Teología e Historia, Volumen 6, Año 2010, pp. __-__ ISSN 1667-3735
Introducción
La pregunta con la que quiero iniciar esta presentación es la siguiente: ¿Acaso el estudio de Wesley y de la tradición wesleyana realmente tienen futuro?” Es decir, ¿pueden proveer la ayuda que es indispensable para enfrentar los intimidantes desafíos de nuestro tiempo?
A esto contesto:
- No, si este estudio está originado por las leyendas hagiográficas sobre Wesley, y tampoco si está motivada por la perpetuación de leyendas mal encaminadas como la que rodea la conmemoración de Aldersgate.
- No, si es solamente el resultado de un sectario “darse golpes de pecho” Metodista, más que una tarea realmente ecuménica.
- No, si va a estar aislado en las bolsas de aire de la “historia por la historia misma” y de la especialización académica de la disciplina histórica.
- No, si se va a emplear como el garrote con el que se va a forzar la uniformidad doctrinal, por que esto es algo que viola el corazón y el alma de la tradición de Wesley y la wesleyana.
Pero en el mundo de hoy –un mundo donde se ha establecido una abismal división entre los pobres y los prósperos, una brecha establecida por el miedo y la arrogancia por un lado, y por el resentimiento y la amargura por el otro– se necesita con urgencia de la herencia wesleyana; y no solamente por y para los metodistas.
Especialmente porque los prósperos desesperadamente necesitan escuchar que su salvación no depende sola o totalmente de su relación con Dios, sino también de su relación con los pobres; que todo lo que tienen es porque Dios se los ha confiado para compartirlo con los destituidos; que la relación íntima con el pobre es un medio de gracia para el crecimiento y la santidad, y que es tan indispensable como la Eucaristía.
Las iglesias necesitan urgentemente escuchar que el mensaje del evangelio nos saca de la seguridad de todos los santuarios y nos lleva a las calles y callejones donde el miedo y la desesperanza acechan al vulnerable; que el evangelio nos separa de la auto-precoupación institucional y nos lleva al movimiento del poder transformador que está lleno de riesgo.
Las diferentes naciones del mundo deben ser confrontadas con la siguiente verdad: no hay ley que pueda justificar la opresión, ningún gobierno que pueda legitimar la explotación rapaz, ninguna economía o necesidad económica que pueda disculpar el cruel empobrecimiento o la insensible indiferencia al lamento de los vulnerables y violados.
La mayoría de la empobrecida y violada población de la tierra necesita escuchar y ver el amor de Dios dramáticamente establecido aquí y especialmente dirigido a ellos; necesita ver el amanecer de una verdadera comunidad humana justa y generosa donde el Espíritu de Dios esté activamente levantándolos de las sombras de la desesperación y muerte, y habilitando y fortaleciendo para ser transformados y para ser agentes de transformación del amor divino.
Y el mundo, golpeado por los ataques maniaco-depresivos del falso optimismo y pesimismo aterrorizante, deben saber que Dios intenta sanar todas sus heridas, que intenta la restauración de toda la creación; y que en verdad es peligroso desafiar el llamado, el clamor, la decisión y la promesa de Dios.
Si el estudio de Wesley y de la tradición wesleyana puede liberarse de las cadenas sentimentales, académicas, institucionales, sectaristas e ideológicas para poner su mensaje en práctica, entonces los estudios wesleyanos tienen futuro. Pero si no, entonces hay que dejarlos al mundo, que es pasajero y merece morir.
Cuando Wesley declaró que el mundo era su parroquia, quiso decir que su mandato para realizar y anunciar las buenas nuevas a los pobres y excluídos no podía estar limitado por las fronteras de la jurisdicción eclesiástica celosamente guardadas, ni por los límites que separaban a una parroquia de otra, a una diócesis de otra; y que dividían al cristianismo de su tiempo en regiones separadas gobernadas por intereses particulares. Wesley estaba anunciando su libertad –y la de los metodistas– para ir cuandoquiera y dondequiera que fueran necesitados y se sentían impulsados a ir obedeciendo al evangelio.
