Teología e Historia, Volumen 1, Año 2003, pp. 155-166 ISSN 1667-3735
Palabras clave: Iglesia Anglicana – Indígenas – Estrategia misionera – Sudamérica
La Iglesia Anglicana, la primera establecida en el Río de la Plata, en 1825, hace explícito desde un principio su propósito de no realizar “proselitismo” entre las personas relacionadas con la comunidad católico romana. Por esta razón, sus primeros esfuerzos misioneros se colocan en la tarea misionera entre los indígenas.
Los primeros intentos misioneros entre los indígenas patagónicos
Los intentos anglicanos de misión entre los indígenas se inician en 1833. En la primera expedición de los buques Adventure y Beagle (1826-1830) viaja el explorador Fitz Roy, quien se siente llamado a realizar una tarea misionera entre los indígenas de una tribu de canoeros errantes de los canales fueguinos, a quienes llamaron “yaganes” o “yamanas”, tomando el término con que ellos mismos se denominaban (“yamana”, que en su lengua significa “hombre” o “persona”). En este viaje los indígenas capturan uno de sus balleneros, y para poder recuperarlo toman a cuatro yaganes como rehenes, para que le sirvan de intérpretes. Una vez que pueden zarpar no tuvieron otra alternativa que llevarlos con ellos a Inglaterra. Allí, el propio Fitz Roy costea su hospedaje y educación, y los prepara para que le acompañen en otro intento misionero. Bajo su mando, el Beagle parte para una segunda expedición (1832-1835), que arriba en enero de 1883 a la Isla Lennox.
Fitz Roy, además de su tarea específica, es encomendado por la Sociedad Misionera de la Iglesia de Londres (Church Missionary Society) para establecer una misión entre “los yaganes y tribus afines” para “instruirles en las artes útiles que se consideran adecuadas para su civilización gradual”. Le acompañan el catequista Ricardo Mathews y tres de los jóvenes yaganes (el cuarto había fallecido), viajando también con ellos el joven Carlos Darwin. Se realiza así el “primer intento de civilización y evangelización”, como ellos mismos lo describen, estableciendo la misión en Wulaia (extremo oeste de la Isla Navarino, hoy territorio chileno). A pesar de las loables intenciones la misión no prospera, por la falta de entendimiento mutuo de misioneros e indígenas, que termina dramáticamente.
Un segundo intento es motivado por los relatos del marino Benjamín Morrel en su diario publicado al regreso de una expedición de diez años (1822-1832) por la costa suroeste del Atlántico. Impresionados por sus descripciones fantasiosas (o según otros, “embustes”) de una tierra paradisíaca, la Junta Americana de Comisionados para las Misiones Extranjeras (American Board of Commissioners for Foreign Missions) decide enviar misioneros al estrecho de Magallanes y al archipiélago de Chiloé. Así, en 1833, Titus Coan y Guillermo Arms, llegan a la bahía de San Gregorio, territorio de las tribus “aonükün”. Allí ganan el apoyo de “la Reina María” que ejerce la autoridad máxima sobre todas las tribus. Sin embargo, se retiran al año siguiente, decepcionados en cuanto a las posibilidades de cambio de los indígenas.
Allen Francis Gardiner (1794-1851), marino y explorador inglés, realiza una importante tarea misionera, dando gran impulso a la misión en la Patagonia. Entre 1834 y 1842 realiza dos expediciones por Africa del Sur, islas del Océano índico, Chile, la Patagonia e Islas Malvinas. En su paso por Chile simpatiza con los indígenas sudamericanos y se propone “evangelizar a los indómitos araucanos de Chile”. En 1842 propone a la Sociedad Misionera anglicana una misión a la Patagonia. Al no conseguir su auspicio decide crear su propia Sociedad Misionera. En el ínterin, durante 1843, realiza una amplia obra de colportaje, recorriendo Argentina y Uruguay, visitando las ciudades de Santiago del Estero, Tucumán, Córdoba, Buenos Aires y Montevideo. Finalmente, el 4 de julio de 1844, funda en Inglaterra la Sociedad Misionera de la Patagonia (Patagonia Missionary Society), más tarde llamada Sociedad Misionera de Sudamérica (South American Missionary Society).
Inicia así una intensa actividad misionera. En 1845 crea una estación misionera en Puerto Oazy, como centro para alcanzar a las tribus indígenas de la Patagonia. Entre 1845 y 1847 inicia una misión en Bolivia, donde es autorizado a realizar la tarca “sólo entre la población indígena, absteniéndose de hacer proselitismo”. En 1850, vuelve con su intención misionera a Tierra del Fuego, llegando a la ensenada Banner, en la isla Picton. Con un equipo de siete personas se establece en Puerto Español, en un lugar desolado, con víveres suficientes para seis meses, tiempo en que volvería un barco a recogerlos. Por varias razones, no llegan sino hasta enero de 1852 encontrando que todos habían muerto, calculando que la muerte del último de ellos, el mismo Gardiner, habría ocurrido un mes atrás.
