Teología e Historia, Volumen 8, Año 2023, pp. 30-51 ISSN 1667-3735
Sobre Juan Wesley, Óscar Romero e Ignacio de Loyola
Resumen
La frase “Sentir con la Iglesia,” sintetiza el episcopado de Óscar Romero. Este ensayo considera las raíces ignacianas del lema, su cultivo en el ministerio de Monseñor Romero, y la posibilidad de su trasplante a la formación pastoral de metodistas en Centroamérica. El “sentir con la Iglesia” como lema para la educación teológica requiere discernimiento de los tiempos y compromiso con la iglesia en sus luchas a pesar de sus faltas. “Sentir con la Iglesia” conlleva la expansión del mapa de la educación teológica; pues es en la encrucijada de Aldersgate, Atenas, Berlín y San Salvador donde la formación teológica metodista centroamericana se debe ubicar.
Palabras Clave: Oscar Romero, Juan Wesley, Metodista, educación teológica
Abstract: The phrase “To think with the Church” sums up the episcopacy of Óscar Romero. This essay explores the Ignatian roots of this motto, its cultivation in the ministry of Monsignor Romero, and the possibility of its transplantation to the pastoral formation of Methodists in Central America. “To think with the Church” as a motto for theological education requires discernment of the signs of the times and commitment with the church in its struggles in spite of its faults. “To think with the Church” implies the expansion of the map of theological education; for it is at the crossroads of Aldersgate, Athens, Berlin and San Salvador that theological education in Central America should be located.
Key Words: Oscar Romero, John Wesley, Methodist, Theological education
Introducción
“Sentir con la Iglesia,” estas palabras están grabadas en la mitra episcopal que perteneció a Óscar Romero. Esta mitra se encuentra en la casita donde Romero vivió durante su arzobispado, apenas a unos doscientos metros de la capilla en la que el monseñor fue martirizado. En los últimos tres años, he tenido el privilegio de visitar este lugar como parte del cuerpo docente del Curso de Estudios Teológicos Metodistas que mi seminario Duke Divinity School organiza en El Salvador. Este Curso de Estudios tiene como fin el apoyar la formación teológica de líderes ministeriales para las iglesias metodistas de Guatemala, Honduras, Nicaragua, y El Salvador. Las menudas visitas a los lugares asociados con la vida y muerte de Romero, me han llevado a reflexionar sobre qué significa enseñar teología en la tierra de confesores y mártires.
En la historia del metodismo la estructura más antigua para impartir esta formación no es el seminario sino el curso de estudios. El curso de estudios es un programa de formación teológica que aunque no otorga un credencial académica reconocida por instituciones civiles sí forma pastores y pastoras para la iglesia. Por un lado, es cierto que la carencia de credenciales académicas del programa, de los alumnos (y a veces hasta de los maestros) ha manchado la reputación y cuestionado la utilidad de este tipo de programa. Pero, por otro lado, algunas personas argumentan que las carencias académicas del Curso de Estudios son virtudes teológicas que potencian una formación pastoral superior a la de los seminarios metodistas de Estados Unidos.[1] Sea cuál sea el caso, lo cierto es que el Curso de Estudios ofrece un modelo de formación teológica con fuertes raíces en la tradición metodista y con una flexibilidad estructural bien adaptable a las exigencias del presente.
En la presente reflexión quiero volver a la casita de Romero y considerar la frase “sentir con la Iglesia,” como el lema que da coherencia al trabajo académico metodista en El Salvador y tal vez como lema para la formación teológica en general. Esta investigación procederá en la siguiente manera. Primero, indagaré las raíces ignacianas de esta frase. Segundo, consideraré lo que el “sentir con la iglesia” significó para Romero. Tercero, exploraré algunas implicaciones de aplicar el “sentir con la Iglesia” de Romero al trabajo de formación teológica metodista en Centroamérica. Antes de iniciar esta investigación es importante hacer algunos comentarios sobre la relación entre Juan Wesley y San Ignacio, o para ponerlo en forma de pregunta ¿qué tiene que ver Aldersgate con Loyola?
Historiadores de Juan Wesley lo han comparado con Ignacio de Loyola en su talento como organizador de sociedades.[2] Aún en vida Juan Wesley fue asociado con la compañía de Jesús. Por ejemplo, se cuenta de que en una ocasión, en un culto en Dublín, Irlanda, un hombre de la muchedumbre al escuchar a Wesley predicar declaró: “¡Sí, él es jesuita, eso está claro!” A lo que un sacerdote allí presente respondió en voz alta: “No, no lo es. Me gustaría que lo fuera en el nombre de Dios.”[3] Wesley leyó biografías sobre Ignacio, y algunos historiadores ven paralelos entre ciertos himnos de Wesley y los Ejercicios Espirituales de san Ignacio.[4] Probablemente no debemos esperar encontrar alguna dependencia textual de Wesley hacia Loyola, pero lo que sí se puede observar es un tipo de convergencia espiritual entre los ejercicios espirituales y la vida en las sociedades metodistas. Tanto Juan Wesley como Ignacio de Loyola buscan coordinar la gracia divina con la libertad humana. Ambos están interesados en animar a sus seguidores a que utilicen la gracia que Dios les ha dado para crecer en santidad. Varios aspectos de la piedad metodista tienen su paralelo en la Ignaciana. Wesley expresa mucha admiración hacia Gregorio López, un místico español que vivió en México, cuyo testimonio de encontrar a Dios “en cosas pequeñas y grandes” manifiesta una espiritualidad muy ignaciana.[5] Además, la oración del pacto por los metodistas en los cultos de fin de año expresa el deseo del tipo de santa indiferencia que los ejercicios buscan inculcar.[6] También, el himnario de la Iglesia Metodista Unida incluye una oración de san Ignacio que busca la unión de oración y acción en una manera muy wesleyana.[7] En el área de la educación teológica, los metodistas siempre han visto una relación estrecha entre la preparación teológica y la espiritualidad. Cuando Juan Wesley considera factores que contribuyen a una especie de anemia espiritual en las sociedades metodistas identifica dos factores, la falta de conocimiento y de santidad en los pastores.[8] El suplir no simplemente una confesión de fe sino una colección de sermones como estándares doctrinales y una biblioteca cristiana como comentario a estos estándares, junto a una serie de reglas para las sociedades es evidencia de la formación holística que Wesley deseaba de sus seguidores. En suma, el camino de Loyola a Aldersgate no es tan largo como se podría suponer.