En los años siguientes esa frase fue usada para hablar de la misión global que impulsó al movimiento misionero de evangelización en otras tierras. Hoy día, sin embargo, esta frase puede tener un significado e importancia diferente para nosotros que estamos enfrentando los desafíos del naciente milenio, tres siglos después del nacimiento de Wesley.
Cada vez se hace más claro que el mundo en el que vivimos es una sola y compleja sociedad: una sociedad de muchas culturas, de muchos intereses, de muchas perspectivas; pero una sociedad en la que estamos comenzando a estar unidos por las teconologías que nos hacen tanto vulnerables el uno al otro, como más dependientes el uno del otro.
Hoy día, en algunos casos decir que el mundo es nuestra parroquia, también significa ir más allá del marco de la misión original wesleyana para encontrar nuevos desafíos, nuevas dificultades y nuevas oportunidades, aunque con el mismo compromiso al Evangelio, la misma preocupación para anunciar y establecer las buenas nuevas de Dios en todas las áreas de la vida.
Los desafíos que hoy enfrentamos son muchos y complejos, pero en esta ocasión solamente quiero concentrarme en cuatro que parecen especialmente urgentes. Ustedes pueden pensar en otros que desde su punto de vista sean todavía más urgentes.
A. Religiones
Primero me quiero concentrar en el desafío de tratar provechosa y fielmente el asunto del pluralismo religioso. Porque, mucho tiempo después de Wesley, el movimiento metodista se unió al resto del cristianismo al suponer que tenía que enfrentar a las otras tradiciones religiosas solamente con el llamado a que se arrepintieran y creyeran en el evangelio. Pero de manera creciente y frecuente nos hemos dado cuenta de que esta manera de tratar a esas tradiciones ha sido asociada con las tendencias imperialistas del occidente (la sociedad Euro-americana). Así que, en lugar de compartir el evangelio, frecuentemente lo confundimos con valores que promueven los interese del imperio, del capital, y de la hegemonía cultural.
Hoy día vemos todavía más claro los peligros que provoca la arrogancia religiosa cuando se usa la religión tanto para impulsar a terroristas suicidas, como para justificar actos de fuerza unilateral de parte de un superpoder global.
En sus tiempos, Wesley confrontó la tentación de ver a las otras religiones simplemente como formas inferiores de idolatría y descartarlas tan pronto como fuera posible para remplazarlas con los valores de la civilización cristiana. Wesley fue un observador muy crítico de su propia sociedad como para dar por sentado que los valores de la llamada civilización cristiana fueran exclusivamente una bendición; especialmente porque estaba bastante consciente del materialismo, la arrogancia y la superficialidad de estos valores. Es por eso que Wesley pudo ver a las otras tradiciones religiosas y culturales como más compatibles con el evangelio que a su propia sociead inglesa. El resultado fue que Wesley nos proveyó con una ilustración sobre la importancia de tomar seriamente a las otras culturas y tradiciones relgiosas y buscando aprender de ellas.
Uno de los ejemplos más interesantes de esa actitud se encuentra en la explicación que dio para su viaje al nuevo mundo como misionero: dijo que quería ir a Georgia para aprender cómo los pueblos nativos vivían de acuerdo con las normas de Hechos 2 y 4 que hablan sobre la comunidad de bienes.
Lo que es más notable aquí es que Wesley imaginó que al ir a vivir y trabajar entre los pueblos nativos de Georgia se convertiría en verdadero cristiano tanto en pensamiento como en la práctica. No se ve a sí mismo como el que viene a traer la sadiburía occidental, sino como alguien que viene a compartir y a aprender.
