesias apoyaban a los “leales”, ya sea porque defendían a un gobierno que había dado la ansiada libertad como porque no había dudas de que ésta desaparecería si ganaban los rebeldes, como efectivamente ocurrió. Se hizo todo lo posible por ayudar a los creyentes perseguidos en la madre patria. Por ejemplo, se mandaron himnarios al pastor bautista Samuel Vila, quien en una carta – que se sabía sería leída por la censura – decía que esos libros “habían ido con los de Jeremías y Efeso”, así como que había presenciado el “drama de Esteban”, cuyo actor fue “un joven que lo hizo muy bien”. No se encuentra nada condenando los abusos del otro sector, por ejemplo las matanzas de sacerdotes católicos por los comunistas y anarquistas, ya fuera porque no se sabía, ya fuera porque extrañamente se prefería el silencio.
Una comisión especial se dedicó a recoger dinero para ayuda a las iglesias afectadas y a los refugiados en Francia. Publicaba noticias sobre todo con los numerosos casos de fusilamientos de pastores y creyentes.
Más actividades conjuntas
Aunque las distintas denominaciones iban teniendo ya su definición y su propio trabajo insumía grandes esfuerzos y tiempo, el espíritu de unidad no desapareció. En algunos casos, como entre las Iglesia Metodista y la de los Discípulos de Cristo adquirió carácter orgánico, por ejemplo en la educación teológica. En ese campo, en 1942 se unificaron la Facultad Evangélica de Teología y el Instituto de Obreras Cristianas, que al año siguiente tuvieron su nuevo y hermoso edificio, en lo que participaron ambas iglesias.
Se hacían grandes reuniones con visitantes ilustres, cuyo número fue aumentado. Ya fuera para participar en las Cátedras Carnahan, organizadas por el ISEDET, como en forma aislada, se contó con la presencia de personalidades como Mildred Cable, la célebre misionera en la China, los historiadores Roland Bainton, Kenneth S Latourette y Joseph Prien; los teólogos Jürgen Moltmann, Stephen Neill, John Bailie, D. T. Niles, Enrique Van Dusen, Hans Lilje y muchos otros, como Corrie ten Boom, con sus experiencias durante el nazismo.
Al cumplirse el cincuentenario de la muerte de Domingo F. Sarmiento, entre el 9 y el 11 de septiembre de 1938, se hizo un acto muy concurrido en el templo de la calle Corrientes, la colocación de una placa en su tumba y una ceremonia escolar en el Colegio Luterano de Villa del Parque.
No es de extrañar que llegara el momento en que se procurara una relación más orgánica. Eso llevó a la creación de la Confederación de Iglesias del Río de la Plata, que derivaría en la Federación de Iglesias, así como la mencionada realización de la Primera Conferencia Evangélica Latinoamericana en Buenos Aires, con definida participación argentina.
Al terminar, cabe hacerse la pregunta de lo que ocurrió luego. Por un lado, los conceptos sobre el significado de la unidad fueron cambiando y evolucionando. Un mayor acercamiento a los círculos mundiales implicó la aparición de nuevos enfoques. Como ya dijimos, en los tiempos iniciales, la procedencia similar de todas o casi todas las denominaciones ayudaba a un espíritu común. Si en un principio, la mayor influencia fue la europea, ésta luego fue desplazada por la norteamericana, debido a que desde allí procedía la mayor parte de los esfuerzos misioneros. Estos se presentaron después y paralelamente con las iglesias de inmigrantes, que en general se mantenían aisladas en su comunidad y no participaban de los esfuerzos comunes, salvo excepciones. Una de ellas, por ejemplo, fue la nómina de las iglesias participantes primero en la Facultad Evangélica de Teología y luego en el ISEDET.
El impacto de polémicas en el extranjero como las que se rotulaban como fundamentalismo y “modernismo” – o más elegantemente “alta crítica” – era limitado y circunscripto a sólo ciertos círculos. Precisamente, el incremento de los contactos con ámbitos extranjeros hizo que el debate adquiriera mayor trascendencia en el país, haciendo surgir extremos en ambas partes y produciendo cierto grado de polémica, no demasiado importante, al menos en los dirigentes.
Siempre ocurre que en situaciones extremas – por ejemplo, una guerra – o en los campos misioneros aislados, el intercambio confesional es mucho mayor, porque la polarización no ocurre entre tal o cual denominación ni aun entre católicos y protestantes sino entre cristianos y paganos o musulmanes. Por ejemplo, el Congreso Misionero de Madrás usaba un vocabulario que lo tenía en cuenta, ya que, aun cuando era definidamente evangélico, sólo apelaba a la palabra “cristiano”, suponemos que por estar en una nación hinduista.