“Sentir con la Iglesia” en los ejercicios espirituales de san Ignacio
La frase “sentir con la Iglesia” se encuentra en el epigrama que introduce una serie de reglas que concluyen los Ejercicios Espirituales de san Ignacio. Este lee en la manera siguiente: “Para el sentido verdadero que en la Iglesia militante debemos tener.”[9] Aquí hay dos puntos que creo importante subrayar. Primero, estas reglas se encuentran al final de los Ejercicios no a su inicio. El “sentir con la Iglesia” no es el punto de arranque para la espiritualidad ignaciana sino su punto de arribo. Pedro de Leturia explica que las reglas para sentir con la Iglesia son “como fruto maduro de la purificación y de la apropiación del verdadero evangelio.”[10] El segundo punto que es importante subrayar es que el sentir que san Ignacio desea inculcar no tiene como objeto la Iglesia triunfante que vio san Juan descender del cielo como esposa ataviada. Esa iglesia triunfante es la que es celebrada por todos los herejes a modo de rechazar la Iglesia actual. Ni tampoco fija la atención en la Iglesia primitiva de Pablo y Agustín la cual recibe los encomios de Erasmo. Más bien, Ignacio presenta al ejercitante la Iglesia de hoy, la Iglesia cuya historia está marcada por las cruzadas, la escolástica, y las indulgencias. Sin duda, sería más fácil sentir con una Iglesia removida de las realidades históricas que problematizan su testimonio. Pero el sentir con la Iglesia es un compromiso concreto sin salidas de emergencia hacia una era de oro embotellada atrás en el pasado o enclaustrada arriba en el cielo. Para san Ignacio este compromiso tiene su base en la fe en el misterio de la unión de Cristo con su Iglesia. Por tanto “sentir con la Iglesia” sólo es posible donde hay un “sentir con Cristo.”[11]
Las reglas para “sentir con la Iglesia” están estructuradas en tres grupos.[12] El primer grupo abarca las primeras nueve reglas y concierne el culto y las devociones cristianas. Es irónico que tras luchar arduamente por interiorizar la piedad cristiana Ignacio dedique la mayoría de las reglas para “sentir con la Iglesia” a las prácticas externas de piedad.[13] El caso es que la práctica de piedad interna va acompañada de prácticas externas como la participación en las celebraciones litúrgicas, el respeto hacia las órdenes religiosas, el culto de los santos, y las penitencias frecuentes. Contra el iluminismo de los alumbrados y el cinismo de los humanistas, Ignacio propone las prácticas que forman la columna vertebral de la piedad popular como absolutamente necesarias para los que buscan sentir con la Iglesia.
El segundo grupo de reglas (las reglas 10, 11, y 12) concierne las diversas autoridades a las que los que buscan “sentir con la Iglesia” han de adherirse: la jerarquía eclesiástica, los teólogos (patrísticos y escolásticos), y los santos. Sentir con la Iglesia es sentir con el magisterio. Ignacio propone una unión innovadora y radical entre el instinto de obediencia y el deseo de reforma. Según Leturia, “La junta de ambas notas desemboca con formidable convicción en esta máxima: no promover escándalo mayor con las quejas e imprecaciones públicas, no desfogarse en discursos ineficaces para el remedio, y eficaces para engendrar males mayores.” [14] En otras palabras, en la Iglesia siempre hay necesidad de reforma, pero la reforma verdadera ha de proceder en una manera prudente para que sea eficaz y no resulte peor el remedio que la enfermedad. Sentir con la Iglesia es también sentir con los teólogos de la Iglesia. Entre estos, Ignacio propone los escolásticos (Lombardo, Buenaventura, y Aquino) como guías para la teología especulativa, y los patrísticos (Gerónimo, Agustín, Gregorio Magno, etc.) como los más apropiados para la teología práctica. No hay que escoger entre los capadocios y los maestros de Paris, ambos tienen su lugar aunque algunos eruditos arguyen que Ignacio prioriza a la escolástica como marco interpretativo para la patrística.[15] Sentir con la Iglesia es sentir con los santos, pero Ignacio propone cautela ante el entusiasmo de canonizar a los vivos como modelos de santidad. Es interesante que Ignacio no se presenta a sí mismo ni como ejemplar teológico ni como modelo de santidad, y hasta pone frenos a cualquier proceso de canonización popular. Todo testimonio de santidad ha de ser evaluado con cautela y con obediencia a la jerarquía.
El tercer grupo de reglas para sentir con la Iglesia (las reglas 13 a la 18) concierne dogmas que han de ser creídos y predicados. San Ignacio identifica cuatro binomios cuya distorsión genera la crisis dogmática de su tiempo: Dios y hombre, fe y obras, gracia y libertad, y amor y temor. Leturia asevera que: “El error anticatólico ha oscilado siempre, según los tiempos, entre la negación o exageración de uno de estos dos extremos: o reducirlo todo a Dios, a lo sobrenatural y a la gracia, negando o minimizando el hombre, la naturaleza y la libertad; o divinizar al hombre, la naturaleza y el albedrío autónomo, hasta anular la divinidad.”[16] Aunque los errores que preocupan a san Ignacio en estas reglas son (tal vez) más típicos de su tiempo que del nuestro, su prescripción de un equilibrio apropiado en la presentación doctrinal sigue siendo valiosa. Finalmente, hay que notar que el “sentir con la Iglesia” al que conducen los Ejercicios Espirituales concluye con una exhortación tanto al temor filial como al servil, ya que ambos de estos protegen la integridad del testigo.[17] La máxima de Santa Teresa de Ávila expresa muy bien el equilibrio que Ignacio recomienda para poder “sentir con la Iglesia”: “El amor nos hará apresurar los pasos; el temor nos hará ir mirando a dónde ponemos los pies para no caer por el camino.” [18]
Entre las reglas que Ignacio propone para “sentir con la Iglesia” hay dos cuyo lenguaje se presta a una fácil aunque equivocada interpretación. La primera: “Después de todo juicio, debemos tener ánimo aparejado y pronto para obedecer en todo a la vera esposa de Cristo nuestro Señor, que es nuestra santa madre iglesia hierárquica.”[19] La segunda: “Debemos siempre tener, para en todo asentar, que lo blanco que yo veo, creer que es negro, si la Iglesia hierárquica así lo determina; creyendo que entre Cristo nuestro Señor, esposo, y la Iglesia, su esposa, es el mismo espíritu que nos gobierna y rige para salud de nuestras almas; porque por el mismo Espíritu y Señor nuestro, que dio los diez mandamientos, es regida y gobernada nuestra santa madre Iglesia.”[20] La interpretación de estas máximas como reglas que requieren obediencia ciega a la autoridad jerárquica es entendible pero equivocada. En primer lugar, hay que tener en cuenta el contexto histórico que da lugar a esta regla. La polémica entre católicos y protestantes o, para ser más específico, entre Erasmo y Lutero, renueva debates antiguos entre los escépticos y los estoicos sobre la veracidad de nuestras percepciones. Los términos del debate reciben su formulación clásica en la pregunta de Cicerón: ¿cómo se puede decir con certeza que algo es blanco cuando lo que sucede es que lo negro aparenta ser blanco?[21] Ante la renovación de este antiguo debate, las reglas para “sentir con la Iglesia” confían la determinación de criterios al juicio de la Iglesia. En segundo lugar, san Ignacio no habla de sentir con la Iglesia (sentire cum ecclesia) sino de un verdadero sentir en la Iglesia (sentire vere in ecclesia militante). Es decir, la postura de obediencia nace dentro del regazo de la iglesia y no como un avasallamiento ante un señor feudal. La obediencia es el resultado de un discernimiento de cómo la iglesia lucha con porfía en el mundo presente.[22]