Esta actitud capacitó a Wesley para ver lo erróneo en las justificaciones que en ese entonces se daban para legitimar el tráfico de esclavos africanos, un tráfico cuyo monopolio recientemente había pasado de Portugal a las manos de los mercaderes británicos. Por ello encuentra necesario combatir las perspectivas ampliamente sotenidas sobre la inferioridad de los africanos y así destruir la justificación del tráfico de esclavos.
Wesley podía ver a los pueblos del Africa como modelo de quienes vivían en armonía con la naturaleza y las otras criaturas en el mundo. También habla de la notable justicia de las costumbres de los pueblos y de su consideración por los pobre y los enfermos,,
Wesley vuelve a una comparación con el estado en que están las cosas en el presumiblemente ilustrado occidente, y dice “¡Nuestros antecesores! ¿Dónde podremos encontrar en este tiempo, entre los nativos cara-pálida de Europa, una nación que practique la justicia, misericordia y honestidad, que generalmente se encuentra entre estos pobres africanos?” (ibid. p. 65).
Hay que notarlo bien, “la justicia, misericordia y honestidad” son las mismas características que Wesley frecuentemente asocia con la imagen renovada de Dios. Es muy claro que Wesley estaría vigorosamente de acuerdo en que existe mucho por aprender de la vida y costumbre de los pueblos del Africa.
Estos ejemplos del pensamiento y práctica del siglo XVIII de Wesley pueden ser muy relevantes para nostros en el siglo XXI.
En los viejos tiempos de la mentalidad misionera colonial habría sido común simplemente descartar estas tradiciones como supersticiones, como si no tuvieran algo qué enseñarnos con respecto a la vida en comunidad y lo sagrado. Pero un acercamiento más auténticamente wesleyano sería buscar aprender humildemente de estas tradiciones, ser guiados por ellas, para descubrir nuevas dimensiones del evangelio y de la vida cristiana que cristianos anteriores con una emntalidad euro-céntrica habrían perdido o descartado.
B. Ecología
Un segundo desafío que enfrenta a la teología wesleyana en el siglo 21 es la creciente crisis ecológica. Esta crisis en parte es impulsada por la falta de consideración por la naturaleza y la perspectiva de que la naturaleza está para ser explotada y para los fines de los seres humanos.
Algo por lo que Wesley chocaba tan fuertemente con las perspectivas que reinaban en aquel entonces tanto en los círculos teológicos y en los de la filosfía de la ilustración en que Wesley se movía, era precisamente su conciencia de que la tierra y sus criaturas eran una parte esencial de la economía divina de la salvación.
Lo que se puede denominar “materialismo” o “naturalismo evangélico” encuentra su expresión en la reflexión de Wesley sobre la caída y sobre la meta de la redención. Por lo tanto puede mantener que:
Durante esta estación de vanidad, no solamente las criaturas más débiles son continuamente destruidas por la más fuerte… sino que tanto la una como la otra están expuestas a la violencia y la crueldad del que ahora es su enemigo común: el hombre”.
(Sermón 60, “The General Deliverance”, Jackson, Vol. VI, p. 247).
Wesley no ignoraba que este deplorable estado de la naturleza en que la rapacidad humana se desplegaba constituía un argumento en contra de la justicia y misericordia de Dios. Así que respondía:
Pero esta objeción se desvanece si consideramos que algo mejor permanece también después de la muerte de estas criaturas; que también, algún día, serán liberadas de esta esclavitud de corrupción y recibirán amplia recompensa por todos sus sufrimientos presentes.
Sermón 60, “The General Deliverance”, Jackson, Vol. VI, p. 251
De cierto Wesley podría encerrar en su descripción el futuro de todas las otras criaturas,
Toda la creación animal entonces, sin duda, será restaurada, no solamente al vigor, fuerza y rapidez que tenían en el momento de su creación, sino a un grado todavía mayor del que habían disfrutado.