Después del fracaso en Wulaia y de la tragedia de Puerto Español, Jorge P. Despard, secretario de la Sociedad Misionera, ante el pesimismo de la mayoría, renueva los esfuerzos misioneros. Para tal fin, arma un buque especial, al que llama “Allen Gardiner”, realizando viajes misioneros por casi una década. En el primer viaje, en 1855, establece una misión en la isla Keppel, vecina a las Malvinas. En 1859 establece una nueva misión en Wulaia, intento que termina con una matanza de la que sólo se libra uno de los misioneros.
A pesar de todo, la intención de establecer una misión en el extremo sur de Sudamérica sigue animando a muchos. En 1862, Waite H. Stirling sucede a Despard e inicia un nuevo viaje misionero. Durante su viaje al sur establece una misión en la ciudad de Patagones, en el sur de la Provincia de Buenos Aires. Finalmente, en 1869, se establece en Ushuaia cerca del lugar donde más tarde se funda la ciudad del mismo nombre. Cumple así su objetivo de demostrar la factibilidad de abrir una misión en Tierra del Fuego. Sin embargo, el buen resultado de su trabajo le vale ser designado, por la Iglesia Anglicana, como primer obispo de las Islas Malvinas. Así, contradictoriamente, se van cerrando los intentos misioneros en el territorio indígena fueguino.
En 1863, después de algunas excursiones entre Punta Arena y Patagones, Teófilo Schmidt, misionero alemán, y Juan Federico Hunziker, misionero suizo, establecen la primera estación misionera entre los tehuelches en la Patagonia, en la ría Weddell’s Bluff (hoy Cañadón de los Misioneros) a quince kilómetros del estuario del Río Santa Cruz. Luego de estos intentos, que no prosperan, la misión entre los indígenas del extremo sur, se da por terminada en 1887. La razón dada para ello es la “extinción” (sic) de la comunidad indígena.
En tanto, la misión en la ciudad de Patagones continúa, desde 1865, a cargo de Jorge A. Humble, quien llega enviado por la Sociedad Misionera de la Patagonia como médico misionero asociado a la misión de Río Negro. Sin embargo, dada la falta de misioneros, tiene que hacerse cargo de la misión, sosteniendo un plan religioso, médico y social, hasta su muerte en 1897.
La misión anglicana de Makthlawaya (Paraguay)
Lo anteriormente expuesto, no significa el fin de la misión anglicana entre los indígenas, sino el comienzo de una nueva etapa que perdura hasta hoy.
En el año 1888, la Sociedad Misionera de Sudamérica (South American Missionary Society) de Londres, decide establecer una misión entre los indígenas Lenguas, en el Chaco paraguayo, comprando tierras fiscales al Gobierno del Paraguay.
En el año 1895, la Misión efectúa una nueva compra de tierras de mayor extensión, con el propósito de realizar un trabajo más intensivo y continuado. En esas tierras se construye, en 1907, la estación misionera principal del complejo, en el lugar denominado Makthlawaya, donde se encuentra hasta el día de hoy.
Con certeza podemos afirmar que esta misión es la más antigua de las misiones indígenas evangélicas existentes en América del Sur. Su presencia de más de un siglo, no solo “otorga a esta Misión una importancia vital, e incluso central en esta región, en lo referente al trabajo con los indígenas”, sino que también su evaluación nos permite entender el desarrollo de las metas misioneras propuestas en tarea conjunta con los indígenas.
Las “políticas” misioneras
El propósito explícito en la fundación de la misión es doble: formar una Iglesia cristiana y al mismo tiempo crear comunidades industriales (industrial communities). El objetivo inmediato es “lograr que los grupos nómadas de los Lenguas se conviertan en sedentarios”. Para ello se pone en práctica una clara política para alcanzar la autodeterminación de los indígenas, procurando que ellos no sólo se dirijan a sí mimos, sino que también puedan conducir y extender la Iglesia, creando incluso sus propias sociedades misioneras.
Sin embargo, las condiciones sociales, políticas y económicas conducen el proceso en una dirección diferente. La toma y ocupación de tierras, por acciones económicas y aun militares, por un lado; y la imposición de modelos culturales y prácticas de producción y comercialización de la comunidad “blanca”, por el otro, modifican la base del sistema de la vida indígena. En una situación de desprotección, crecen las expectativas de los indígenas en cuanto al lugar de la Misión como medio de solución para sus problemas. Lejos, pues, de la voluntad del original propósito de autodeterminación, las condiciones reales llevan al indígena a una “creciente dependencia”.