En resumen, para san Ignacio, si los Ejercicios Espirituales tienen como fin el discernimiento vocacional, el decidir como Cristo quiere que uno le sirva, el “sentir con la Iglesia” concretiza y localiza ese llamamiento. Contra cualquier tipo de elitismo espiritual, el “sentir con la Iglesia” requiere unirse a cristianos de todos tipos en oración y adoración, especialmente en esas prácticas que tienen sus orígenes más en el pueblo que en el monasterio. Este sentir con el pueblo está unido a un verdadero sentir con la jerarquía, los teólogos, y los santos. Finalmente, el “Sentir con la Iglesia” no es una actitud simplemente pasiva, sino que requiere acción, un compromiso a proclamar la fe con vigor, prudencia, y temor. A continuación quiero considerar como el “Sentir con la Iglesia” fue adoptado y adaptado por Óscar Romero.
“Sentir con la Iglesia”: El lema de un arzobispado
Durante un retiro espiritual en preparación para su consagración episcopal, Romero escribe en su diario: “Mi consagración está sintetizada en esta palabra: Sentir con la Iglesia.” [23] No está claro por qué Romero elije este lema para su arzobispado. En su libro El Sentir con la Iglesia de Monseñor Romero,Jon Sobrino y Douglas Marcouiller tratan más bien sobre la interpretación de la regla ignaciana en la vida de Romero que de sus orígenes. Es cierto que Romero no fue jesuita pero sí sintió una altísima estima por san Ignacio de Loyola. Los testimonios de jesuitas como su amigo Rutilio Grande y otros, lo llevan a encomiar la Compañía de Jesús como la vanguardia de la Iglesia. El compromiso jesuita a vivir y trabajar ad maiorem Dei gloriam, se muestra en la manera en que “avanza hasta las fronteras peligrosas de la Iglesia.”[24] Por eso, “es natural que se ponga a ellos la puntería siempre en los ataques a la Iglesia.”[25] Y si bien es el caso que la persecución es una de las marcas por la cual reconocemos a la iglesia de Jesús, la orden jesuita tiene el orgullo de portar esta marca en manera especial.[26] Además de este aprecio hacia san Ignacio y sus seguidores, Romero era practicante de los Ejercicios Espirituales. El encuentro de Romero con una espiritualidad ignaciana data de sus primeros años de seminario en San Salvador y en el Gregoriano en el 1937.[27] En suma, Romero no era jesuita pero sí era ignaciano. Sin embargo, hay una distancia muy larga entre Loyola y San Salvador.
El “sentir con la Iglesia” que caracteriza el ministerio de Monseñor Romero adapta las reglas ignacianas en dos maneras. Primero, Romero contextualiza en qué consiste el verdadero sentir del cual Ignacio habla. Según Sobrino este sentir “va más allá de adhesión a verdades. Significa realmente sentir, gozar, esperar, y, sobre todo en aquellos días, sufrir.” [28] Segundo, Romero contextualiza la Iglesia militante que es el objeto de esta regla. Ésta ha de ser “una Iglesia interpretada no sólo como magisterio, sino como pueblo; un pueblo que pone su esperanza en la Iglesia, un pueblo que es Iglesia y Cristo, que se ha hecho carne en la Iglesia latinoamericana de los pobres, los oprimidos, y los que sufren.” [29] Estudiemos más detalladamente esta doble contextualización sobre el verdadero sentir en la Iglesia militante.
Sentir con la Iglesia es la manera en que el pueblo cristiano encuentra su rumbo entre las olas que amenazan hundir el arca de la Iglesia. Los choques entre tradición e innovación, acción y contemplación, individuo y sociedad, y tantas más, son reales. Sentir con la Iglesia es discernir los tiempos para girar el timón lo necesario para mantener el rumbo. El tema del discernimiento de los signos de los tiempos es uno que marca la contextualización de los Ejercicios Espirituales en Latinoamérica y en otras partes del mundo. Isidro González Modroño lo explica en los estos términos: “Sentir con la Iglesia implica, en primer lugar, participar de la sensibilidad evangélica ante los signos de los tiempos, aunque ello cuestione la literalidad de las respuestas de la tradición de la Iglesia, necesitada hoy de una hermenéutica nueva.”[30]
La contextualización de los Ejercicios Espirituales a la luz de los signos de los tiempos no es nada nuevo. Karl Rahner discierne la señal de los tiempos como el ateísmo y por tanto su interpretación de los Ejercicios Espirituales se enfoca en la “Contemplación para Alcanzar el Amor” con el fin de “encontrar a Dios en todas las cosas.”[31] Hans Urs von Balthasar discierne la problemática moderna como la tensión entre los binomios autoridad y autonomía, libertad y obediencia, y en consecuencia su teología medita extensamente sobre el llamado del Rey.[32] Ignacio Ellacuría, por su parte, elabora una interpretación muy rica de los Ejercicios Espirituales a base de la realidad Latinoamericana. Ellacuría discierne las señales de los tiempos no como el sub-desarrollo (esta es la lectura del norte) sino la dependencia y la opresión cuya solución es la liberación.[33] Lo Ejercicios Espirituales para Ellacuría ofrecen a Latinoamérica dos regalos, una experiencia teologal que discierne la presencia de Dios en medio de la historia y también un espacio contextual que expone la historicidad de las ideologías.[34]
Romero al igual que Ellacuría discierne la opresión como una de las señales de los tiempos y su sentir verdadero con la Iglesia se caracteriza por una lectura asidua de las señales de los tiempos. Las homilías de Romero usualmente comenzaban con los “hechos de la semana.” Esta parte del sermón era como un breve noticiero donde el pueblo salvadoreño podía informarse de los agravios y violaciones que sucedían en el país. Tan valiosas resultaron estas narraciones en un ambiente de mentiras que los mismos líderes del gobierno figuraban entre sus oyentes más fieles. Pero para Romero los “hechos de la semana” eran más que un noticiario, estos eran “signos de los tiempos, en los cuales la presencia y el designio de Dios se hacían evidentes en las circunstancias concretas de El Salvador.”[35] Por eso, Romero busca leer las lecturas Bíblicas que presenta el calendario litúrgico a la luz de los acontecimientos semanales y en apoyo de su lectura contextual cita a uno de los documentos más importantes del Concilio de Vaticano II, Gaudium et Spes: “El deber de un verdadero meditador de la palabra de Dios es iluminar los signos de los tiempos con la palabra de Dios; para darle a la historia y al momento que vive el sentido trascendente que lo une con Dios, y lo oriente hacia Dios.”[36] Tanto las esperanzas como las ansiedades del pueblo son señales de los tiempos que el predicador debe discernir.