Sermón 60, “The General Deliverance”, Jackson, Vol. VI, p. 249
La perspectiva sobre la solidaridad de todas las criaturas vivientes bajo el atemorizante gobierno del pecado humano, y de la esperanza de la restauración última, fue lo que le proveyó a Wesley una visión de la unidad del mundo humano y el natural que no tenía lugar en el “sentido común” del período incipiente del occidente industrial. La perspectiva más ampliamente aceptada entre sus contemporáneos se puede resumir en los términos de Francis Bacon, que proclama que el verdadero fin de la Ilustración es esclavizar a la naturaleza, y de Descartes de hacer al “hombre” el señor y dueño de la naturaleza.
Así que desde los Capadocios hasta Juan Wesley, una parte esencial de la “escatología” cristiana ha sido la “restauración de todas las cosas”; es decir, algo como la resurrección del cuerpo y de la naturaleza.
Una parte importante de lo que ha ido mal en la moderna teología es la pérdida de este sentido de conexión de la humanidad con el resto de la vida del mundo. Esto ha alentado a algunos a suponer que es posible imaginar un futuro para los seres humanos (o para algunos elegidos) separado del futuro de la tierra y sus criaturas. Esto ha provocado un gran número de anomalías en el nivel de la fe incluyendo la arrogante desconsideración del bienestar de la naturaleza, y la suposición –entre cierto tipo de cristianos– que la destrucción última del planeta (ya sea por el holocausto nuclear o el sobrecalentamiento del planeta) es un asunto indiferente a la fe: a final de cuentas si todos seremos raptados o algo así, ¿a quién le interesa si la tierra se deja para que se queme como hojarasca? Eso es gnosticismo promoviendo el biosuicidio global [ver Gordon Kaufman, Theology for a Nuclear Age].
Así que creo que esta es la importancia de la investigación genética, ya que hace posible pensar una vez más en la conexión de la vida humana para la biosfera y así, en clave de esperanza, también hace posible pensar en la resurrección del planeta tanto como del cuerpo.
Esto ya era una parte de la profunda visión paulina sobre la transformación global. Por eso en Romanos 8 puede hablar de la cautividad de toda la creación a la vanidad y vaciedad del pecado, y de la liberación por la que clama la creación. Pablo supone que la re-orientación o transformación del ser humano también implica la transformación de toda la creación tal como se ve en el mundo natural (capítulo 8). Que toda la creación ha sido dañada por el desorden humano es algo que se puede verificar por los desastres ecológicos. Así que “toda la creación clama” con gemidos indecibles por la manifestación de una humanidad liberada de la distorsión. Incluso, todavía más gráficamente, la imagen que Pablo utiliza es la del clamor de una madre dando a luz; una humanidad liberada es lo que toda la naturaleza ha estado y sigue luchando por dar a luz.
Además, la visión de la transformación de la tierra y la transformación de “nuestros cuerpos mortales” afirma la conexión biológica de toda la vida; una conexión que se afirma en la esperanza de la resurrección de los muertos.
C. Sexualidad
El tercer desafio que quiero abordar como un desafío que enfrenta la teología wesleyana del siglo XXI es nuestro entendimiento de la sexualidad. Yo sé que esto debe parecer un tema extraño para tocarlo desde una perspectiva wesleyana. Después de todo, ¿qué tiene que decir Wesley sobre el sexo? La respuesta más obvia, por supuesto, es que no mucho. Y ese el principio del punto que quiero hacer.
El caso es que para una gran parte del cristianismo protestante (y también católico) cuando se hablaba de sexo muy frecuentemente la gente se imaginaba que se estaba hablando de pecado. Este es el resultado de la transformación en la doctrina del pecado que comenzó desde Agustín.. El resultado de identificar el pecado como sexo, ha sido desviar la atención de lo que la Biblia define como pecado: la violación del prójimo a través del abuso de poder y la avaricia. Si al hablar de pecado nos concentramos en el sexo, entonces se olvida la explotación del pobre, se olvida la avaricia, se olvida la violencia estructural.