La Segunda Guerra Mundial fue el gran empuje para el movimiento ecuménico… y para la reacción contraria. Si bien el extremismo del Consejo Internacional de Iglesias, convocado por Carl McIntire, también en Ámsterdam, días antes del Consejo Mundial, tuvo en la Argentina una repercusión mínima, ésta existió y produjo incomodidades. Pero la fuerza del movimiento ecuménico sí provocó el planteo de si ése era el camino adecuado. Sin duda, había quiénes soñaban con una sola Iglesia universal, lo que alzaba el fantasma de la posible aproximación al catolicismo. Muchos otros pugnaban por la organización de iglesias unidas, como en Canadá o la India y el tema apareció en la Argentina, pero sin la fuerza que tuvo en otros países. Una razón fue que la mayoría de las denominaciones (v.g. bautistas, hermanos libres, pentecostales) eran abiertamente opuestas a ese criterio. Quizá un sociólogo pueda encontrar motivos en la psicología colectiva del país. De hecho, en este país los impulsos y aun diálogos para lograr esas metas se fueron diluyendo y quizá las vinculaciones entre la Iglesia Metodista y la de los Discípulos de Cristo sean el único resultado, que tampoco llegó a la fusión de ambas. Es claro que el énfasis se ha volcado a la cooperación manteniendo la identidad denominacional.
Una razón lógica fue la diferencia en el cuadro general con el de décadas atrás. En mayor o menor medida, todas las denominaciones fueron creciendo y creando sus propios programas. Para cumplir con éstos, apenas si bastaban las propias fuerzas. Creemos que eso ha sido una de las causas principales para el apoyo muy relativo que han recibido las organizaciones de estudiantes, ya que las iglesias eran celosas de sus mejores elementos, o sea de quienes podían ocuparse de esas tareas. Una de las características del protestantismo argentino ha sido que se ha dado por sentado que los líderes de las entidades paraeclesiásticas tuvieran esencialmente una estrecha fidelidad a sus iglesias, no siendo bien visto el que volcaba sus esfuerzos a una actividad paraeclesiástica, dejando en segundo o tercer plano lo relativo a la iglesia a la cual pertenecía. Tal vez se pueda decir que la posterior renovación de la búsqueda de acercamiento se deba en buena parte al incremento de los recursos humanos que pueden ser destinados a uno u otro ámbito.
Si la identidad inicial fue determinante para la unidad, ésta se ha visto dificultada cada vez que ha aparecido un nuevo elemento de peso, como ser el ecumenismo, la alta crítica, el evangelio social, el pentecostalismo, los movimientos de diverso signo, etc. Cada época ha presentado una polémica sobre ellos, que posteriormente ha perdido fuerza y la moderación o la comprensión han ayudado al reacercamiento. Pero estos temas salen de un enfoque estrictamente historiográfico y del marco cronológico que nos hemos propuesto. Dios tiene la palabra, no sólo para el futuro sino para la comprensión del significado de lo ocurrido en la generación de nuestros padres y en la nuestra, sobre lo que nuestra perspectiva aún es limitada. Su voluntad determinará qué es lo mejor para los años por venir.
Resumen
Es frecuente que se hable sobre las divisiones en el mundo evangélico argentino, presuponiendo que sólo últimamente se ha procurado más unidad. El autor repasa la historia desde los orígenes del movimiento protestante hasta el año 1945. Sin ocultar las diferencias que hayan existido por razones tradicionales, doctrinales o personales, liega a la conclusión de que siempre ha habido un alto grado de confraternidad. Las primeras iglesias se consideraron hermanas entre sí y, al llegar las misiones evangelizadoras, se realizaron numerosas actividades conjuntas, en particular en el énfasis evangelístico. Se mencionan especialmente las reuniones de pastores y las concentraciones públicas tanto para presentar el mensaje como para luchar por las cuestiones sociales.
[1] F. James Dodds, Scottish Sttlers in the River Plate, Grant and Sylvester, Bunos Aires, 1897, passim
[2] Sobre este tema, hay numerosa correspondencia en el Archivo General de la Nación, que sería largo copiar.
[3] Por ej. en carta de W. Torrey a la Sociedad Bíblica Americana del 18 de febrero de 1830. Copia en archivo del autor.
[4]Cf. D.P.Monli, Ubicación del Metodismo en el Rio de la Plata, La Aurora, Buenos Aires, 1976» p. 171
[5] Cf. Orlando E. Costas, El Protestantismo en América Latina hoy: Ensayos del camino (1972-1974). Ediciones INDEF, San José de Costa Rica, 1975. Obviamente el análisis es de una época muy posterior y además, al margen de sus méritos, presenta la dificultad de querer generalizar para todo el continente.
[6] En archivo del autor
[7] Idem
[8] Idem
[9] Agustina Varetto de Canclini, Juari C. Varetto. Embajador de Cristo. Editorial Evangélica Bautista, Buenos Aires, 1955, pp. 83-84
[10] Informe Oficial del Congreso Evangélico, Celebrado en Ocasión de la Visita del Dr. Juan R. Mott. Bs. As., II al 13/6 de 1940. La Aurora, Bs. As. 1940