En suma, para Romero el verdadero “Sentir con la Iglesia” es un acto complejo de análisis social y discernimiento espiritual. Sentir implica un modo de reflexión y a la vez un modo de identificación con el objeto de reflexión. Es acción y contemplación con la Iglesia y en la Iglesia. ¿Pero cuál Iglesia? Esa es la pregunta que ahora quiero considerar.
Pero… ¿Cuál iglesia?
La Iglesia con la que Romero siente es la Iglesia local de El Salvador. La congregación del Arzobispo es todo el pueblo salvadoreño. Para Romero, “el ‘Sentir con la Iglesia’ de san Ignacio es sentir con la Iglesia encarnada en este pueblo que pervive necesitado de liberación.”[37] Las luchas de la Iglesia Militante en El Salvador no son las mismas que las de la Iglesia de san Ignacio. La realidad de El Salvador requiere la contextualización de las reglas. Romero cree que “san Ignacio la presentaría hoy como una Iglesia en que el Espíritu Santo está siendo el acicate de nuestro pueblo, de nuestras comunidades, una iglesia que supone no sólo la enseñanza del magisterio y la fidelidad al papa, sino también servicio a este pueblo y discernimiento de los signos de los tiempos a la luz del evangelio.” [38]
Sentir con la iglesia es sentir contra los poderes del mundo que amenazan la iglesia: capitalismo, marxismo, pero hay que aclarar que esta postura de protesta no conlleva odiar a nadie. Como dice en varias ocasiones, “Yo no quiero ser un “anti”, un “contra” nadie; simplemente quiero ser el constructor de una gran afirmación: la afirmación de Dios que nos ama y nos quiere salvar.”[39] Sentir con la Iglesia es decir no a todo tipo de partidismo en la iglesia. No hay dos iglesias, la de los pobres y la de los ricos.[40] Ante la acusación de que sólo se preocupaba por las víctimas de un lado del conflicto, Romero asevera, “¡La muerte me duele tanto en cualquier hombre que sea!” En esta semana han muerto tres policías y quizá quisiera decir que da más lástima, porque mueren precisamente por servir al dios Moloc.”[41] Sentir con la iglesia es llorar por los enemigos de la iglesia.
Sentir con la iglesia es también hablar por los marginados, ser voz de los sin voz.[42] Es tener el valor de proclamar ante el asesinato de tres personas a manos de la policía: “queremos ser la voz de los que no tienen voz para gritar contra tanto atropello contra los derechos humanos.”[43] Pero no se puede hablar por alguien si no se le escucha primero, y por eso el sentir con la Iglesia requiere escuchar al pueblo que constituye la Iglesia. Hay “que escuchar qué dice el Espíritu por medio de su pueblo y, entonces, sí recibir del pueblo y analizarlo y, junto con el pueblo, hacerlo construcción de la Iglesia.”[44] Romero cree que hay en el pueblo un verdadero sensus fidelium y Romero consulta este sentir como guía para su labor episcopal.[45] Escuchar al pueblo no quiere decir descartar la jerarquía.[46]
De acuerdo a Romero para un verdadero sentir en la iglesia militante hay que sentir con el magisterio de la Iglesia. El pueblo ha de respetar el carisma jerárquico que salvaguarda la unida y autenticidad de la iglesia. La jerarquía por su parte ha de respetar los carismas del pueblo. Para Romero hay una relación de mutualidad intima entre el pastor y sus ovejas. El pueblo escucha al obispo porque el obispo escucha al pueblo. El obispo enseña lo que aprende de la unción del Espíritu Santo que ha recibido el pueblo en el bautismo.[47] Y también, el obispo enseña lo que aprende de la tradición de la Iglesia. Las homilías de Romero están empapadas con citas de los documentos magisteriales de la Iglesia. De hecho, en la homilía que predicó cuando fue asesinado Romero incluye una cita extensa de Gaudium et Spes.[48] La vida de doña Sarita cuyo aniversario de muerte es la ocasión de la misa confirma el mensaje de este documento magisterial en cuanto a la relación entre nuestra historia y la nueva creación y a su vez Gaudium et Spes purifica y alienta las esperanzas del pueblo de Dios.
Aún más, para Romero el verdadero sentir en la Iglesia militante es sentir con el Papa. Ante las amenazas de muerte por un lado y el deseo de algunos de que Romero guardara más su de Roma, Romero declara: “Moriré, primero Dios, fiel al sucesor de Pedro.”[49] En sus homilías, Romero no deja pasar alguna oportunidad para mostrar su fidelidad y hasta cariño por el sucesor de Pedro. Le desea feliz cumpleaños a Pablo VI[50] y predica un sermón tierno y compungido ante la muerte del Papa Juan Pablo I.[51] Aun en el caso de Juan Pablo II cuyas relaciones con el Monseñor fueron más difíciles, Romero nunca lo reprendió. Más bien, Romero busca que el Papa entendiera mejor la situación en El Salvador[52] a la vez que recibía con aprecio la dirección del obispo de Roma.[53] Es en este contexto que Guider interpreta a Romero como un místico eclesial para quien el identificarse con el pueblo crucificado de El Salvador y amar al Papa son expresiones inseparables de “sentir con la Iglesia” porque ambos son miembros esenciales del cuerpo de Cristo.[54]
La solidaridad de Romero con la Iglesia en tanto su aspecto popular como en el jerárquico boga contra la corriente que separa lo carismático de lo institucional. Esta contraposición es entendible pero no es necesaria. En la visión mística de Romero, la Iglesia es una, y no es posible separar la carne del pueblo de los huesos de la jerarquía cuando ambos reciben su vida de la cabeza que es Cristo. Si bien es cierto que muchas veces estos huesos están tan secos como los que llenaban el valle que vio Ezequiel, también es cierto que el Espíritu Santo puede hacer que esos huesos vivan (cf. Ez 37:1-14). Romero mismo es evidencia de este poder divino de vivificar huesos secos y revestirlos con tendones y piel—una figura jerárquica que siente con su pueblo.