Para garantizar la base económica del proyecto, se organiza una empresa ganadera (estancia), basada en el principio de rentabilidad y dependiente del mercado mundial, bajo la forma de una sociedad anónima, constituida con capital de accionistas británicos. La Misión administra esta estancia, en la cual trabajan los indígenas para su propio sustento. Sin embargo, su posibilidad de trabajo se limita a tareas no calificadas, dada la falta de experiencia, como el corte de madera, montaje de cercas u otras tareas menores y ocasionales.
De esta manera, el equipo de colaboradores, sus ayudantes indígenas y las herramientas de trabajo siguen siendo financiados por los fondos misioneros aportados por la iglesia fuera del país, y por las empresas titulares de la estancia.
Esta situación se mantiene por décadas, limitándose finalmente, por cuestiones de rentabilidad, a la cría de ganado. Este modelo hace crisis recién en 1950, al decaer el mercado ganadero y cancelarse la ayuda exterior para los trabajadores de la Misión, sin haber logrado los objetivos centrales: crear un medio de autosubsistencia y transferir la responsabilidad y la dirección de la organización a los propios indígenas.
Ante esto se produce un giro importante en cuanto a los objetivos. La mayor parte de los misioneros se concentran en su “tarea espiritual”, dejando de lado la idea de crear una empresa sustentable para los indígenas (continúa la explotación ganadera, pero sin la participación de los indígenas). Luego, se reduce la tarea misionera a la evangelización en un sentido más personal, con el propósito de integrar al indígena a la comunidad nacional. Para ello se utilizan los servicios de catequistas indígenas, preparados y sostenidos por la Misión, para realizar una tarea itinerante.
En 1966 se intenta una solución diferente mediante proyectos para el desarrollo de la agricultura, aunque siguen siendo financiados por organismos europeos. Estos proyectos de producción agrícola, necesariamente dependientes de la política de mercado, tampoco prosperaran.
En 1975, ante el fracaso y sobre la base de otras experiencias, como la de los menonitas, miembros de los consejos eclesiásticos indígenas recurren al Obispo anglicano para promover la compra de tierras. Se desarrolla así un programa de asentamiento, denominado “La Herencia”.
Una evaluación en las proximidades del centenario
Es importante detenernos en la evaluación realizada por el equipo misionero de la Misión en Makthlawaya, ya que el desarrollo de esta misión, con más de cien años de experiencia, nos lleva por las distintas etapas que recorren muchos de los proyectos misioneros. Por otra parte, la experiencia de las misiones indígenas, además del interés por las mismas, nos ayuda a comprender situaciones similares de otros sectores postergados. Lo aprendido en la tarea con indígenas nos presenta criterios que son valederos para la tarea misionera en general.
Consideramos este proceso en tres etapas
En la primer etapa el objetivo es procurar una base productiva propia, económicamente rentable, con el propósito de que los indígenas alcancen su autodeterminación, dirigiendo y administrando su propio proyecto. Se considera que esta base productiva propia es necesaria para solucionar los otros problemas. Sin embargo, esto se da dentro de un proyecto paternalista y dependiente, que planifica sin tomar en cuenta la idiosincrasia del indígena. Esto impide la participación y autodeterminación que se quería lograr, fomentando en cambio una actitud pasiva y dependiente, esperando siempre la solución de los problemas con la ayuda de la misión. Por otra parte, los proyectos llevan implícita la exigencia del sedentarismo, sin tomar en cuenta que el grupo indígena al que se dirige es de cazadores-recolectores. El motivo es la presunción de que el nomadismo es cualitativamente inferior por ser una forma “primitiva errante e inestable”, o bien porque se aduce la presión del sistema.
La segunda etapa se caracteriza por la aplicación del modelo de desarrollo de la sociedad dominante. Un modelo de desarrollo que se valora según el grado de dominio de la naturaleza que se ha alcanzado, y que se impone a las comunidades indígenas supuestamente más atrasadas. Dado que la producción se destina al mercado, más que al propio consumo, la integración resulta en realidad una asimilación de las comunidades indígenas al sistema productivo.
La pedagogía desarrollista que acompaña estos proyectos procuraba una integración nacional como prolongación del sistema educativo nacional. La participación en el proceso de planificación y toma de decisiones está fijada ya de antemano en el proyecto, igual que el asesoramiento y la evaluación. La inserción del indígena está también predeterminada. Las evaluaciones se detienen más en los problemas y criterios del equipo técnico y de la organización intermedia que en la situación y problemática de los indígenas.
El hecho es que no se toma en cuenta al indígena y su concepción y relación con la tierra. El indígena no puede entender la tierra como un instrumento de explotación productiva. Los grupos indígenas cazadores recolectores consideran que los bienes necesarios para la vida ya existen en la tierra y sólo es necesario “buscarlos”, por lo cual no tienen una preocupación especial por su reproducción.