Por el contrario, cuando se toma en cuenta una perspectiva más bíblica sobre el pecado, entonces ponemos el énfasis en lo que realmente daña al prójimo, ya sea esto una violación económica del pobre, la arrogancia, la violencia, o incluso (si los asuntos son personales) al difamarse el uno al otro. La consecuencia de esto es que hay poca plática sobre el sexo como pecado. Y eso es precisamente lo que encontramos en Wesley.
Hasta aquí mucho de mi trabajo en la IMU, y de hecho en el metodismo internacional, se ha concentrado en el intento de llamar a la iglesia a abandonar su opción preferencial por la clase media y abrazar una opción preferencial más bíblica y wesleyana por el pobre. Sin embargo, en otros contextos también me he comprometido con el desarrollo de un proyecto que afirme a homosexuales y lesbianas porque también tiene implicaciones para la vida de la iglesia, y creo que para la posibilidad de que la iglesia permanezca fiel.
Permítanme indicar algunas de las maneras en que la homofobia en la iglesia es destructiva para la iglesia misma.
1. Uno de los cursos en enseño en el Seminario Teológico de Chicago es sobre la homosexualidad y la iglesia. En una revisión de los documentos de estudio y los ensayos para definir la posición que propusieron docenas de denominaciones se hace claro que lo que asusta a las iglesias sobre la homosexualidad es la parte media de la palabra (sexo). El único consejo que las iglesias han sido capaces, o están dispuestas a ofrecer a la gente que está preocupada con los inevitables dilemas de la sexualidad, es “simplemente dí no”. Y no importa que este consejo le parezca irrelevante a incontables millones de personas, porque la iglesia no tiene nada más que decir: nada sobre los valores que se realizan en la relación sexual, nada sobre los peligros de la intimidad sexual. Nada sino la repetida, rutinaria y totalmente irrelevante mantra: “nada de sexo fuera del matrimonio”. Una de las muchas razones por las que los jóvenes dejan la iglesia es que la iglesia tal vez no tiene nada que decirles en esa área de su vida que sea verdadero o desafiante para ellos.
Como yo lo veo, existen dos razones para esta paralisis. La primera es que las iglesias, desde el tiempo de Constantino, han sido renuentes para hablar biblicamente sobre el pecado. En la Biblia el pecado tiene que ver con la opresión y la injusticia, con la avaricia y la indiferencia hacia el pobre. Pero nos aterramos de ofender a nuestros “amos” de la sociedad con una doctrina bíblica sobre el pecado que sea significativa. Así que desviamos toda la plática sobre el pecado a la esfera de la intimidad. Y así hacemos de la sexualidad el “chivo expiatorio” del fracaso moral humano. A través de esto, y por más de un milenio, la iglesia ha tenido éxito en hacer sentir culpable a la gente y en necesidad del perdón por cosas que son menores, (simplemente recuerden el pánico del siglo diecinueve por la masturbación) mientras que la mismo tiempo dispensan la absolución por los pecados no confesados de la injusticia y la avaricia. Si fuéramos a decir la verdad, la verdad bíblica sobre el pecado seríamos forzados a exponer todo este engaño por el que la iglesia se ha metido a las camas de la gente para cubrir su propia complicidad con los principados y potestades que destruyen a los miserables de la tierra y a la tierra misma. Esta distorsión de la doctrina del pecado muestra que rendimos culto al Mamón del éxito mundano, más que al Dios de los profetas o al Abba de Jesús.