En resumen, para Romero el sentir con la Iglesia expresa una solidaridad fortísima con la Iglesia de hoy. Esta solidaridad se expresa en una lectura histórica y espiritual de las señales de los tiempos y en un compromiso a identificarse con la Iglesia aún más allá de la muerte. La Iglesia con la que Romero siente es la Iglesia que milita en El Salvador por anunciar el evangelio del Dios cuya gloria se manifiesta en cada ser humano pero en manera particular en los pobres. Gloria Dei homo vivens dice Ireneo, pero gloria Dei pauper vivens glosa Romero. Sentir con esta Iglesia es sentir con los campesinos, pero también con los militares que viven en oposición al amor de Dios. Sentir con esta Iglesia es sentir con Vaticano II y con Medellín, con Aquino y con Sobrino. Esta es la Iglesia de la cual dice que no cuesta ser buen pastor, por la cual muere. “Sentir con la Iglesia” sintetiza el arzobispado de Óscar Romero. ¿Qué significaría tener “sentir con la Iglesia” como el lema que sintetiza la variedad de actividades de un programa de educación teológica? Ésta es la pregunta que deseo considerar ahora.
“Sentir con la Iglesia”: Lema para educación teológica
Los Ejercicios Espirituales de san Ignacio han inspirado la labor académica de escuelas y seminarios por años. Existe una convergencia fructífera entre el proceso de meditación y conversión que ocurre en los Ejercicios y la manera en que las escuelas jesuitas promueven el desarrollo integral de la persona para que ésta pueda colaborar con Cristo en el anuncio del Reino.[55] Si alguna escuela quiere seguir el talante ignaciano ésta ha de unir la teoría con la praxis, y la reflexión académica con la acción social, sin perder ni una ni la otra.[56] El “sentir con la Iglesia” como lema académico sirve para concretizar los lemas ignacianos de “buscar a Dios en todas las cosas” y de ser “contemplativo en la acción.” En el contexto de Romero, los Ejercicios Espirituales jugaron un papel importante en el seminario.[57] En cierto modo, “Sentir con la Iglesia” había de ser el lema de todo seminarista y sacerdote. ¿Qué significaría tener esta regla como lema para un Curso de Estudios Metodistas en el Salvador o para un seminario protestante en los Estados Unidos?
Primero, “sentir con la Iglesia” es un acto de discernimiento, un “verdadero sentir” sobre cuáles son las luchas de la iglesia en el tiempo presente. En el tiempo de san Ignacio, el sentir con la Iglesia requirió confrontar los retos del humanismo renacentista y de la reforma protestante. Juan Wesley discernió que los contrincantes que amenazaban a la iglesia en su época eran los deístas y los antinomianos. Romero, junto con su pueblo, juzgo que la Iglesia en El Salvador tenía que contraponer la violencia del amor al amor de la violencia. El asumir como lema “sentir con la Iglesia” requiere un acto de discernimiento y de compromiso. Ignacio Ellacuría expresa muy claramente lo que “sentir con la Iglesia” debe significar para una institución académica que tome en serio ese compromiso.
La universidad debe encarnarse entre los pobres, debe de ser ciencia para los que no tienen ciencia, una voz clara para los que no tienen voz, el apoyo intelectual de aquellos cuya propia realidad los hace razonables, ciertos, y verdaderos pero no pueden citar razones académicas para justificarse.[58]
Es decir, sentir con la Iglesia como lema académico conlleva un fuerte sentido de responsabilidad por los marginados. Ellacuría implica que esta responsabilidad abarca todos los ámbitos de la vida universitaria: proyectos investigativos, selección de facultad, currículo, vida estudiantil, etc. Este modelo de formación teológica requiere ciencia, y también, formación, pero aún más, una especie de kenosis. El ser voz de los sin voz, implica poner mi voz al servicio de otros, y también considerar las necesidades de otros como superiores a las mías.
Yo he observado que mis colegas de Duke que han participado en el Curso de Estudios Metodistas en El Salvador pronto ven que las preguntas que impulsan nuestros trabajos académicos en Duke son muy particulares, son preguntas que surgen de las corrientes intelectuales y culturales que fluyen de Europa y los Estados Unidos. No hay nada malo en esto, pero “sentir con la Iglesia” requiere discernir los tiempos. Tal vez los proyectos más importantes para el avance de la Iglesia, no son los que nacen en Cambridge, Harvard, o Duke, tal vez son los que nacen de las realidades de San Salvador o Tegucigalpa. El verdadero sentir en la Iglesia militante puede requerir un sacrificium intellectus donde las prioridades de los gremios académicos se ponen a un lado no en obediencia servil a un dogmatismo eclesiástico sino ad maiorem Dei gloriam.
Segundo, el “sentir con la Iglesia” implica un compromiso inquebrantable con la Iglesia que existe actualmente. Al ver la debilidad de la Iglesia militante, su cobardía ante las luchas del tiempo presente, los seminarios caen fácilmente en tentación de huir de las contradicciones para buscar refugio en la era de oro del pasado, en las utopías del futuro, o en los espiritualismos del presente. La kenosis de la que hablé anteriormente puede (y de acuerdo a Ellacuría debe) llevar a que las instituciones a derrumben las barreras que la protegen de los riesgos que corren los pobres en el mundo.