Sin embargo, la explicación dada corrientemente es que el indígena no quiere cambiar y aceptar las nuevas formas de vida. El fracaso se asigna siempre a los indígenas, su falta de conciencia o conducta errónea, y no al proyecto. Por esta razón, no se cuestiona el fundamento del proyecto, sino que se limita a cambiar su didáctica.
En la tercera etapa (que para este caso se da a partir de la década del sesenta) encontramos una posición crítica: se hace una revisión de la historia colonial, de las estructuras de poder, de los conceptos de propiedad y competencia, y del sistema socioeconómico.
Se admite que para sobrevivir el indígena se ve obligado a aceptar valores, normas y formas de vida de la sociedad dominante. Sin embargo, al mismo tiempo se procura preservar la tradición y cultura indígena en todo aquello que es valorado positivamente, aunque frecuentemente lo positivo que se quiere rescatar es “el fondo cristiano” de las creencias y modos de vida indígenas.
En esta etapa se pone en práctica una pedagogía no formal, dialógica y concientizadora. Aunque, esto también puede ser sólo aparente, respondiendo en realidad a patrones previamente establecidos, condicionados y determinados por las expectativas de los concientizadores.
Lo que se considera una conducta errónea, para los fines del proyecto, es para el indígena una conducta consecuente, ya que los cazadores-recolectores tienen una alta capacidad de adaptación, sin que implique un cambio profundo. Los indígenas tratan de conocer los proyectos y adaptarse a sus características, para poder apropiárselos. El mismo proceso educativo representa para ellos la posibilidad de aprovechar los conocimientos de los blancos. Incluso la adopción de la religión cristiana, reinterpretada según propios criterios y tradiciones, puede ser una forma de adaptación a las nuevas condiciones de vida.
Hay que reconocer que la supervivencia de estos pueblos sólo es posible si ellos logran continuar practicando sus propias formas de vida, baja nuevas condiciones transformadas. A pesar de este fuerte proceso de transformación, los indígenas continúan actuando en la actualidad sobre la base de su conciencia y conducta tradicionales.
Este propósito de apropiarse de las técnicas de los blancos tiene un lugar importante en la misión, en tanto los misioneros son aceptados por los indígenas como personas de confianza y aliados, que pueden manejar los nuevos fenómenos y que consiguientemente poseen el conocimiento de la realidad de los mismos. El interés de los indígenas es que los blancos les comuniquen a ellos la sabiduría que encierran los nuevos fenómenos. La actitud cazadora recolectora, que procura los bienes de subsistencia en lo que la tierra les da, puede también aplicarse a los “bienes de la civilización” recibidos del blanco.
A esto se suma un aspecto importante de esta cultura, que es la demanda del “compartir”, por lo cual quien no comparte se excluye socialmente. Para las relaciones sociales, la distribución de bienes ya obtenidos posee una importancia mucho mayor que la apropiación por sí misma. Esta forma de distribución impide que se produzca una acumulación de bienes, que para muchos es “un freno al desarrollo”. En este sentido, planificar a mediano o largo plazo es algo que les resulta ajeno.
Esto también es importante para los misioneros y quienes colaboran en esta misión, en la medida en que se le reconocen conocimientos que los propios indígenas no tienen bajo las nuevas condiciones. Por esto mismo, se pone de manifiesto un interés colectivo por el bautismo y el aprendizaje.
Conclusión
La consideración de la historia de la misión nos permite redefinir su propósito, como el de acompañar con la palabra y acción evangélica a la comunidad indígena, promoviendo su autodeterminación, en el marco de una particular situación sociopolítica y económica. La autodeterminación implica ampliar y afirmar su espacio y participación en la comunidad nacional, compartiendo y desarrollando su “ser” indígena.
Este propósito requiere acciones concretas para reparar materialmente, reconstruyendo las bases económicas de las comunidades indígenas, para promover y apoyar un proceso autónomo de desarrollo de un modelo propio; de manera que el indígena pueda practicar su propia forma de vida bajo nuevas condiciones. Esto implica liberarse junto con ellos de los presupuestos y pautas impuestas por la dominación cultural, participando en un proceso común de transformación.
1 El presente trabajo es originalmente una comunicación presentada por el autor en un encuentro de CEHILA (Comisión Ecuménica de Historia de la Iglesia Latinoamericana), Buenos Aires, 1986, con el título de “Proyectos misioneros evangélicos entre indígenas”. Las fuentes utilizadas fueron: Daniel P. Monti, Presencia del protestantismo en el Río de la Plata durante el Siglo XIX, Buenos Aires, La Aurora, 1969; y un informe y evaluación del equipo técnico de la Misión de Makthlawaya (Documento interno de la Misión, 1986)