Existe otra razón por la que tenemos miedo de hablar honestamente sobre el sexo. Es porque en la iglesia hemos heho una fatal alianza entre el evangelio y a lo que hoy día se le denomina “matrimonio y valores familiares”. Estoy asombrado de la manera en que el fantasma de la homosexualidad tan regular y predeciblemente provoca que la gente de la iglesia invoque la santidad del matrimonio y la familia. Lo que es particularmente asombroso sobre esto es que en todos los evangelios a Jesús se le recuerda realizando un ataque sobre la institución de la familia. Por ejemplo, cuando su propia familia llega a él los desconoce y dice que su única familia, su padre y madre y hermana son quienes hacen la voluntad de Dios, quienes están comprometidos con los valores del reino de Dios. Y cuando habla de los requisitos del discipulado, incluso dice que quien no aborrece a su padre y madre, y mujer e hijos, y hermanos, y hermanas no es digno de él y del reino de Dios (Lc. 10:26). Pasaje tras pasaje en los evangelios Jesús deja claro que el evangelio está en un irreconciliable conflicto con los así llamados “valores familiares”. Pero aun así, en nuestra sabiduría eclesiástica hemos decidido que de alguna manera esos valores son absolutos. Esta es la manera en que hemos intentado persuadir a la sociedad de que tenemos una función indispensable para asegurar la estabilidad de su más básica institución. Así que adoramos al Baal de la estabilidad social más que a Aquel que viene a hacer todas las cosas nuevas.
El precio humano que hay que pagar por esto es espantoso; porque esto significa que la iglesia se ha amordazado a sí misma: estamos imposibilitados para exponer a la familia como una escena de violencia y violación. La violencia doméstica, el abuso, y el incesto continúan reinando sin ser expuestos, sin ser reconocidos en nuestras iglesias; y todo ello porque hemos decidido que debemos apoyar la institución de la familia a toda costa, incluso si esto significa que debamos ignorar la enseñanza de Jesús y el clamor de las víctimas.
Lo que he descrito es una situación imposible. Por un lado la iglesia ha determinado reducir su denuncia del pecado a hablar del sexo. Pero incluso donde el sexo realmente involucra pecado en el abuso de los débiles y de quienes no se pueden defender, la iglesia guarda silencio. ¿Qué está sucediendo? Una importante, de hecho esencial, parte de este trato que la iglesia ha hecho con el diablo es la homofobia. Al hacer a los homosexuales, lesbianas y bisexuales los “chivos expiatorios” la iglesia perpetúa el mito de que el sexo es pecado mientras que se asegura de que no se cuestionen los “valores familiares”. La homofobia se ha convertido en nuestra coartada para nuestra confusión sobre la sexualidad y nuestra complicidad en las injusticias perpetuadas por la institución de la familia.
2. Ya he sugerido algo del costo humano que tiene esta complicidad. Pero existe otra dimensión de esto mismo que debe ser mencionada. Un aspecto de este sufrimiento es el índice de suicidios de adolescentes. Porque un gran número de suicidios de adolescentes en la sociedad de los Estados Unidos son el producto de una homofobia internalizada. Es decir: homosexuales, lesbianas y bisexuales adolescentes reciben el mensaje de que son engendros que no tienen un lugar en el mundo.
La sexualidad durante la adolescencia es suficientemente intimidante en un mundo donde constantemente hay estímulos sexuales por un lado, y por el otro un vacío lema de “simplemente di no” que repiten tanto la iglesia como los padres. Es como estar en medio del desierto y sin una brújula. Pero para el adolescente homosexual o lesbiana es todavía peor. Constantemente se les dice que el único camino al auto-respeto humano son caminos que están cerrados para ellos porque tienen deseos que no inventaron, y también se les dice que los caminos que ellos buscan para encontrar amistad, consuelo e intimidad son impensables, indecibles; y que ya han se han separado de Dios y de la comunidad para siempre por esas necesidades y deseos. En millones de familias (y también familias de la iglesia) estos jóvenes reciben la inequívoca impresión de que sería mucho mejor estar muerto que ser homosexual o lesbiana. Debido a ello, una multitud de adolescentes homosexuales y lesbianas se han apropiado de este horripilante mensaje del que la iglesia es cómplice, y entonces se quitan la vida.