Si nuestra universidad no hubiera sufrido nada durante estos años de pasión y muerte para el pueblo salvadoreño, esto significaría que no hubiera cumplido su misión como universidad, dejando por un lado el manifestar su inspiración cristiana. En un mundo donde reinan la falsedad, la injusticia, y la opresión, una universidad que lucha por la verdad, la justicia, y la libertad no evitará el ser perseguida.[59]
La salud de estas instituciones está ligada a la de las iglesias las cuales sirven. ¿Qué se diría de un seminario que parece invulnerable ante las luchas de las iglesias de donde vienen y sirven sus alumnos? Ante los problemas que amenazan el bienestar de las comunidades de estas iglesia, ¿no deben los seminarios decir como Tomás al escuchar sobre el fallecimiento de Lázaro, “vamos también nosotros para que muramos con él”? En varias ocasiones, Romero proclama que el seminario es la esperanza de la iglesia,[60] pero solo si siente con la Iglesia, si hace suya las ansiedades y anhelos de sus pueblos constituyentes. Si la enseñanza, la investigación, y la vida común del seminario se desenvuelven en una relación estrecha con esa iglesia que milita por la vida en una cultura de muerte, el seminario puede llegar a ser, en palabras de Romero, un nuevo cenáculo, una escuela donde se adiestran apóstoles y profetas para anunciar la venida del reino de Dios.[61]
Tercero, el “sentir con la Iglesia” requiere trazar un mapa nuevo de la educación teológica. En un estudio sobre los fines de la educación teológica, David Kelsey propone que una institución teológica es como un pueblecito que nace de la encrucijada de varias carreteras y cuya identidad está ligada estrechamente con los nombres de los caminos que conducen a ella.[62] Por ejemplo, la avenida principal de este pueblecito puede ser la Calle Asuza, o la Vía Vaticana, pero ésta puede ser cruzada por otras calles que provienen de otras tradiciones eclesiales (Canterbury, Wittenberg) o de diversos entendimientos del quehacer teológico (Capadocia, Monte Casino). Esta identificación se manifiesta por supuesto en maneras explícitas e implícitas. Por un lado, se puede ver en el currículo donde una mayor selección de cursos en sicología, antropología puede ser evidencia de la predilección de la acción sobre la contemplación. O por otro lado, se puede ver en las actividades extracurriculares. Por ejemplo, el organizar el día de clases en relación a tiempo de adoración en capilla puede reflejar una opción por la teología como sapientia en vez de scientia. El mapa de la educación teológica es aun más complicado que lo que he descrito. Según David Kelsey el panorama de la educación teológica en los Estados Unidos está dominado por dos caminos irreconciliables.[63] El primero de estos viene de Atenas y su fin es la formación, paideia. El segundo de estos viene de Berlín y su fin es la ciencia, Wissenschaft. Aunque algunas instituciones teológicas promueven más tráfico por una de estas vías que con la otra, todas hacen negocios con Atenas y con Berlín. Kelsey desea encontrar una vía media entre estos dos modelos de educación, pero Frederick Herzog, antiguo profesor de teología en Duke, en su análisis de la propuesta de Kelsey observa que en el mapa que dibuja Kelsey los pobres no aparecen. Herzog propone que para contestar las inquietudes de Kelsey sobre qué es lo que hace que la educación teológica sea teológica hay que colocar a Lima junto con Atenas y Berlín.[64] Análogamente, “sentir con la Iglesia” de Romero como lema para la educación teológica resalta la necesidad no de cerrar los puentes a Atenas y Berlín sino de abrir caminos anchos y seguros a los barrios pobres.
“Sentir con la Iglesia” abre caminos nuevos y por tanta extiende el mapa pedagógico, pero a la vez confunde la geografía teológica. El panorama cultural e intelectual de los Estados Unidos está dominado por la coordenadas de norte-sur, liberal-conservador, estados azules-estados rojos, demócratas-republicanos. Los seminarios tienden a localizarse utilizando estas mismas coordenadas. Sin embargo, el “sentir con la Iglesia” de Romero no es tan fácil de ubicar. En Romero se emparejan polos sin polarización: Medellín y el Vaticano, solidaridad con los pobres y obediencia gozosa al Papa. El sentir verdadero es ese sentir que está lejos de partidismos, que no se puede fácilmente categorizar con los renglones usuales de conservador o liberal, tradicional o progresista. Como el Monseñor dice, “Yo no estoy ni de derecha ni de izquierda, estoy tratando de ser fiel a la palabra que el Señor me manda predicar.”[65] Romero es difícil de ubicar en el mapamundi teológico no porque flote abstractamente sobre este, sino porque su compromiso con su contexto histórico y geográfico no exhausta su localización. El sentido de dirección de Romero no está dictado por las fuerza magnéticas que de manera casi irresistible todo lo polarizan entre derecha e izquierda sino del Espíritu Santo que desciende de arriba y une todas las cosas en un vínculo de amor (cf. Col 3:14). Análogamente, el “sentir con la Iglesia” como lema pedagógico se debe manifestar en una institución difícil de ubicar no porque flota en el espacio lejos de las realidades del mundo, ni porque es incoherente, sino porque lo concreto de su misión es una especie de participación en el incarnatus est.
“Sentir con la Iglesia” ubica el Curso de Estudios Metodistas en el empalme entre Aldersgate y la Avenida Rocío donde se encuentra el Hospital La Divina Providencia. La primera identificación del Curso de Estudios Metodistas es con la tradición de Wesley que nace en Aldersgate. Esta identificación se manifiesta en la finalidad del programa, la formación de estudiantes metodistas y en la selección de maestros, no en que todos son metodistas aunque muchos lo sean, sino en la manera en que todos valoren la herencia metodista y vean como su fin el formar pastores para la iglesia metodista en Centroamérica. Adoptar el “sentir con la Iglesia” de Romero con lema teológico requiere superar la cartografía teológica en nuestros tiempos. Por un lado, el mero tradicionalismo de afirmar ciertas doctrinas abstraídas de un modo de vida es un falso sentir. Esto es lo que Wesley llama una ortodoxia muerta. Sin embargo, el remedio no es una mera ortopraxis sino las dos cosas: ortodoxia y ortopraxis, la tradición y la liberación, lo teórico y lo práctico, la contemplación y la acción. Entonces, el verdadero sentir en la Iglesia militante ha de alcanzar expresión en un programa de clases donde se unen un gran amor por la herencia doctrinal de la iglesia metodista con un gran amor por el pueblo metodista.
“Sentir con la Iglesia” como lema del Curso lo ubica dentro del contexto de la Iglesia de Romero. Esta identificación se manifiesta en la manera que las clases se manejan. Los maestros no son los expertos que traen el conocimiento sino peregrinos junto con los estudiantes. Tanto los estudiantes como los maestros tienen algo que aportar al trabajo del Curso de Estudios. Los estudiantes son los que mejor conocen el contexto de las iglesias en Centroamérica. Ellas y ellos son los que más agudamente sienten las luchas del pueblo, sus esperanzas y temores. Las maestras y maestros tienen cierta competencia académica que tiene valor aún en un contexto lejano al de sus estudiantes. Es decir, en este encuentro existe la posibilidad de un intercambio de regalos. Para todos el “sentir con la Iglesia” conlleva el recibirse los unos a los otros como hermanos y hermanas en Cristo, miembros de la misma iglesia. “Sentir con la Iglesia” como lema derrumba barreras y abre posibilidades de nuevas vías investigativas y de maneras de ser iglesia tanto en El Salvador como en Carolina del Norte.