¿Quién les ha dicho que la sexualidad es la manera en que Dios nos ayuda a encontrarnos el uno al otro, que es la manera de necesitarnos el uno al otro, y de apoyarnos el uno al otro? ¿Quién les ha dicho que su deseo de intimidad con una persona de su propio sexo es un precioso don que hay que celebrar, entender y formar en relaciones de respeto, confianza y lealtad? ¿Han escuchado esto en su sociedad, su comunidad o su hogar? De seguro no lo han escuchado en la iglesia.
Una parte más del terrible precio que se tiene que pagar por esta distorsión homofóbica de las Escrituras es que la gente de buena voluntad aprende a esperar de la Santa Palabra de Dios ya no la palabra liberadora del Evangelio, sino solamente la mentalidad estrecha moralizante que odia la vida y desprecia el amor. Esto es solamente una parte del precio que se está pagando cuando el evangelio es silenciado por la homofobia en nuestras iglesias.
El desarrollo de una doctrina más wesleyana sobre el pecado y la santificación ayudará al pueblo llamado metodista a tratar fructífera y honestamente con el desafío de lograr un consenso con las expresiones alternas de expresión sexual. Si entendemos al pecado como la violación a la personalidad y a la santidad como el crecimiento en amor, entonces tal vez seamos capaces de abrazar a todas las personas que han sido marginadas sexualmente, que en el pasado han sido violadas y humilladas por la iglesia y la sociedad. Seremos capaces de aceptar a los trasvesti como hijos de Dios y merecedores de la dignidad humana, tal como Felipe aceptó al eunuco (Hch. 8:26 ss). Seremos capaces de recibir a la prostituta como alguien que Jesús dijo que iba adelante de los piadosos y respetables al reino de Dios (Mt. 21:31). Seremos capaces de enseñar a los jóvenes que la calidad de una relación no depende del género de quien amas, sino del cuidado, respeto y compromiso que crece a través de la relación. Y estaremos capacitados para predicar un mensaje más bíblico y evangélico sobre el amor de Dios y la voluntad divina de justicia y misericordia.
D. La crítica del imperio
La crítica de Wesley del imperio de su propio tiempo estuvo fundamentada en su intento de entender cuidadosamente al mundo que le rodeaba, de investigar críticamente y de pensar de forma independiente sobre las fuerzas que estaban obrando en la formación y deformación de este mundo. Pero su crítica del impero también estuvo dirigida por una profunda y evangélica preocupación por el destino de todos los que sufrían para que otros pudieran prosperar. En esto Wesley era un hombre bíblico que sabía que Dios no estaba del lado del Faraón, sino con los trabajados y humillados esclavos del imperio del Faraón. Él sabía que cuando Jesús proclamó buenas nuevas a los pobres estaba ejerciendo la crítica profética a todo lo que producía la explotación del pobre. La preocupación por el pobre no era una abstracción sin nombre, sino personas a las que Wesley se dedicó a conocer personal y profundamente.
Wesley escribió y trabajó en el tiempo del surgimiento del régimen colonial británico, cuando la explotación de la India y el tráfico de esclavos del África le servían a la Gran Bretaña para acumular el capital que luego haría posible la revolución industrial y el nacimiento del capitalismo industrial.
Hoy día vivimos en una era diferente, pero siguen surgiendo diferentes tipos de imperio. No tiene los mismos mecanismos que el capitalismo mercantil del siglo dieciocho o del capitalismo industrial del siglo diecinueve y principios del veinte. Ni tiene la misma relación con los intereses nacionales que el imperio británico u otros del pasado tenían. A esta era algunos la consideran un mundo post-moderno, y que está dominada por el capitalismo financiero y la economía de servicios de las grandes compañías transnacionales, y otras más. Es cierto que los mecanismos han cambiado mucho. Sin embargo, lo que no ha cambiado es que la mayoría de las personas directamente afectadas por el nuevo imperio son condenadas a sufrimientos inimaginables que es el precio que se paga porque la mayor riqueza y poder en se ha concentrado en las manos de unos pocos.