En suma, “sentir con la Iglesia” se manifiesta en el currículo de materias que precisamente por su herencia del Curso de Estudios Metodistas refleja un balance entre la teología práctica y la especulativa. También se manifiesta en las actividades extracurriculares, en el adorar, estudiar y cenar juntos, en los peregrinajes a la UCA y al hospitalito. En todas estas maneras el Curso de Estudios expresa imperfectamente su compromiso a servir de empalme entre Aldersgate y San Salvador, entre Wesley y Romero.
Conclusión
En uno de los majestuosos arcos que ornamentan la Escuela de Divinidad (Teología) de Duke la exhortación de Pablo a los Romanos están grabadas en piedra: “Transformaos por la renovación de vuestro entendimiento” (Rom 12:2). Esta frase lapidaria arraiga el lema de la Universidad de Duke de eruditio et religio en una imaginación bíblica. La conjunción de la erudición y la religión tienen como condición la transformación del entendimiento y como fin el dar testimonio al Dios Trino en la Iglesia, la academia y el mundo. Según Romero, el seminario es la esperanza de la Iglesia, y en general, pienso que Duke da buena razón de la esperanza que está en nosotros (cf. 1 Pe 3:15). Esta escuela ha logrado abrir autopistas a Berlín y a Atenas sin cerrar el paso a Aldersgate. En esta manera, considero que esta institución sí aporta a la esperanza de iglesias históricas como la metodista. Sin embargo, la esperanza de Duke radica en parte en su esfuerzo por construir y mantener puentes a San Salvador, Seúl, y Kampala. Tal vez los caminos de terracería de Centroamérica son los atajos que conectan a Durham con Jerusalén de donde viene la esperanza verdadera. En todo caso, la experiencia del Curso de Estudios Metodista propone concretizar la exhortación paulina de ser transformados en nuestro entendimiento con la regla ignaciana de “sentir con la Iglesia.”[66] Este “sentir” es un acto que ocurre en el cuerpo de Cristo, es tener un mismo ágape, un mismo espíritu, un mismo sentir donde se considera a los demás como mejor que a uno mismo, donde se cuida por el bien ajeno (cf. Fil 2:2). Por lo contrario el no “sentir con la Iglesia” se caracteriza por contiendas, vanagloria, buscar el bien propio. El Curso de Estudios Metodistas invita a instituciones como Duke a que aumenten su apertura óptica para que su objeto no sea solamente el sentir con las iglesias históricas y sus ansiedades sobre decrecimiento numérico pero también y quizás especialmente con las iglesias militantes de Latinoamérica, Asia, y África, y sus problemas y sus dones. Sin duda, estas reflexiones sobre la aportación del lema “sentir con la Iglesia” a lugares como Duke tienen un aspecto utópico, pero esto es de esperarse en cualquier propuesta para renovar la educación teológica.[67] Finalmente, hay que recalcar que la adopción de este lema viene con riesgos. En el tiempo de Romero, la inmensa cantidad de estudiantes buscando admisión al seminario fue señal de los tiempos.[68] La sangre de los mártires no es solamente semilla de la iglesia sino del seminario.[69] Mientras más persecuciones mayor número de vocaciones. Si el propósito de la educación teológica es inculcar un verdadero sentir en la iglesia militante, tal vez la mejor medida del rango académico de un seminario no sea el tamaño de su biblioteca, o el prestigio de su facultad, sino el testimonio de sus mártires.
[1] D. Stephen Long, “The Advantages of the Course of Study School,” Asbury Theological Journal, 47.2 (1992), p 5-16, 14.
[2] Maximin Piette, John Wesley in the Evolution of Protestantism (New York: Sheed & Ward, 1937), 480.
[3] Obras de Wesley 11: 273.
[4] Brendan Byrne, “Ignatius of Loyola and John Wesley: Experience and Strategies of Conversion,” Colloquium, 19 (1986): 54-66, 59-60.
[5] John Wesley, The Life of Mr. Gregory Lopez, 373. Ver también las páginas 359, 392.
[6] United Methodist Hymnal #607, “Covenant Prayer in the Wesleyan Tradition.”
[7] Ibídem,#570, “Prayer of Ignatius of Loyola.”
[8] Ver la pregunta 33 en “‘Large’ Minutes, 1770-1772,” The Works of John Wesley, Volume 10: The Methodist Societies, The Minutes of the Conferences (Nashville, Tennessee: Abingdon Press, 2011), 887.
[9] San Ignacio, Obras de san Ignacio de Loyola (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1997), 302.
[10] Pedro de Leturia, Estudios Ignacianos. II: Ejercicios Espirituales (Roma: Institutum Historico, 1957), 153.
[11] Joaquín Salaverri, “Motivación histórica y significación teológica del ignaciano “sentir con la Iglesia””, Estudios Eclesiásticos 31(1957): 139-171, 146.
[12] Cf. Pedro de Leturia, Estudios Ignacianos. II: Ejercicios Espirituales (Roma: Institutum Historico, 1957), 154ss.
[13] Ibídem, 162.
[14] Ibídem, 164ss.
[15] Marjorie O’Rourke Boyle, “Angels Black and White: Loyola’s Spiritual Discernment in Historical Perspective,” Theological Studies, 44.2 (1983): 241-257, 254.
[16] Pedro de Leturia, Estudios Ignacianos. II: Ejercicios Espirituales (Roma: Institutum Historico, 1957), 173.
[17] Ibídem, 174.
[18] Ibídem, 174.
[19] San Ignacio, Obras de san Ignacio de Loyola (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1997), 302.
[20] Ibídem, 303.
[21] Marjorie O’Rourke Boyle, “Angels Black and White: Loyola’s Spiritual Discernment in Historical Perspective,” Theological Studies, 44.2 (1983): 241-257, 256.
[22] Yves Congar, True and False Reform in the Church, (Collegeville, Minnesota: Liturgical Press, 2011), 236-237.
[23] Citado en Douglas Marcouiller y Jon Sobrino, El sentir con la Iglesia de Monseñor Romero (San Salvador: Centro Monseñor Romero, 2004), 27.
[24] Todas las citas de los sermones de Romero vienen de Homilías Monseñor Óscar Romero Tomos I-VI (San Salvador: UCA Editores, 2006). Homilías, I.310. “¿Qué debo de hacer por Cristo? Así se explica una inspiración de una vida consagrada a Dios que lo hay hecho incansablemente por estos caminos polvorientos, con su alforja, como un peregrino campesino, llegar a las casitas humildes y sentirse hermano entre los pobres, entre los campesinos; sentirse el hombre más encarnado porque llevaba a Cristo en su corazón, como buen jesuita; a vivir y a sentir a Cristo que lo aprendió a vivir, como dijeron otros jesuitas expulsados de esta región: que aquí aprendieron a ser cristianos, que ustedes la imagen verdadera de Cristo, que Ignacio de Loyola enseña y que no se aprende únicamente en el retiro espiritual, sino conviviendo aquí, donde Cristo es carne que sufre, aquí donde Cristo es cosa, donde Cristo con su cruz a cuestas, no meditado en un capilla junto al vía crucis, sino vivido en el pueblo; es Cristo con su cruz camino del Calvario. Este es el Cristo que se encarnó en este religioso, en este jesuita seguidor de Jesús.” (II. 323)
[25] Homilías, I.64.
[26] Ibídem, I.117-118.
[27] Damian Zynda, Archbishop Oscar Romero: A Disciple who Revealed the Glory of God, (Scranton, Pennsylvania: University of Scranton Press, 2010), 6-8.
[28] Douglas Marcouiller y Jon Sobrino, El sentir con la Iglesia de Monseñor Romero (San Salvador: Centro Monseñor Romero, 2004), 21.
[29] Ibídem, 21.
[30] Citado en Darío Mollá, “El “sentido verdadero” en el servicio de la Iglesia según la Congregación General 34 de la Compañía de Jesús,” Estudios Eclesiásticos, 71 (1996): 31-48, 47.
[31] J. Matthew Ashley, “Ignacio Ellacuría and the Spiritual Exercises of Ignatius Loyola,” Theological Studies, 61.1 (2000): 16-39, 21
[32] Ibídem, 16-39, 21
[33] Ignacio Ellacuría, “A Latin American Reading of the Spiritual Exercises of Saint Ignatius,” Spiritus, 10.2 (2010): 205-242, note 8.
[34] J. Matthew Ashley, “A Contemplative under the Standard of Christ: Ignacio Ellacuría’s Interpretation of Ignatius of Loyola’s Spiritual Exercises,” Spiritus, 10.2 (2010): 192-204.
[35] Martin Maier, Monseñor Romero: Maestro de Espiritualidad, (San Salvador: UCA Editores, 2010), 95.
[36] Homilías, II.219 (GS11)
[37] Citado en Douglas Marcouiller y Jon Sobrino, El sentir con la Iglesia de Monseñor Romero (San Salvador: Centro Monseñor Romero, 2004), 20.
[38] Ibídem, 28.
[39] Homilías, IV.234.
[40] Diario de Monseñor Óscar Arnulfo Romero (San Salvador: Imprenta Criterio, 2006), 11.11.79: “No hay más que una Iglesia, ésta que Cristo predica, la Iglesia que debe de darse con todo el corazón, porque aquel que se llama católico y está adorando sus riquezas y no quiere desprenderse de ellas no es ni cristiano; no ha comprendido el llamamiento del Señor, no es Iglesia. El rico que está de rodillas ante su dinero aunque vaya a misa y aunque haga actos piadosos si no se ha desprendido en el corazón del ídolo dinero, es un idólatra, no es un cristiano. No hay más que una Iglesia, la que adora al verdadero Dios y la que le sabe dar a las cosas su valor relativo.”
[41] Homilías, V.64, 269
[42] Ibídem, II.172.
[43] Homilías, I.281.
[44] Ibídem, V.372.
[45] Cf. Douglas Marcouiller y Jon Sobrino, El sentir con la Iglesia de Monseñor Romero (San Salvador: Centro Monseñor Romero, 2004), 21.
[46] Homilías, V.372
[47] Ibídem, V.86: “¡Qué consuelo me da esto, hermanos! Ustedes no se equivocan cuando escuchan a su obispo y cuando acuden, con una constancia que a mí me emociona, a la catedral a escuchar mi pobre palabra; y no hay un rechazo, sino al contrario, siempre que se acrecienta más, en el corazón del pueblo, la credibilidad a la palabra de su obispo. Siento que el pueblo es mi profeta, a mí me está enseñando, con la unción que el Espíritu ha hecho en su bautismo y que los hace incapaces de aceptar una doctrina equivocada o errónea; ustedes, como pueblo, la rechazarían como rechaza el organismo esos cuerpos extraños que se meten a veces.”
[48] Ibídem, VI.456
[49] Ibídem, III.60. Ver también IV.426, 319, V.381, 259.
[50] Ibídem, I.337
[51] Ibídem, III.283-300
[52] Ibídem, VI.268-69
[53] Ibídem, VI.378
[54] Margaret Eletta Guider, “Sentir con la Iglesia: Archbishop Romero, an Ecclesial Mystic,” in Archbishop Romero: Martyr and Prophet for the New Millenium, ed. Robert Pelton, (Scranton, Pennsylvania: University of Scranton Press, 2006), 85.
[55] Barbara J. Fleisher, “The Ignatian Vision for Higher Education: Practical Theology,” Religious Education, 88.2 (1993): 255-272, 255.
[56] Ibídem 255-272, 270.
[57] Homilías, II.255.
[58] Citado en Jon Sobrino, Witnesses to the Kingdom: The Martyrs of El Salvador and the Crucified Peoples, (Maryknoll, New York: Orbis Books, 2003), 84f.
[59] Ibídem, 84f.
[60] Homilías, I.121 y más claramente en I.472, V.486.
[61] Cf. Homilías, I.112, II.534.
[62] David Kelsey, To Understand God Truly, (Louisville, Kentucky: Westminster/John Knox Press, 1992), 49.
[63] David Kelsey, Between Athens and Berlin: The Theological Education Debate (Grand Rapids: Eerdmans, 1993).
[64] Frederick Herzog, “Athens, Berlin, and Lima,” Theology Today, 51.2 (1994), 270-276.
[65] Homilías, IV.503, 467.
[66] R. García Mateo, “San Ignacio de Loyola y san Pablo,” Gregorianum 78.3 (1997): 523-544, 542.
[67] Cf. David Kelsey, To Understand God Truly, 16.
[68] Homilías, I.455.
[69] Ibídem, I.411.