Tratar de entender las obras del imperio, y especialmente cómo esas obras afectan a los pobres y los vulnerables es una vital tarea teológica.
Y de esta tarea surge otra. La de montar una misión que sea responsable por implementar un tipo completamente diferente de imperio. Esto es lo que Jesús vino a proclamar y realizar, un imperio divino absolutamente diferente del imperio del mundo de los faraones y césares: el imperio humano anunciado en el libro de Daniel que remplaza a los imperios de las bestias; el imperio del amor, la solidaridad, bondad; el imperio de la generosidad y no el de la avaricia, el de la sanidad y no el de la aflicción.
En la propia lucha para desarrollar un movimiento contra-imperial entre los pueblos de la tierra, nosotros podemos aprender algo de la crítica que Wesley hizo de la Revolución Estadounidense. Esto frecuentemente se considera algo “malo” en Wesley, porque se le describe como un reaccionario que apoya a la monarquía en contra del surgimiento de formas democráticas de gobierno. Pero la sospecha de Wesley sobre el discurso de libertad y democracia en las colonias americanas no estaba basada en algo como la doctrina del derecho divino de los reyes. Más bien nacía de su propio compromiso con la causa del pobre y el vulnerable. Cuando Wesley escuchó que los Norteamericanos estaban llamando a la independencia, la libertad y la democracia él preguntó: ¿quién está haciendo este llamado? ¿cuáles son los intereses a que sirve? Wesley se dio cuenta de que quienes llamaban a la libertad eran propietarios de esclavos, que quienes llamaban a la independencia eran ricos mercaderes y negociantes. Él vio la manera en que el discurso sobre democracia y libertad puede encubrir los intereses de quienes no desean ser gobernados por quienes sufren a causa de las ambiciones de otros.
Hace poco Francis Fukuyama, el hijo del anterior director del seminario donde yo enseño, proclamó el fin de la historia. Fukuyama mantiene que la lucha histórica para determinar la forma de vida social ha terminado con el triunfo de algo llamado capitalismo democrático. En la práctica, lo que esto significa es el gobierno de los poderosos y prósperos que han asegurado la sumisión, o al menos la desesperanzada aceptación de los más débiles. En pocas palabras, un capitalismo no regulado por la democracia. Esta es la transformación tardía de lo que precisamente Wesley denunció en su propio tiempo.
El remedio para esta falsa democracia ideológica no es simplemente que renunciemos a la visión de democracia, o de libertad. Más bien es que pensemos bastante bien y durante el tiempo que sea necesario sobre lo que significaría que surgiera un nuevo tipo de sociedad en donde la dominación, la división, y el gobierno de los poderes de la muerte llegara a su fin. La libertad entonces significaría la liberación de los vulnerables de la humillación y violación. Y que todos fueran libres de los poderes de la avaricia y arrogancia para que encontraran realización en la preocupación y cuidado del prójimo y la solidaridad con todos los vulnerables de la sociedad.
Creo que en el surgimiento de otra democracia global el pueblo llamado metodista puede desempeñar un papel importante. Esto se debe a que nuestra tradición wesleyana nos alienta a pensar en el mundo como una sola parroquia, como un solo vecindario, en donde los sufrimientos de alguien son los sufrimientos de todos. Compartimos una tradición común de oponernos a los deseos del imperio y de construir la solidaridad con todos los explotados. Esa es nuestra herencia. Tal vez nos hemos deslizado en la falta de conciencia cuando nos hemos entregado a la falsa comodidad de la respetabilidad y prosperidad. Pero otra vez Dios nos está llamando a obedecer el mandato bíblico –y wesleyano– de anunciar y establecer el imperio divino de la justicia, misericordia y gozo para toda la tierra.